Siempre hay más de una manera de contar una historia. Factores como el género, la intención del autor o el punto de vista determinan el enfoque de la narración, por eso hay fórmulas que nunca se agotan, como la de "chico conoce chica..." Siglos de civilización y seguimos entretenidos con los mismos cuentos. La habilidad de cualquier relator consiste en encontrar la perspectiva adecuada, esa que no traiciona la idea original y que convierte la experiencia del espectador en un estímulo.
La debutante Pepa San Martín es consciente de todo esto a la hora de plantear una película como Rara. La trama de esta producción chilena no es nueva: un matrimonio divorciado se disputa la custodia de las hijas, circunstancia que tensa las relaciones familiares y otorga a las menores el papel de víctimas. Las diferencias residen en que la pareja que corre el riesgo de perder a las niñas es homosexual, y que la ficción está vista desde los ojos de una de las pequeñas. Esta decisión esquiva las posibles tentaciones sentimentales y el melodrama en el que pudiera incurrir Rara, en favor del naturalismo y el comedimiento.
La película comienza con un largo plano secuencia que sigue los pasos de Sara, la niña protagonista, a través del colegio donde estudia. Tras recorrer las estancias en solitario, al fin topa con unos compañeros que insisten en que se una a ellos. Sara declina la invitación y aparece el título del film en la pantalla. Rara adquiere entonces un doble sentido: por un lado se refiere a la condición de la niña respecto a los demás alumnos, y por otro lado está definiendo el propio carácter de la película, que huye de las convenciones que abundan en el género. San Martín es cuidadosa a la hora de manejar el material sensible que tiene entre manos, y emplea la mesura y el costumbrismo para aligerar la gravedad del relato.
Aunque el contenido de Rara está pegado con fuerza a la realidad, San Martín evita la militancia y el panfleto tratando de no diluir el mensaje entre proclamas que lleguen sólo a los convencidos. De esta manera la película adquiere un alcance universal, más allá de edades o condiciones sexuales, mediante el tono intimista que definen desde la interpretación las actrices Mariana Loyola y Agustina Muñoz. Ellas encarnan con credibilidad a la pareja lesbiana, a su vez el espejo de tantos casos reales en los que se inspira la película. Mención aparte merece la niña Julia Lübbert, quien debuta a los catorce años con un personaje tan reconocible que deja de serlo para convertirse en persona. No hay asomo de fingimiento en ninguna de las tres, a las que se suma la hermana pequeña y el resto de compañeros del reparto.
En definitiva, Rara pertenece a ese tipo de cine que practica la reivindicación sin evidencias, poniendo en cuestión los prejuicios y las debilidades de las supuestas sociedades avanzadas. Aunque la acción se sitúa en Chile, bien podría suceder en España, Irlanda, Polonia y tantos otros países cuya tradición y costumbres favorecen la marginación de los que salen de la santa norma. Por todos estos motivos, Rara es una película necesaria.
La debutante Pepa San Martín es consciente de todo esto a la hora de plantear una película como Rara. La trama de esta producción chilena no es nueva: un matrimonio divorciado se disputa la custodia de las hijas, circunstancia que tensa las relaciones familiares y otorga a las menores el papel de víctimas. Las diferencias residen en que la pareja que corre el riesgo de perder a las niñas es homosexual, y que la ficción está vista desde los ojos de una de las pequeñas. Esta decisión esquiva las posibles tentaciones sentimentales y el melodrama en el que pudiera incurrir Rara, en favor del naturalismo y el comedimiento.
La película comienza con un largo plano secuencia que sigue los pasos de Sara, la niña protagonista, a través del colegio donde estudia. Tras recorrer las estancias en solitario, al fin topa con unos compañeros que insisten en que se una a ellos. Sara declina la invitación y aparece el título del film en la pantalla. Rara adquiere entonces un doble sentido: por un lado se refiere a la condición de la niña respecto a los demás alumnos, y por otro lado está definiendo el propio carácter de la película, que huye de las convenciones que abundan en el género. San Martín es cuidadosa a la hora de manejar el material sensible que tiene entre manos, y emplea la mesura y el costumbrismo para aligerar la gravedad del relato.
Aunque el contenido de Rara está pegado con fuerza a la realidad, San Martín evita la militancia y el panfleto tratando de no diluir el mensaje entre proclamas que lleguen sólo a los convencidos. De esta manera la película adquiere un alcance universal, más allá de edades o condiciones sexuales, mediante el tono intimista que definen desde la interpretación las actrices Mariana Loyola y Agustina Muñoz. Ellas encarnan con credibilidad a la pareja lesbiana, a su vez el espejo de tantos casos reales en los que se inspira la película. Mención aparte merece la niña Julia Lübbert, quien debuta a los catorce años con un personaje tan reconocible que deja de serlo para convertirse en persona. No hay asomo de fingimiento en ninguna de las tres, a las que se suma la hermana pequeña y el resto de compañeros del reparto.
En definitiva, Rara pertenece a ese tipo de cine que practica la reivindicación sin evidencias, poniendo en cuestión los prejuicios y las debilidades de las supuestas sociedades avanzadas. Aunque la acción se sitúa en Chile, bien podría suceder en España, Irlanda, Polonia y tantos otros países cuya tradición y costumbres favorecen la marginación de los que salen de la santa norma. Por todos estos motivos, Rara es una película necesaria.