LOS FABELMAN. "The Fabelmans" 2022, Steven Spielberg

Algún día se hablará de las películas de este tiempo definidas por la nostalgia, y no será con palabras amables. La nostalgia está siempre bajo sospecha. Suele venir emparejada con la crisis de ideas y la falta de creatividad, con el agotamiento, la reiteración... tal vez de manera injusta, porque también es necesario mirar atrás de vez en cuando, para ubicar el presente y para proyectar el futuro. O para dejar constancia y construir memoria. Con mayor o menor fortuna, hay directores como Richard Linklater o James Gray que han situado sus últimos films en un pasado conocido, y otros como Quentin Tarantino o Damien Chazelle que han ido más atrás, hacia épocas que no son las suyas pero que conforman un ideal de memoria cinéfila. Luego están los autores que narran sus tempranas biografías sin personajes interpuestos, como Kenneth Branagh o Pedro Almodóvar. Estos últimos se adentran en un terreno poco explorado de la nostalgia en el cine y que es doblemente peligroso, por ser proclive al narcisismo y la sensiblería, como es el relato en primera persona del nacimiento de una vocación.

Steven Spielberg toma este último camino en Los Fabelman, sin desvelar demasiados secretos. Él mismo ha contado muchas veces detalles de su infancia y juventud cuando le han preguntado por ello, quien haya visto el documental que Susan Lacy le dedicó en 2017 lo habrá podido comprobar. Una parte de lo que allí constaba vuelve a aparecer en Los Fabelman, esta vez empleando el lenguaje de la ficción, para dar forma argumental a los recuerdos recopilados por el propio Spielberg en compañía de Tony Kushner, su guionista habitual de los últimos años. Esta es la tercera vez que el director asume también la escritura (las dos anteriores fueron Encuentros en la tercera fase e Inteligencia artificial, aparte de Poltergeist), dando continuidad al inventario de familias desestructuradas que conforman su cine y con las que trata de exorcizar sus demonios internos. Los adeptos reconocerán muchos episodios de la trayectoria de Spielberg (las primeras grabaciones de trenes eléctricos y los posteriores ejercicios amateur, la separación de los padres, el antisemitismo), son momentos que no reflejan literalmente los hechos sino que los adaptan a las conveniencias de la narración, casi a modo de fábula. Como tantas veces sucede en la filmografía del director, Los Fabelman es una epopeya norteamericana de clase media que ensalza la figura del self-made man, solo que en esta ocasión todo transcurre justo antes de alcanzar el éxito. La trama describe el tránsito hacia la madurez de un chico que aprende a superar las adversidades, guiado por las consignas que le inculca su madre, del tipo "sé tú mismo" o "todo pasa por algún motivo". Nada nuevo, lo cual explica que la película adquiera relevancia cuando se sale del carril convencional y entra en la reflexión soterrada, sin subrayados. Buen ejemplo de ello se produce en la escena de la proyección en el instituto, cuando el protagonista descubre la capacidad de influir en las personas según la manera de filmar. Eso es lo que lleva haciendo Spielberg desde hace cinco décadas y lo que le destaca como un cineasta de extraordinarias cualidades.

Si bien Los Fabelman no se encuentra entre sus mejores títulos, se disfruta de principio a fin gracias a su milimétrica puesta en escena y al sentido del humor capaz de aliviar la tragedia doméstica que vive Sammy, el alter ego del joven Steven encarnado por Gabriel LaBelle, a causa del matrimonio fracasado de los padres, a quienes dan vida Michelle Williams y Paul Dano. El sentimentalismo es el talón de Aquiles del director y aquí vuelve a dejarlo al descubierto, sin que suponga un problema grave... aunque el énfasis en algunos momentos (el hallazgo en la moviola de la infidelidad materna, con esa cámara inquieta y manierista) y en la interpretación de los actores (en especial de Dano) no contribuye a redondear el conjunto. Spielberg nunca ha practicado un cine realista, ni siquiera cuando se basa en historias verídicas. Pero sí trata de ser creíble, por muy fantásticas que sean las aventuras que relata. En Los Fabelman hay una intención de sublimar la memoria a través de la estética, como muestra la escena del baile nocturno de la madre frente a los faros del coche. Y es que Spielberg idealiza las imágenes hasta el borde de lo relamido, por medio del tratamiento visual que Janusz Kaminski aporta a la fotografía y Michael Kahn al montaje. Más allá de la técnica impecable y de la planificación perfecta, el genio de Spielberg brilla en determinados instantes en los que irrumpe la inspiración y la sorpresa, como el plano de inicio en el que se presentan los personajes, o el plano final en el que el protagonista sale a caminar entre los edificios del estudio. Son fogonazos que llevan el sello de su autor y que alumbran los rincones de la película, proporcionando al espectador esa impresión tan genuina de estar viendo cine, simple y llanamente.

En este sentido, hay un cine intrínseco al estilo de Spielberg y un cine al que se alude, que son sus influencias declaradas: Cecil B. DeMille, el género bélico, el western y, sobre todo, John Ford, quien aparece representado de manera inesperada al final de la película por David Lynch. El legendario cineasta adopta la categoría de un Mago de Oz que revela al recién llegado el secreto de hacer cine, que no es otro que saber mirar.

A continuación, un emotivo vídeo que celebra los cincuenta años de colaboración entre Steven Spielberg y John Williams, cumplidos con Los Fabelman. Coincidiendo con la composición de esta música, el maestro nonagenario ha anunciado su retiro, cerrando así una de las alianzas artísticas más fructíferas y brillantes de la historia del cine.

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SILS MARIA. 2014, Olivier Assayas

Es difícil encontrar líneas maestras o claves de estilo en el cine de Olivier Assayas. En las últimas cuatro décadas, su trayectoria ha estado marcada por el eclecticismo y por la búsqueda constante de temas que son una exploración del propio cine. Por eso no es extraño su interés por retratar las contradicciones de la realidad y la ficción, así como la convivencia de lo personal y lo creativo personificada en escritores (Dobles vidas) o en actrices (Irma Vep). A estas últimas vuelve en Sils María, película capital dentro de la obra del director francés y en la que demuestra un grado de perfeccionamiento pocas veces alcanzado antes.

Lo primero que destaca de Sils María es su propuesta de metaficción a varios niveles, ya sean internos (personajes que representan a actrices) como externos (actrices que representan a personajes que representan a actrices). Detrás de este trabalenguas hay una reflexión profunda sobre la conducta humana, con una idea fundamental: las relaciones íntimas son también relaciones de poder. Juliette Binoche y Kristen Stewart encarnan, respectivamente, a una reputada actriz y a su asistente personal, un preámbulo del rol que luego interpretará Stewart en Personal shopper, el siguiente film de Assayas. Es emocionante contemplar en la pantalla el trabajo conjunto de ambas mujeres de nacionalidades y generaciones distintas, a las que se suma en el tercer acto Chloë Grace Moretz. El guion de Sils Maria establece un juego de espejos entre los personajes en el que a veces convergen las miradas y otras se distorsionan, con diálogos certeros y un inteligente uso de la elipsis que hace que el conjunto resulte muy sugerente.

Olivier Assayas consigue que el peso del texto no se imponga sobre las imágenes y dota a las palabras de la puesta en escena adecuada. La planificación es muy dinámica sin que se llegue a notar demasiado, lo cual es una virtud porque no distrae de lo esencial, que es el relato. Para ello, Assayas cuenta con la buena labor de sus dos colaboradores habituales durante los últimos tiempos: Marion Monnier y Yorick Le Saux. La primera lleva a cabo un montaje muy inteligente que en determinados momentos asume ciertos riesgos expresivos (las imágenes superpuestas de Stewart regresando en coche durante la madrugada) y que permite que las conversaciones y los detalles crezcan. Por su parte, Le Saux saca el máximo partido a la fotografía y dota de identidad a cada escenario, ya sean interiores o exteriores. Y es que el espacio es otro de los elementos primordiales de la película, ya desde el mismo título.

Sils María hace alusión a un paisaje montañoso en el sureste de Suiza, cerca de la frontera con Italia, donde se materializan los vínculos de los personajes. La naturaleza geográfica se funde con la humana y culmina en un fenómeno climatológico denominado la serpiente de Maloja, exclusivo de la zona y que en la película presagia un empeoramiento que no es solo atmosférico, también afecta a las protagonistas. La belleza de estas imágenes admite poca comparación y sublima la intimidad individual, recogiendo la herencia del romanticismo centroeuropeo. Por todo ello, Sils María es con probabilidad la película más redonda y compacta de un director que no suele amoldarse a fórmulas y que huye siempre de lo convencional, en esta ocasión acompañado de dos actrices en estado de gracia.

