SILS MARIA. 2014, Olivier Assayas

Es difícil encontrar líneas maestras o claves de estilo en el cine de Olivier Assayas. En las últimas cuatro décadas, su trayectoria ha estado marcada por el eclecticismo y por la búsqueda constante de temas que son una exploración del propio cine. Por eso no es extraño su interés por retratar las contradicciones de la realidad y la ficción, así como la convivencia de lo personal y lo creativo personificada en escritores (Dobles vidas) o en actrices (Irma Vep). A estas últimas vuelve en Sils María, película capital dentro de la obra del director francés y en la que demuestra un grado de perfeccionamiento pocas veces alcanzado antes.

Lo primero que destaca de Sils María es su propuesta de metaficción a varios niveles, ya sean internos (personajes que representan a actrices) como externos (actrices que representan a personajes que representan a actrices). Detrás de este trabalenguas hay una reflexión profunda sobre la conducta humana, con una idea fundamental: las relaciones íntimas son también relaciones de poder. Juliette Binoche y Kristen Stewart encarnan, respectivamente, a una reputada actriz y a su asistente personal, un preámbulo del rol que luego interpretará Stewart en Personal shopper, el siguiente film de Assayas. Es emocionante contemplar en la pantalla el trabajo conjunto de ambas mujeres de nacionalidades y generaciones distintas, a las que se suma en el tercer acto Chloë Grace Moretz. El guion de Sils Maria establece un juego de espejos entre los personajes en el que a veces convergen las miradas y otras se distorsionan, con diálogos certeros y un inteligente uso de la elipsis que hace que el conjunto resulte muy sugerente.

Olivier Assayas consigue que el peso del texto no se imponga sobre las imágenes y dota a las palabras de la puesta en escena adecuada. La planificación es muy dinámica sin que se llegue a notar demasiado, lo cual es una virtud porque no distrae de lo esencial, que es el relato. Para ello, Assayas cuenta con la buena labor de sus dos colaboradores habituales durante los últimos tiempos: Marion Monnier y Yorick Le Saux. La primera lleva a cabo un montaje muy inteligente que en determinados momentos asume ciertos riesgos expresivos (las imágenes superpuestas de Stewart regresando en coche durante la madrugada) y que permite que las conversaciones y los detalles crezcan. Por su parte, Le Saux saca el máximo partido a la fotografía y dota de identidad a cada escenario, ya sean interiores o exteriores. Y es que el espacio es otro de los elementos primordiales de la película, ya desde el mismo título.

Sils María hace alusión a un paisaje montañoso en el sureste de Suiza, cerca de la frontera con Italia, donde se materializan los vínculos de los personajes. La naturaleza geográfica se funde con la humana y culmina en un fenómeno climatológico denominado la serpiente de Maloja, exclusivo de la zona y que en la película presagia un empeoramiento que no es solo atmosférico, también afecta a las protagonistas. La belleza de estas imágenes admite poca comparación y sublima la intimidad individual, recogiendo la herencia del romanticismo centroeuropeo. Por todo ello, Sils María es con probabilidad la película más redonda y compacta de un director que no suele amoldarse a fórmulas y que huye siempre de lo convencional, en esta ocasión acompañado de dos actrices en estado de gracia.