Money Monster. 2016, Jodie Foster

Después de unos inicios prometedores en la década de los noventa, la carrera como directora de Jodie Foster fue aminorando hasta el punto de sumar tan solo cuatro títulos en veinticinco años. El último es Money Monster, película que trata de recrear el espíritu contestatario de algunos iconos de los setenta como Network o Tarde de perros, cuando la conciencia crítica se mezclaba con el espectáculo y el público tenía la posibilidad de entretenerse y reflexionar al mismo tiempo. Esto mismo pretende Foster, alimentar el debate en torno a las grandes empresas que controlan el sistema financiero y la connivencia de los medios de comunicación. Pero en lugar de elaborar un panfleto, Foster recurre a la sátira para hacer más digerible la bilis que contiene el relato.
Los personajes trabajan en un programa de televisión que disecciona la actualidad económica: son el presentador, la realizadora, el encargado de la producción, los cámaras y demás técnicos... todos ven su rutina alterada cuando, en mitad de una grabación, irrumpe en el plató un inversor armado y furioso tras haber atendido un mal consejo. Las relaciones que se establecen entre los miembros de la plantilla y entre las personas del interior y el exterior del edificio conducen la narración con pulso firme y un vertiginoso sentido del ritmo. Money Monster exhibe una retórica que acumula movimientos y posiciones de cámara, multiplicadas en el montaje, precisamente para adoptar ese mismo lenguaje televisivo que la película pone en tela de juicio. Foster aplica la idea de que antes de atacar al enemigo hay que conocerlo bien, y en este caso los enemigos son la banalidad y el artificio de los que hacen gala los mass media.
Por eso más que un actor al servicio de una directora, George Clooney es el cómplice de su progresismo militante. El intérprete se ajusta como un guante al personaje del showman cínico, explotando sus recursos para la comedia con el respaldo de Julia Roberts, Jack O'Connell y el resto del reparto. Money Monster muestra la cara y la cruz de la condición humana, a veces de forma un tanto pedagógica, lo que la hace accesible a un público más amplio del que suele acceder a los films de Costa-Gavras, Mike Leigh o Ken Loach, por poner ejemplos de cineastas comprometidos.
En suma, Money Monster es un relato vibrante y lleno de energía que da buena cuenta de las aptitudes para la dirección de Jodie Foster, una mujer con cosas que decir y que sabe decirlas con palabras claras. Esta película engrosa ya el testimonio que el cine está dejando desde hace algunos años sobre los desmanes de la crisis, un inventario de errores políticos y financieros que deberá ser revisado con el tiempo para evitar su repetición. Una vez más, el cine como testigo y notario de su época.