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TORI Y LOKITA. "Tori et Lokita" 2022, Jean-Pierre y Luc Dardenne

No es la primera vez que el cine de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne se adentra en el drama de la inmigración irregular. Títulos como La promesa, El silencio de Lorna o La chica desconocida han reflejado esta problemática desde distintas perspectivas, pero seguramente nunca antes con la rotundidad y la aspereza de Tori y Lokita, un mazazo para la conciencia del público acostumbrado a escuchar noticias terribles en los informativos sin llegar nunca a sentirse concernido por lo que le cuentan. Para eso se hacen películas así: para dejar constancia de lo que sucede en las orillas del estado del bienestar, de modo crudo pero sin sensacionalismo, apelando a la empatía pero sin masajear el ego de las buenas intenciones. Es un equilibrio complejo que los dos cineastas belgas practican de manera ejemplar, más teniendo en cuenta que ambos bordean los setenta años y no muestran síntomas de acomodarse.

El argumento de Tori y Lokita sigue los pasos de dos jóvenes que conviven en un centro de internamiento y que tratan de salir adelante aceptando trabajos precarios, trapicheando y enfrentándose a los requisitos legales que les impiden regularizar su situación. La película comienza como una crónica social y termina convertida en un thriller de consecuencias trágicas, próxima al género de terror. Todo narrado con un naturalismo que traspasa la pantalla y que evita el maniqueísmo y la propaganda de la miseria en la que incurren otras producciones de vocación samaritana. No, los directores sienten el máximo respeto por los personajes y por el público, tendiendo un puente entre ambos sostenido por la mirada.

Y es que la mirada contiene una gran importancia en el cine de los Dardenne. Lo que mira el espectador y lo que miran los personajes no siempre coincide, hay un espacio intermedio que debe ser completado a través de elipsis (la escena de Tori escondido bajo la cama de Lokita mientras es extorsionada) o del fuera de campo (el encuentro final entre el captor y su presa en la carretera). Estos y otros muchos momentos inciden en el punto de vista como recurso que unas veces niega y otras acompaña, siempre y cuando se cuente con la complicidad de quien ocupa la butaca. Por eso es un cine tan estimulante, porque hace trabajar al cerebro a través de los detalles y sin abandonar nunca la emoción.

La imagen inicial que abre el film es un primer plano de Lokita. Después habrá muchos más porque el plano corto es la herramienta perfecta para apoyar todo lo dicho antes. Del mismo modo, la cámara en mano y la puesta en escena siempre en favor del verismo refuerzan la credibilidad del relato, a lo que contribuyen las interpretaciones de los actores, que en el caso de los protagonistas no son profesionales. Tori y Lokita perpetúa el estilo de los hermanos Dardenne y supone un nuevo eslabón dentro de una cinematografía exigente, pulcra y sin concesiones, que parece más una misión en la vida que una dedicación laboral.

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DIAL 1119. 1950, Gerald Mayer

A primera vista, podría parecer que Gerald Mayer es un caso más de nepotismo dentro de la industria del cine. Con treinta años debutó en la dirección auspiciado por el estudio Metro-Goldwyn-Mayer, uno de los más importantes durante la primera mitad del siglo XX, que era propiedad del todopoderoso Louis B. Mayer... a la sazón, tío de Gerald. Sin embargo, el director novato no contó con un gran presupuesto ni con estrellas en el cartel. Al contrario: Dial 1119 es un noir de serie B que sitúa buena parte de la acción en escenarios únicos y con un grupo reducido de personajes. Lo cual no le impide ser una película contundente y certera, que sin duda merece más reconocimiento del que ha tenido a lo largo de los años.

El guion escrito por John Monks Jr. comienza como un mosaico de situaciones dispersas que sirve para presentar a los personajes: una mujer de mediana edad que todavía vive con su madre y que desea disfrutar de una escapada de fin de semana, un periodista harto de no dar nunca con noticias relevantes que abandona el periódico donde trabaja, un camarero a punto de ser padre, una prostituta que aguarda a los clientes entre copa y copa... y varios más, entre los que se cuela un joven perturbado que les toma a todos como rehenes en un bar sitiado por la policía y los medios de comunicación. Una historia así se presta al retrato de diversos perfiles humanos y al desarrollo de una tensión que va en aumento según se desarrollan los apenas setenta y cinco minutos de metraje. Y es que todo es pequeño en Dial 1119, menos el resultado.

