ALMAS EN PENA DE INISHERIN. "The banshees of Inisherin" 2022, Martin McDonagh

Las películas de Martin McDonagh están construidas en base a lugares concretos. Por eso, no es casualidad que casi todos los títulos que ha dirigido contengan una localización que define a los personajes, ya sea por identificación o por contraste. Así sucede en Almas en pena de Inisherin, cuarto largometraje del cineasta británico que se traslada a la tierra de sus padres para hacer un retrato de la Irlanda rural de los años veinte del siglo pasado.

Lo primero que se percibe es el contraste entre lo que se ve y lo que se cuenta. Las imágenes del film muestran un entorno tradicional de gran belleza: prados verdes al borde del mar, acantilados de piedra, casitas que salpican el paisaje, carros que cruzan los caminos... hay incluso un fabuloso arcoíris en la secuencia que abre el film. Poco a poco, se va desvelando la naturaleza de los habitantes que pueblan ese hermoso lugar: hombres embrutecidos por la soledad que ocupan su tiempo bebiendo, mujeres sin más dedicación que el chismorreo malintencionado, jóvenes faltos de perspectivas de futuro... todo ello mientras se escucha el combate de una guerra civil cercana, que a nadie importa.

Como es habitual en su cine, McDonagh emplea la comedia negra para dar forma a una fábula que trata sobre las relaciones humanas. El guion describe la ruptura de la amistad entre dos hombres de sensibilidades distintas interpretados por Colin Farell y Brendan Gleeson, actores recurrentes del director. Una de las virtudes del film es que se inicia con el conflicto ya en marcha, sin que el público haya sido testigo de los antecedentes que lo detonan más que en su imaginación. Esto permite recrear una película previa a la que se ve en la pantalla y que asoma en los diálogos y las actitudes de los personajes, depositando una gran importancia en los detalles. Y eso que Almas en pena de Inisherin no es precisamente sutil. La narración se toma su tiempo y se recrea en el diseño de producción y en la fotografía, ambos apartados muy cuidados. Sin embargo, McDonagh parece no confiar en la perspicacia del espectador y tiende a explicarlo todo en exceso, bien sea utilizando los recursos de la palabra o de la imagen. Los diálogos resultan a veces un tanto expositivos y el montaje incurre en una abundancia de planos que no contribuyen al desarrollo dramático. Para contar que dos personajes se cruzan en un sendero, por ejemplo, McDonagh es capaz de fragmentar la acción en una docena de cortes que no vienen al caso. Es como si Almas en pena de Inisherin se valiera de la retórica visual para evitar que el espectador se aburra, lo cual es una paradoja, porque uno de los temas principales es el aburrimiento y sus consecuencias.

Esta hiperactividad del lenguaje cinematográfico rompe el carácter íntimo que busca la película y la vuelve más convencional de lo que anunciaba su premisa. Es verdad que el tono en general esquiva el naturalismo y bordea la desmesura en la representación de las situaciones y los personajes. La labor de los actores protagonistas y sus compañeros (Kerry Condon y Barry Keoghan) son buen ejemplo de ello, pero también es cierto que un poco de austeridad en la planificación y de sugerencia en el relato hubieran redondeado el conjunto y, sobre todo, lo hubieran hecho más coherente y compacto. Aun así, Almas en pena de Inisherin se ve con agrado y contiene agudas reflexiones sobre la condición humana que vale la pena tener en cuenta.

A continuación pueden escuchar uno de los temas que integran la música compuesta por Carter Burwell. No es la primera vez que el autor norteamericano indaga en los sonidos irlandeses, que en esta partitura aborda de manera sucinta, casi minimalista. Relájense y disfruten: