Asuntos de familia. "Omor shakhsiya" 2016, Maha Haj

Lo escribió Leon Tolstoi en el comienzo de Ana Karerina: "Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada". La directora debutante Maha Haj parece regirse por esta sentencia a la hora de elaborar una película como Asuntos de familia. Y es que la familia sigue siendo un tema inagotable, ya sea desde el drama o la comedia, la crítica o la alabanza, el realismo o la ficción... En su opera prima, Haj practica todas estas posibilidades y algunas más, abarcando la totalidad del conjunto a través del detalle.
La cineasta israelí construye la trama mediante una sucesión de escenas de corte naturalista, en las que los diferentes personajes (padres, abuelos, hijos, hermanos...) evolucionan sin que nunca llegue a quedar claro cuál es el objetivo en común. Esto, que podría parecer un defecto, contradice lo que suele ser habitual en las películas corales divididas por episodios, la necesidad de un desenlace con moraleja que reconforte al espectador. Pero Asuntos de familia no incurre en evidencias. En lugar de quedarse en el boceto, la película dibuja un paisaje que suma pinceladas diversas, para que la historia trascienda el localismo y adopte una dimensión universal. De esta manera, las actitudes de los personajes resultan reconocibles a pesar de las complicaciones sociales y políticas que vive la población separada por la frontera entre Ramala y Nazaret, ciudades donde transcurre la mayoría de la acción. El hijo mayor de la familia aporta la mirada del exilio desde Suecia, un punto de vista equidistante que, valga la paradoja, favorece una parte de la solución a los conflictos de parentesco.
Con un estilo cinematográfico sencillo pero efectivo, Haj pone el acento en el desarrollo de los personajes a través de diálogos que los actores interpretan con convicción, así como escenas puramente visuales que resultan muy expresivas (la visita al mar del mecánico, el baile en la sala de interrogatorios). Estos elementos de carácter simbólico separan a Asuntos de familia del grueso de producciones que denuncian la diáspora en Oriente Medio, lo que no resta legitimidad al trabajo de Haj. Su alegato es comedido, sí, pero aborda las consecuencias más inmediatas del conflicto: el perjuicio en las relaciones personales, la ausencia de libre circulación, la carestía de productos comunes... Política real y del día a día, que es la primera que afecta al ciudadano.
Por estos y otros motivos, hay que dar la bienvenida a Maha Haj y recibir Asuntos de familia como una refrescante propuesta capaz de conjugar la mirada humanista con el discurso de combate. En definitiva, es cine necesario para comprender que más allá de las circunstancias están las personas, y que son éstas las únicas que proyectan una perspectiva real sobre los problemas que inventan los gobernantes.

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Rara. 2016, Pepa San Martín

Siempre hay más de una manera de contar una historia. Factores como el género, la intención del autor o el punto de vista determinan el enfoque de la narración, por eso hay fórmulas que nunca se agotan, como la de "chico conoce chica..." Siglos de civilización y seguimos entretenidos con los mismos cuentos. La habilidad de cualquier relator consiste en encontrar la perspectiva adecuada, esa que no traiciona la idea original y que convierte la experiencia del espectador en un estímulo.
La debutante Pepa San Martín es consciente de todo esto a la hora de plantear una película como Rara. La trama de esta producción chilena no es nueva: un matrimonio divorciado se disputa la custodia de las hijas, circunstancia que tensa las relaciones familiares y otorga a las menores el papel de víctimas. Las diferencias residen en que la pareja que corre el riesgo de perder a las niñas es homosexual, y que la ficción está vista desde los ojos de una de las pequeñas. Esta decisión esquiva las posibles tentaciones sentimentales y el melodrama en el que pudiera incurrir Rara, en favor del naturalismo y el comedimiento.
La película comienza con un largo plano secuencia que sigue los pasos de Sara, la niña protagonista, a través del colegio donde estudia. Tras recorrer las estancias en solitario, al fin topa con unos compañeros que insisten en que se una a ellos. Sara declina la invitación y aparece el título del film en la pantalla. Rara adquiere entonces un doble sentido: por un lado se refiere a la condición de la niña respecto a los demás alumnos, y por otro lado está definiendo el propio carácter de la película, que huye de las convenciones que abundan en el género. San Martín es cuidadosa a la hora de manejar el material sensible que tiene entre manos, y emplea la mesura y el costumbrismo para aligerar la gravedad del relato.
Aunque el contenido de Rara está pegado con fuerza a la realidad, San Martín evita la militancia y el panfleto tratando de no diluir el mensaje entre proclamas que lleguen sólo a los convencidos. De esta manera la película adquiere un alcance universal, más allá de edades o condiciones sexuales, mediante el tono intimista que definen desde la interpretación las actrices Mariana Loyola y Agustina Muñoz. Ellas encarnan con credibilidad a la pareja lesbiana, a su vez el espejo de tantos casos reales en los que se inspira la película. Mención aparte merece la niña Julia Lübbert, quien debuta a los catorce años con un personaje tan reconocible que deja de serlo para convertirse en persona. No hay asomo de fingimiento en ninguna de las tres, a las que se suma la hermana pequeña y el resto de compañeros del reparto.
En definitiva, Rara pertenece a ese tipo de cine que practica la reivindicación sin evidencias, poniendo en cuestión los prejuicios y las debilidades de las supuestas sociedades avanzadas. Aunque la acción se sitúa en Chile, bien podría suceder en España, Irlanda, Polonia y tantos otros países cuya tradición y costumbres favorecen la marginación de los que salen de la santa norma. Por todos estos motivos, Rara es una película necesaria.