Hay otros títulos de la década de los cincuenta que siguen esta misma fórmula del conjunto de personajes retenido en un espacio común por una o varias personas armadas (SuddenlyThe desperate hours). La virtud de Dial 1119 reside en dos aspectos fundamentales: por un lado, la manera que emplea Mayer de conectar las escenas mediante elementos visuales y sonoros, obteniendo una fluidez narrativa que permite que todas las piezas se engarcen con naturalidad. Así, la radio y la televisión ejercen de vasos comunicantes entre los distintos escenarios y agilizan el ritmo que mantiene el relato.

El otro factor destacable son los cuestionamientos que el film contiene en torno a las jerarquías de poder y a la sociedad de la comunicación, capaz de convertir a personas anónimas en héroes o villanos según las necesidades del público. Temas de plena vigencia que hacen de Dial 1119 un entretenimiento mordaz y a la vez gozoso, que trasciende su condición de producto de segunda categoría y se eleva a la altura de clásico del cine negro. A pesar de lo ajustado del presupuesto, Gerald Mayer logra una factura visual impecable y una buena labor por parte de los actores y actrices que integran el reparto. El director completó su trayectoria cinematográfica con cinco películas más antes de centrarse por completo en las series televisivas, donde seguiría practicando este formato breve y conciso durante mucho tiempo, una vez que su influyente tío había muerto.

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ALMAS EN PENA DE INISHERIN. "The banshees of Inisherin" 2022, Martin McDonagh

Las películas de Martin McDonagh están construidas en base a lugares concretos. Por eso, no es casualidad que casi todos los títulos que ha dirigido contengan una localización que define a los personajes, ya sea por identificación o por contraste. Así sucede en Almas en pena de Inisherin, cuarto largometraje del cineasta británico que se traslada a la tierra de sus padres para hacer un retrato de la Irlanda rural de los años veinte del siglo pasado.

Lo primero que se percibe es el contraste entre lo que se ve y lo que se cuenta. Las imágenes del film muestran un entorno tradicional de gran belleza: prados verdes al borde del mar, acantilados de piedra, casitas que salpican el paisaje, carros que cruzan los caminos... hay incluso un fabuloso arcoíris en la secuencia que abre el film. Poco a poco, se va desvelando la naturaleza de los habitantes que pueblan ese hermoso lugar: hombres embrutecidos por la soledad que ocupan su tiempo bebiendo, mujeres sin más dedicación que el chismorreo malintencionado, jóvenes faltos de perspectivas de futuro... todo ello mientras se escucha el combate de una guerra civil cercana, que a nadie importa.

Como es habitual en su cine, McDonagh emplea la comedia negra para dar forma a una fábula que trata sobre las relaciones humanas. El guion describe la ruptura de la amistad entre dos hombres de sensibilidades distintas interpretados por Colin Farell y Brendan Gleeson, actores recurrentes del director. Una de las virtudes del film es que se inicia con el conflicto ya en marcha, sin que el público haya sido testigo de los antecedentes que lo detonan más que en su imaginación. Esto permite recrear una película previa a la que se ve en la pantalla y que asoma en los diálogos y las actitudes de los personajes, depositando una gran importancia en los detalles. Y eso que Almas en pena de Inisherin no es precisamente sutil. La narración se toma su tiempo y se recrea en el diseño de producción y en la fotografía, ambos apartados muy cuidados. Sin embargo, McDonagh parece no confiar en la perspicacia del espectador y tiende a explicarlo todo en exceso, bien sea utilizando los recursos de la palabra o de la imagen. Los diálogos resultan a veces un tanto expositivos y el montaje incurre en una abundancia de planos que no contribuyen al desarrollo dramático. Para contar que dos personajes se cruzan en un sendero, por ejemplo, McDonagh es capaz de fragmentar la acción en una docena de cortes que no vienen al caso. Es como si Almas en pena de Inisherin se valiera de la retórica visual para evitar que el espectador se aburra, lo cual es una paradoja, porque uno de los temas principales es el aburrimiento y sus consecuencias.