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Zodiac. 2007, David Fincher

Doce años después de obtener el éxito internacional con Seven, el director David Fincher recupera el tema del asesino en serie en una película que rinde homenaje a títulos como Todos los hombres del presidente, Network, Serpico, The French Connection... Películas que se estrenaron cuando Fincher era niño y que introducían la controversia y el film d'auteur entre los oropeles del espectáculo. Zodiac rememora aquel espíritu inquieto, cuya libertad y frescura quedan aquí amortiguadas por el afán de perfección del cineasta. Su sexto largometraje exhibe la genialidad desde el primer plano, la producción es impecable, la técnica es virtuosa, los actores son brillantes... todos los detalles parecen tan meditados que, vista en su conjunto, Zodiac adolece de cierta visceralidad y emoción, como si el derroche de talento eliminase el factor sorpresa que requiere cualquier thriller.
Tal vez este sea el punto más llamativo de la película. Porque al contrario que en la mayoría de argumentos del mismo género, Zodiac no se centra en la huida del criminal sino en la obsesión de la búsqueda, en la dependencia que crea el perseguido respecto a sus perseguidores. El guión adapta el libro de Robert Graysmith, basado a su vez en el caso real del asesino conocido como Zodiac. A lo largo de dos décadas, la policía y los periodistas del San Francisco Chronicle trataron de desvelar su identidad y de darle caza siguiendo el rastro de sus crímenes y de las cartas manuscritas que el propio homicida enviaba a los medios. Graysmith es también uno de los protagonistas del relato, ya que trabajaba por aquel entonces en el periódico y buena parte de la película está contada bajo su punto de vista. El actor Jake Gyllenhaal le pone rostro en otra de sus deslumbrantes interpretaciones, bien acompañado por Mark Ruffalo, Robert Downey Jr, Chloë Sevigny y un largo elenco de actores que, ya sea en una sola escena o en varias, completan el perfil de sus personajes.
Además de los actores, Fincher se rodea de regios profesionales que dan brillo a Zodiac: Harris Savides, con quien repite en la fotografía después de The game y, en un entrañable guiño al pasado, incorpora la música David Shire en la selección de canciones que suenan en el film. Así pues, si Zodiac cuenta con todos los ingredientes para ser una gran película... ¿qué le impide serlo finalmente? La exhaustividad del director quien, por mantenerse fiel a los acontecimientos, desarrolla una historia prolija y sobrecargada de información, que incluso puede resultar extenuante. Fincher es tan meticuloso que es capaz de alargar el metraje trazando líneas narrativas que en ocasiones no van a ninguna parte y, después de dos horas y media de duración, resolver el desenlace mediante rótulos en la pantalla. Con razón puede haber espectadores que terminen decepcionados tras ver incumplidas sus expectativas. Sin duda esperaban otra película. Y es que, al final, no se trata de verificar quién es Zodiac ni cómo será atrapado, sino hasta dónde llegará la constancia de sus perseguidores. Ni David Fincher ni el guionista James Vanderbilt dejan esto claro en el planteamiento, por lo que una parte del público puede sentirse defraudada al concluir el tercer acto. Es una pena, porque Zodiac podía haber sido una película de peso si no fuese por la falta de concreción en el texto y por las dificultades de Fincher para delimitar las líneas esenciales de la historia. Algo que enmendará en posteriores trabajos como La red social o Perdida.
A continuación, uno de los temas musicales compuestos por David Shire que se incluyen en la banda sonora. Las notas de piano representan al personaje de Graysmith, mientras que el inquietante fondo de cuerdas sugiere la amenaza de Zodiac, en una melodía que alcanza la belleza y la expresividad con pocos elementos. Relájense y disfruten:

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Midnight special. 2016, Jeff Nichols

Jeff Nichols parece estar siempre a la búsqueda de una película y de un estilo. Sus cinco largometrajes hasta la fecha guardan grandes diferencias y, sin embargo, hay un hilo conductor que los une. Una constante que tiene que ver con la indefensión del ser humano ante circunstancias que no controla y que condicionan su vida, ya sea por motivos legales (Mud, Loving), familiares (Shotgun stories), por trastornos de la personalidad (Take shelter) o por fenómenos sobrenaturales (Midnight special). En esta última, Nichols vuelve a demostrar sus habilidades como director, pero no tanto como guionista.
La película contiene diversos elementos de elevado peso dramático, en torno a la figura de un niño con cualidades excepcionales: una secta religiosa que le utiliza como vehículo de su fanatismo, una madre de la que fue separado, un padre que trata de enmendar los errores cometidos, un científico que intenta descifrar la verdad, unos agentes de la ley implacables... tal vez demasiados ingredientes para un desarrollo tan ceñido. El resultado es una película dispersa, que deja cabos sueltos y que no termina de concretar la acumulación de propuestas argumentales. Es una lástima, porque la trama daba como para establecer una alegoría acerca del american way of life  (la espera de un mesías redentor, la psicosis como forma de mantener el orden, el combate entre las creencias y los hechos), todo ello empleando componentes de la cultura popular como el cómic, y después de un prometedor primer acto.
En su afán por andar caminos nuevos, Nichols se ha adentrado en un terreno abrupto perfectamente asfaltado por su equipo artístico y técnico, pero que finalmente deja baches al descubierto. Porque analizados de manera individual, la película posee detalles de gran calidad: la planificación, el montaje, la fotografía o la interpretación de los actores merecen palabras de elogio. Otra cosa es contemplar el conjunto desde la distancia, donde se aprecia que esas mismas piezas no se engarzan, que no hay unidad entre ellas. Y aquí el único responsable es Jeff Nichols. Hay actores desaprovechados (Sam Sephard) y otros cuyos personajes no progresan durante el relato, a pesar de sus esfuerzos (Kirsten Dunst, Adam Driver). Tan solo Joel Edgerton y el incondicional Michael Shannon pueden aprovechar, a fuerza de carisma, las posibilidades necesarias para crecer en la pantalla.
En resumen, es probable que Midnight special peque de un exceso de ambición y que el director se maneje mejor en historias más pequeñas y menos corales que ésta. Futuros títulos darán cuenta de ello. En cualquier caso, habrá que observar este film como un intento fallido de Jeff Nichols por expandir sus horizontes y adentrarse en otros géneros, un ligero tropiezo en una carrera exigente e inquieta.
A continuación, el tema principal de la banda sonora compuesta por David Wingo. Una vez más, el músico y el director vuelven a trabajar juntos para reforzar uno de los aspectos más destacables del cine de Nichols, que es la creación de atmósferas. Relájense y disfruten:

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La reconquista. 2016, Jonás Trueba

Con el nombre de Los Ilusos Films, el cineasta Jonás Trueba ha creado un modelo para producir y distribuir películas que admite pocas comparaciones, al menos en España. Se trata de largometrajes (tres hasta la fecha) con un marcado espíritu independiente, de bajo presupuesto y filmados con un equipo artístico y técnico estable, que mezcla a principiantes con profesionales entregados a la causa. En un inicio, eran películas que se distribuían de manera ambulante y cuya exhibición acompañaba el propio Trueba y su guerrilla ilusa, un sistema más cercano a la industria musical que a la cinematográfica. No obstante, las circunstancias han evolucionado según se recababa el apoyo de otras entidades y los festivales iban adquiriendo interés.
Así, el "estilo iluso" podría definirse como naturalista, de clara influencia europea y con una presencia importante de la palabra. En sus dos primeras películas, Los ilusos y Los exiliados románticos, hay una apuesta por la improvisación, lo que no significa que La reconquista haya perdido frescura e inmediatez respecto a las anteriores, sencillamente es más meditada e íntima, menos coral pero igualmente cercana... aunque en breves ocasiones roce la afectación. Este es el riesgo que corre Trueba cuando carga el peso literario del guión y los actores deben hablar sin impostar sus palabras. Itsaso Arana y Francesco Carril resuelven el reto y ponen el rostro adulto a Manuela y Olmo, la pareja que aparece representada durante dos momentos separados de sus vidas. Ambos bloques se distinguen bien en el metraje, tienen escenarios, actores y actitudes distintas, casi como si fuesen dos películas independientes, pero que mantienen entre sí un constante diálogo. La primera sucede en la actualidad y narra la reconquista a la que se refiere el título, el acercamiento recobrado por los antiguos amantes a lo largo de una noche en Madrid. La segunda parte retrocede hasta el periodo de la adolescencia, quince años antes, cuando ensayaban ese amor eterno que termina por diluirse entre canciones y cartas manuscritas.
La reconquista adopta un tono de comedia melancólica que va progresando a medida que se afianza el vínculo entre los personajes, con escenas que espantan la solemnidad (el baile) o que llaman a la introspección (las canciones de Rafael Berrio). Y es que las películas de Trueba contienen una cualidad musical que trasciende el paisaje sonoro, son parte de la acción y del argumento... sin ser películas musicales. Las canciones de Berrio juegan aquí un papel a veces narrativo y a veces dramático, como si diesen eco a la voz interior de los protagonistas. Además, el cantautor donostiarra interpreta un trasunto de sí mismo, en una aparición breve pero inolvidable. Tanto los actores adultos como los adolescentes representan con convicción sus papeles, hasta el punto de que parecen incorporar vivencias y expresiones propias más allá de lo que dicta el guión.
De la misma manera que el relato se va transformando, cambian también las propiedades cromáticas y la planificación, precisa en cuanto a encuadres y movimientos de cámara. Jonás Trueba ha hecho una película más racional que las precedentes y al mismo tiempo más emotiva, un hermoso ejercicio de libertad cinematográfica que guarda cargas de profundidad bajo su apariencia simple y liviana, y que sitúa a su autor entre los nombres a tener en cuenta dentro del actual panorama español.

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El confidente. "The friends of Eddie Coyle" 1973, Peter Yates

Peter Yates es conocido sobre todo por sus películas de género negro y policíaco, entre las que destacan El gran robo, Bullit y Un diamante al rojo vivo. Títulos muy enclavados en su tiempo y que demuestran la capacidad del director británico para filmar escenas de acción y tejer tramas de cierta complejidad dramática. A principios de los años setenta vive su más fructífero periodo, cuando decide adaptar la novela de George V. Higgins Los amigos de Eddie Coyle. En contra de lo que pueda parecer al primer vistazo, El confidente no es uno más de los tantos thrillers de robos que se filmaron en aquella época, en realidad, contiene suficientes diferencias como para ser considerado una excepción, casi una rareza dentro del género.
Para empezar, El confidente exhibe una austeridad impropia del thriller norteamericano, tanto en lo narrativo como en lo formal. Yates se acerca mucho más al polar francés, con referencias al cine de Melville y Bresson en cuanto a la economía de recursos expresivos y a la frialdad del tono. Los personajes cuentan con la información justa para que el espectador no sienta empatía por ellos, negando cualquier posible identificación. El punto de vista es, por lo tanto, siempre objetivo. Éstas parecen ser las pautas seguidas por el director británico a la hora de contar una historia en la que se establece una línea muy fina que separa ambos lados de la ley. Policías, delincuentes y, en medio, el confidente que da título al film, interpretado por un veterano Robert Mitchum. El actor representa con su imponente físico el desgaste de una generación que da paso a otra nueva, una camada que cambia las pistolas por las metralletas y los códigos de honor por el dinero fácil. En torno a Mitchum se congregan Peter Boyle, Richard Jordan y otros intérpretes poco conocidos pero igualmente eficaces.
Uno de los aspectos más destacables del film es su verosimilitud, a veces rayana en el documental. Bien sea a través de la fotografía, capaz de atrapar la luz grisácea del invierno bostoniano, o de los decorados, carentes de toda estilización, El confidente es escrupulosa a la hora de retratar acciones como los robos o diálogos en parques, cafeterías, aparcamientos... Tal vez ahí resida también su punto débil. Yates abusa de las conversaciones para hacer avanzar el relato, dejando de lado las escenas más dinámicas, como si buscase el prestigio de convertirse en autor mediante el verbo, en vez de la carne. El resultado es una película original y con algunos momentos fascinantes, pero que se antoja demasiado gélida en su conjunto. Hasta el punto de que el primer acto se vuelve confuso debido a la morosidad del guionista y productor Paul Monash, tan sintético que cuesta identificar el rol de cada personaje y sus motivaciones. Es verdad que El confidente va creciendo según avanza, hasta desembocar en un desenlace de intensidad controlada, pero surge la duda al imaginar qué clase de película hubiese sido en otras manos. No obstante, merece ser tenida en cuenta por su voluntad de alejarse de las convenciones y por la atmósfera cenicienta que transmiten sus imágenes.
A continuación, un extracto de la banda sonora compuesta por Dave Grusin e ilustrada con escenas del film. El músico traslada a la pantalla el espíritu de los setenta con sonoridades del funk y el free jazz. Relájense y disfruten:

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Raíces profundas. "Shane" 1953, George Stevens

A medida que pasaban los años, la filmografía de George Stevens fue evolucionando de las comedias ligeras de la década de los treinta hasta las grandes producciones de los cincuenta, una intensa carrera en la que el director se reveló como uno de los grandes retratistas de eso que la propaganda designaba como "la identidad norteamericana". El cine de Stevens muestra personajes que buscan la independencia personal frente a las imposiciones del sistema, la libertad en contra de las adversidades... Bien sean bailarines, abogados, periodistas, soldados o vaqueros, todos ellos exhiben una voluntad inquebrantable que les permite reflotar sus sueños del naufragio de una sociedad imperfecta. Raíces profundas es un magnífico ejemplo, protowestern que la publicidad de su día vendió como "la historia más grande del Oeste jamás filmada". Algo de verdad había en esta exageración.
Stevens retomó algunas de las contantes del género y las depuró hasta otorgarles su propia entidad, dándoles carta de aval. No en vano, el estudio Paramount contrató a A.B. Guthrie Jr, novelista e historiador especializado en relatos del Oeste, para escribir el que fue su primer guión a partir de un planteamiento del también experto Jack Schaefer, asegurando de antemano la credibilidad y la consistencia narrativa. Raíces profundas marca el decálogo que servirá de inspiración a muchos films venideros. Para empezar, el protagonista está identificado con la figura del forastero cuyo pasado permanece oculto hasta que la irrupción de la violencia desvela sus manos manchadas de sangre, una especie de mito errante que Clint Eastwood llenó de tinieblas en El jinete pálido o Sin perdón. Su nombre es Shane y da el título original a la película. Es acogido por una voluntariosa familia de campesinos cuya mujer le amará en silencio, una idea con la que John Ford inicia Centauros del desierto. Ésta y otras familias de la zona se ven amenazadas por un conflicto de lindes que les enfrenta a un poderoso cacique ansioso por expulsarles, al igual que sucede en Lanza rota, La pradera sin ley u Horizontes de grandeza. Como buen narrador, Stevens se muestra hábil a la hora de ir acumulando la tensión y de contener la violencia hasta que la requiere el relato, planteando a su vez interesantes cuestiones acerca del uso de las armas.
Todos estos elementos ya habían sido desarrollados antes en otros grandes westerns, lo que hizo Stevens fue estilizarlos y fijarlos para siempre en el imaginario colectivo, convertirlos en mitología. Para ello es necesario una puesta en escena acorde a las exigencias de la trama. Raíces profundas no sólo desarrolla las posibilidades dramáticas del guión sino que las engrandece, ofreciendo un espectáculo que une la épica con la intimidad, el ensalzamiento de los valores comunitarios con los conflictos individuales. Es esta capacidad de representar el paisaje y su detalle lo que hace que el film resulte imperecedero, gracias también a la interpretación de los actores y al trabajo de los equipos artístico y técnico. Alan Ladd hace lo que mejor sabe: prestar su físico al personaje protagonista y contribuir, sin grandes alardes, a materializar la leyenda de Shane en la pantalla. Algo parecido a lo que logran sus oponentes Jack Palance y Ben Johnson, respaldados por  nombres como Elisha Cook Jr. y Jean Arthur, en su último papel para el cine. Un reparto coral en el que vuelve a destacar la presencia de Van Heflin, intérprete que siempre marca la diferencia y realiza la labor más convincente del film.
En el apartado visual cabe señalar la fotografía de Loyal Griggs, capaz de iluminar con precisión los interiores y las secuencias nocturnas, el montaje de William Hornbeck y Tom McAdoo, y la planificación de Stevens, cuyo impecable clasicismo en ocasiones se ve sorprendido por destellos de originalidad (como la escena del entierro de Torrey, que de manera premonitoria concluye con un movimiento de cámara panorámico hasta el saloon del pueblo donde se decidirá el desenlace). La cuidada estética de Raíces profundas se traslada también al sonido, empleado con inteligencia para provocar emociones (el aullido de un perro certificando la muerte, el eco del diálogo final o las buenas noches de la familia tras las puertas de los dormitorios). En suma, pruebas del talento de George Stevens como cineasta ya que, al igual que otras veces, asume la dirección y la producción de la película con el mismo entusiasmo. Raíces profundas es, sin duda, una obra de referencia, una película icónica que ha fascinado a varias generaciones de espectadores.
A continuación, el tema principal de la banda sonora compuesta por Victor Young. El músico imprime en la partitura el aliento épico que exige la historia, endulzado por la belleza de la melodía. Relájense y disfruten:

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El niño y la bestia. "Bakemono no Ko" 2015, Mamoru Hosoda

La primera sensación que se tiene ante El niño y la bestia es la de estar asistiendo a momentos y situaciones ya vistas antes. Porque la trama parte de elementos conocidos: el niño que abandona de manera fortuita el mundo real y se adentra en una dimensión fantástica, la relación entre el maestro y el aprendiz, el combate del bien contra el mal... y sin embargo, todo parece nuevo. El logro del director Mamoru Hosoda consiste en desarrollar un argumento clásico de manera fresca y novedosa, gracias a su inventiva visual y al tono que imprime en la narración.
El niño y la bestia es una película de género fantástico con grandes dosis de acción y de humor, que se suma a los anteriores aciertos del estudio Chizu y corrobora a Hosoda como uno de los principales talentos de la animación japonesa. Al igual que en Los niños lobo, el director vuelve plantear una trama de conflictos familiares que mezcla a personas con animales, cambiando la intimidad y la melancolía por el espectáculo y la aventura. El niño y la bestia presenta un contundente divertimento para todas las edades que da opciones a la reflexión sin caer en el aleccionamiento, un film que consigue sorprender por su destreza técnica y el manejo de los recursos de la ficción.
Como es habitual en el cine Hosoda, el componente estético va ganando peso a medida que avanza el relato hasta concluir en un clímax impactante, siempre al borde del exceso. Por suerte, el cineasta sabe dar una coartada argumental a todo este aparataje y filtra entre los fotogramas la oportuna moraleja acerca de la madurez y la asunción de responsabilidades. En suma, El niño y la bestia es un fascinante regalo para los ojos que depara dos horas de emoción y entretenimiento, una joya de la animación que gustará por igual a aficionados y profanos del anime.

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