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El invierno. 2017, Emiliano Torres

Tras dos décadas desempeñando el oficio de ayudante de dirección, Emiliano Torres asume el reto de dirigir su primer largometraje con El invierno. Una película que entronca con la tradición del realismo introspectivo y de la relación del hombre con la naturaleza, mediante una trama en la que se narra el relevo de un viejo capataz por un joven recién llegado a una finca situada en mitad de la Patagonia argentina. De manera parca y serena, el film establece una analogía entre la aridez de los personajes y el paisaje, dando protagonismo al silencio y a las acciones más comunes que se desarrollan en el campo.
Visto así, puede parecer que El invierno ofrece un ejercicio contemplativo no apto para espectadores inquietos. Y aunque en apariencia las imágenes de la película mantienen un ritmo sosegado y la austeridad en las formas, en realidad Torres hace que las tensiones e inquietudes de los personajes fluyan por los subterráneos de la ficción, dejando que el público interprete el drama que se adivina en la pantalla. Es por eso un film participativo, que propone y no dispone, que sugiere y no muestra. Esta sensación se evidencia en el tercer acto del guión, cuando El invierno adopta las claves del western que ya habían asomado en los dos actos anteriores. 
Sobra decir que, por encima de los dos personajes que protagonizan la historia, encarnados con credibilidad por el veterano Alejandro Sieveking y el casi debutante Cristian Saguero, se impone la presencia de la estepa patagónica como un ser con vida propia, que observa, se expande y amenaza, que asemeja respirar a través del viento. El director de fotografía Ramiro Civita saca el máximo partido de la amplia paleta de colores y de las diferentes luces que transforman el entorno, no buscando la postal turística ni la idealización, sino tratando de capturar los matices que aporten la mayor expresividad. Se trata de una película que transmite frialdad ya desde el mismo título, y las imágenes resultan decisivas para reforzar el espíritu absorto y distanciado que flota sobre la narración.
Por todos estos motivos, debe reconocerse el valor de Emiliano Torres a la hora de acometer un proyecto nada fácil, que incluye algunos elementos simbólicos (el caballito de madera con la pata rota, el anciano perro que acompaña al capataz), dentro de la verosimilitud del conjunto. En suma, El invierno es una opera prima sorprendente, que logra algo tan complejo como es turbar desde la quietud y elaborar un discurso sobre las dobleces de la condición humana a través del silencio.
A continuación, unas declaraciones del director que añaden información y algunas curiosidades acerca de la producción de El invierno:

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Lady Bird. 2017, Greta Gerwig

Tal vez porque la adolescencia es una de las etapas más complicadas de la vida, resulta también difícil reflejarla en la ficción. Por eso la mayoría de las producciones convencionales suelen recurrir al tópico y a la banalización para tratar de abarcar unas señas de identidad que, por su propia naturaleza, son inabarcables. Este reto es asumido por toda clase de narradores con desigual fortuna, entre los que se cuenta Greta Gerwig, quien en su primera película en solitario ha sido capaz de dirigir un conciso retrato de la pubertad.
Lady Bird es una comedia de sabor agridulce, que logra provocar sonrisas sin eludir la reflexión y el sentimiento. El texto firmado por Gerwig adopta el tono adecuado para transmitir emociones, desarrollar un buen número de personajes y asomarse al universo femenino sin complejos ni maternalismos que edulcoren el resultado. La película presenta una variedad de mujeres creíbles, magníficamente interpretadas por Saoirse Ronan, Laurie Metcalf y un amplio reparto de actrices y actores elegidos con acierto. Las dos primeras dan vida a la protagonista adolescente y su madre, personajes compuestos con maestría y cuya relación vertebra un relato plagado de criaturas que, no por peculiares, dejan de ser realistas. Esta es una de las habilidades de la directora: saber proyectar una mirada atenta y curiosa sobre hechos que se consideran cotidianos, en un intento de plantear preguntas que estimulen al público en vez de ofrecer respuestas fáciles.
Con el mismo estilo sencillo y directo con el que Gerwig articula la narración, también diseña la puesta en escena y el aspecto visual de Lady Bird. Las imágenes de luces y colores naturalistas, los encuadres y las composiciones son siempre coherentes con lo que se cuenta, otorgando relevancia al desarrollo de los personajes y al trabajo de los actores. Por eso es fácil sentirse aludido por cuanto sucede en la pantalla, ya que la película habla de tú a tú al espectador, demostrando un humanismo sin concesiones a la galería. Bajo su apariencia fresca y desenfadada, Lady Bird es una joya escrita con meticulosidad, interpretada con inspiración y dirigida con pulso por Greta Gerwig, una autora que deberá ser tenida en cuenta en adelante.

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La librería. "The bookshop" 2017, Isabel Coixet

No es la primera vez que Isabel Coixet adapta un texto literario para darle forma de película. Lo hizo anteriormente con Mi vida sin mí y Elegy, dos films que, al igual que La librería, Coixet conduce a su terreno. Un lugar donde priman los sentimientos sin sentimentalismos fáciles, la sensibilidad sin sensiblerías. La directora catalana tiene un ajustado sentido de la medida que le permite contar historias tremendas sin chapotear en el exceso, una cualidad que unida a un buen guión y unos actores convincentes, ofrece notables resultados. Es verdad que esto no siempre sucede. Pero cuando todas las piezas encajan, brillan aciertos como La librería.
Ambientada a finales de los años cincuenta en un pequeño pueblo de la costa Este de Inglaterra, la historia que narra La librería contiene suficientes elementos dramáticos como para convocar las emociones: la protagonista es una joven viuda que trata de cumplir el sueño de abrir una librería contra todas las adversidades posibles, estableciendo con unos vecinos relaciones de complicidad y con otros de enfrentamiento. Se trata de una parábola sobre el coraje y la relatividad del triunfo y el fracaso, circunstancias que Coixet aprovecha para rendir tributo a la literatura como símbolo de la razón y el entendimiento. Las buenas intenciones de la directora son expuestas a modo de cuento (hay una voz en off que sitúa algunas de las acciones, un entorno idílico, personajes buenos y malos), pero sin caer en la ingenuidad ni el edulcoramiento que suelen banalizar esta clase de relatos. Al contrario: las tormentas internas de los personajes nunca llegan a estallar y hay un suave tono de comedia que aligera el conjunto.
La fotografía y la música de la película vienen firmadas por dos miembros de la familia Coixet, Jean-Claude Larrieu y Alfonso Vilallonga, cuyos trabajos participan de la contención general, en la que también intervienen de manera decisiva los actores Emily Mortimer, Bill Nighy y Patricia Clarkson (no así James Lance, lo cual es premeditado). Tanto ellos como sus compañeros de reparto definen bien a los personajes mediante la interpretación y todo lo que le rodea: el vestuario, la peluquería, el maquillaje... porque ante todo, La librería es una película que otorga gran importancia a los detalles y que pone cuidado en cada uno de los aspectos de la producción. En suma, nos encontramos ante una hermosa adaptación de la novela original de Penelope Fitzgerald y una de las películas más redondas de Isabel Coixet, quien hace suyo este material ajeno hasta convertirlo en la precisa representación de sus inquietudes personales y profesionales.
A continuación, una breve explicación por parte de Coixet de la que considera su secuencia favorita del film... en realidad, una excusa tan buena como cualquier otra para apuntar algunas claves de su estilo:

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