Esta hiperactividad del lenguaje cinematográfico rompe el carácter íntimo que busca la película y la vuelve más convencional de lo que anunciaba su premisa. Es verdad que el tono en general esquiva el naturalismo y bordea la desmesura en la representación de las situaciones y los personajes. La labor de los actores protagonistas y sus compañeros (Kerry Condon y Barry Keoghan) son buen ejemplo de ello, pero también es cierto que un poco de austeridad en la planificación y de sugerencia en el relato hubieran redondeado el conjunto y, sobre todo, lo hubieran hecho más coherente y compacto. Aun así, Almas en pena de Inisherin se ve con agrado y contiene agudas reflexiones sobre la condición humana que vale la pena tener en cuenta.

A continuación pueden escuchar uno de los temas que integran la música compuesta por Carter Burwell. No es la primera vez que el autor norteamericano indaga en los sonidos irlandeses, que en esta partitura aborda de manera sucinta, casi minimalista. Relájense y disfruten:

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RUIDO DE FONDO. "White noise" 2022, Noah Baumbach

Por primera vez, Noah Baumbach parte de una obra literaria para explorar nuevos caminos dentro de su filmografía. Y no elige un texto cualquiera, sino Ruido de fondo, novela de Don DeLillo que plantea retos en cuanto a trasladar a la pantalla cuestiones graves como el miedo a la muerte o la incidencia de la tecnología en la vida cotidiana, pero en clave de comedia mordaz. Baumbach despliega todas sus dotes como cineasta para imprimir energía en esta sátira ambientada en los años ochenta, que sigue hablando al espectador de hoy.

Al igual que el libro, el film está dividido en tres segmentos separados por elipsis temporales que retratan a una familia norteamericana residente en los suburbios de una ciudad del medio-Oeste. Los padres están interpretados por actores que repiten con el director: Adam Driver y Greta Gerwig. Él es un catedrático reconocido de Hitlerología que da clases en la Universidad, mientras que ella se encarga de mantener el hogar y la abundante prole que han ido acumulando de anteriores matrimonios. Las escenas de conjunto recuerdan mucho al cine de Spielberg de aquella época, esos hogares destartalados donde todos hablan al mismo tiempo y las relaciones de poder se dirimen entre la televisión y la nevera. Ruido de fondo tiene un reparto coral que supera los límites del espacio doméstico y se expande por la región, ya que en el segundo acto se produce una emergencia tóxica que obliga a la población a abandonar sus hogares. Sin renunciar nunca a la comedia, Baumbach hace transitar la película por otros géneros hasta oscurecerse de manera definitiva en el tercer acto... al menos, hasta la llegada del desenlace.

Sobra decir que Ruido de fondo juega a romper cualquier expectativa creada durante el desarrollo y que es muy poco convencional. En todo caso, la definición en la que mejor encaja es la de farsa sobre la sociedad de consumo y el modelo de vida supuestamente avanzado que impera en los Estados Unidos. No conviene desvelar aspectos de la trama para no eliminar el factor sorpresa, que es uno de los alicientes del film. Otro es el tono empleado por el director para contar la historia. Baumbach se muestra impetuoso en el guion y dinámico con la cámara para seguir las evoluciones de los personajes, ajustando su estilo a las necesidades de un proyecto más ambicioso que los anteriores. Este cambio le obliga a redoblar esfuerzos en cuanto a imaginación y destreza técnica: hay guiños a Hitchcock (el plano que atraviesa el campamento nocturno hasta terminar en la pastilla que se traga la madre), además de filigranas visuales como la búsqueda del medicamento entre la basura por parte del padre en el trastero. El estilo desarrollado por el director tiene una gran proliferación de encuadres y de ángulos, siempre buscando la mayor expresividad de las acciones y los personajes. Buen ejemplo de ello es la escena del discurso sobre las madres de Hitler y Elvis (en la que interviene Don Cheadle) que logra envolver al espectador en la retórica desquiciada de los ponentes mediante los recursos de la imagen. Y la palabra, claro.

Habrá quien acuse en Ruido de fondo un exceso de literalidad en los diálogos, y no le faltará razón. Sin embargo, en este caso existe una justificación y es que la ausencia de "conversaciones naturales" responde al afán por acercar la película al artificio esperpéntico, algo que Baumbach consigue también en términos visuales en compañía de Lol Crawley, cuya fotografía refuerza la irrealidad del conjunto (atención a la secuencia final en el motel). En suma, Ruido de fondo conjuga con acierto su disparidad de elementos narrativos y dramáticos, gracias a un diseño de producción muy elaborado, a la entregada labor de los actores y al pulso de Noah Baumbach, director que sigue dejando patente su inteligencia, lucidez y, sobre todo, su sentido del humor.

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