Esta trayectoria lenta pero unívoca (la trilogía ha sido filmada a lo largo de catorce años) prueba la claridad de ideas del autor, quien no se aparta del camino trazado por su manera de entender el cine. Un cine en el que conviven otras disciplinas artísticas y que mantiene un discurso firme en torno al ser humano, centrándose en sus debilidades y contradicciones. Andersson filtra los distintos momentos de la narración a través de su peculiar sentido trágico mezclado con el humor absurdo, como se puede apreciar en la pareja de vendedores que tiene mayor presencia en la trama. Ambos personajes tratan de alegrar la vida de sus clientes ofreciendo bromas que transportan en un maletín sin que nadie les haga caso, ya que ellos mismos son incapaces de sonreír y se muestran siempre frustrados. La mezcla de comedia y desazón que define a este par de desgraciados bien podría simbolizar la actitud de Andersson, un artesano que aspira a provocar la risa a través de la tristeza y la reflexión por medio del esperpento.
El espectador que conozca la filmografía de Roy Andersson volverá a encontrarse con sus características señas de identidad: planos estáticos en tomas largas, luz fría y colores apagados, acciones simultáneas en distintos términos de profundidad, atmósferas irreales... mientras que aquellos que se aproximen a su cine podrán experimentar una sensación de fascinación y extrañeza, como la que se siente cuando se visita por primera vez un lugar insólito.