Rara. 2016, Pepa San Martín

Siempre hay más de una manera de contar una historia. Factores como el género, la intención del autor o el punto de vista determinan el enfoque de la narración, por eso hay fórmulas que nunca se agotan, como la de "chico conoce chica..." Siglos de civilización y seguimos entretenidos con los mismos cuentos. La habilidad de cualquier relator consiste en encontrar la perspectiva adecuada, esa que no traiciona la idea original y que convierte la experiencia del espectador en un estímulo.
La debutante Pepa San Martín es consciente de todo esto a la hora de plantear una película como Rara. La trama de esta producción chilena no es nueva: un matrimonio divorciado se disputa la custodia de las hijas, circunstancia que tensa las relaciones familiares y otorga a las menores el papel de víctimas. Las diferencias residen en que la pareja que corre el riesgo de perder a las niñas es homosexual, y que la ficción está vista desde los ojos de una de las pequeñas. Esta decisión esquiva las posibles tentaciones sentimentales y el melodrama en el que pudiera incurrir Rara, en favor del naturalismo y el comedimiento.
La película comienza con un largo plano secuencia que sigue los pasos de Sara, la niña protagonista, a través del colegio donde estudia. Tras recorrer las estancias en solitario, al fin topa con unos compañeros que insisten en que se una a ellos. Sara declina la invitación y aparece el título del film en la pantalla. Rara adquiere entonces un doble sentido: por un lado se refiere a la condición de la niña respecto a los demás alumnos, y por otro lado está definiendo el propio carácter de la película, que huye de las convenciones que abundan en el género. San Martín es cuidadosa a la hora de manejar el material sensible que tiene entre manos, y emplea la mesura y el costumbrismo para aligerar la gravedad del relato.
Aunque el contenido de Rara está pegado con fuerza a la realidad, San Martín evita la militancia y el panfleto tratando de no diluir el mensaje entre proclamas que lleguen sólo a los convencidos. De esta manera la película adquiere un alcance universal, más allá de edades o condiciones sexuales, mediante el tono intimista que definen desde la interpretación las actrices Mariana Loyola y Agustina Muñoz. Ellas encarnan con credibilidad a la pareja lesbiana, a su vez el espejo de tantos casos reales en los que se inspira la película. Mención aparte merece la niña Julia Lübbert, quien debuta a los catorce años con un personaje tan reconocible que deja de serlo para convertirse en persona. No hay asomo de fingimiento en ninguna de las tres, a las que se suma la hermana pequeña y el resto de compañeros del reparto.
En definitiva, Rara pertenece a ese tipo de cine que practica la reivindicación sin evidencias, poniendo en cuestión los prejuicios y las debilidades de las supuestas sociedades avanzadas. Aunque la acción se sitúa en Chile, bien podría suceder en España, Irlanda, Polonia y tantos otros países cuya tradición y costumbres favorecen la marginación de los que salen de la santa norma. Por todos estos motivos, Rara es una película necesaria.