El invierno. 2017, Emiliano Torres

Tras dos décadas desempeñando el oficio de ayudante de dirección, Emiliano Torres asume el reto de dirigir su primer largometraje con El invierno. Una película que entronca con la tradición del realismo introspectivo y de la relación del hombre con la naturaleza, mediante una trama en la que se narra el relevo de un viejo capataz por un joven recién llegado a una finca situada en mitad de la Patagonia argentina. De manera parca y serena, el film establece una analogía entre la aridez de los personajes y el paisaje, dando protagonismo al silencio y a las acciones más comunes que se desarrollan en el campo.
Visto así, puede parecer que El invierno ofrece un ejercicio contemplativo no apto para espectadores inquietos. Y aunque en apariencia las imágenes de la película mantienen un ritmo sosegado y la austeridad en las formas, en realidad Torres hace que las tensiones e inquietudes de los personajes fluyan por los subterráneos de la ficción, dejando que el público interprete el drama que se adivina en la pantalla. Es por eso un film participativo, que propone y no dispone, que sugiere y no muestra. Esta sensación se evidencia en el tercer acto del guión, cuando El invierno adopta las claves del western que ya habían asomado en los dos actos anteriores. 
Sobra decir que, por encima de los dos personajes que protagonizan la historia, encarnados con credibilidad por el veterano Alejandro Sieveking y el casi debutante Cristian Saguero, se impone la presencia de la estepa patagónica como un ser con vida propia, que observa, se expande y amenaza, que asemeja respirar a través del viento. El director de fotografía Ramiro Civita saca el máximo partido de la amplia paleta de colores y de las diferentes luces que transforman el entorno, no buscando la postal turística ni la idealización, sino tratando de capturar los matices que aporten la mayor expresividad. Se trata de una película que transmite frialdad ya desde el mismo título, y las imágenes resultan decisivas para reforzar el espíritu absorto y distanciado que flota sobre la narración.
Por todos estos motivos, debe reconocerse el valor de Emiliano Torres a la hora de acometer un proyecto nada fácil, que incluye algunos elementos simbólicos (el caballito de madera con la pata rota, el anciano perro que acompaña al capataz), dentro de la verosimilitud del conjunto. En suma, El invierno es una opera prima sorprendente, que logra algo tan complejo como es turbar desde la quietud y elaborar un discurso sobre las dobleces de la condición humana a través del silencio.
A continuación, unas declaraciones del director que añaden información y algunas curiosidades acerca de la producción de El invierno: