Dheepan. 2015, Jacques Audiard

Jacques Audiard continúa asomándose al abismo del comportamiento humano en Dheepan, un drama de calado social que le consolida como uno de los cineastas más importantes del panorama europeo. No es para menos. La película carece de la moralina o el paternalismo que suelen aquejar a buena parte de las producciones que tratan el tema de la inmigración, visto desde la perspectiva occidental. Para ello, Audiard conjuga la emoción con el compromiso, la intensidad con la militancia.
Dheepan parte de unos acontecimientos reales, la guerra civil en Sri Lanka y el exilio de la población perteneciente a la etnia tamil. Desde el primer momento, el foco de atención no se centra en el marco histórico sino en la circunstancia personal de los tres protagonistas, miembros de una falsa familia improvisada en un campo de refugiados. Audiard toma su ejemplo para ilustrar la tragedia de un país que exporta desarraigo y las dificultades de otro país, Francia, que lo debe integrar. Dos naciones que se tocan en sus extremos y donde se practica la violencia desde diferentes posiciones.
El estilo que emplea Audiard es seco y directo, con un naturalismo que apela a la identificación del espectador, sin eludir por ello los símbolos (como las imágenes del elefante en la selva). Los ojos de Dheepan, el protagonista que da título al film, son también los del público. Una mirada cuidadosamente elegida, ya que la trayectoria del actor Jesuthasan Antonythasan tiene mucho que ver con la del personaje que interpreta. Ambos lucharon en las filas del movimiento de liberación, ambos desempeñaron trabajos de subsistencia lejos de casa y ambos logran rehacer sus vidas, lo que queda reflejado en la pantalla a modo de espejo. Lo mismo puede decirse de su compañera de reparto Kalieaswari Srinivasan. El talento de Audiard como director de actores vuelve a hacerse patente incluso cuando cuenta con esta formidable pareja de inexpertos, transmitiendo verdad y hondura en cada secuencia.
Además de una ficción apasionante, Dheepan supone también un valioso documento que deja constancia de las secuelas de los conflictos internacionales y del fracaso de las políticas de inmigración. Ninguna de estas sombras consigue oscurecer el rayo de esperanza que Jacques Audiard proyecta en el desenlace del film, porque lo hace desde la austeridad y el comedimiento. Aunque por el camino se viertan sangre y lágrimas a raudales.

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La matanza de Texas. "The Texas chainsaw massacre" 1974, Tobe Hooper

Ver hoy en día La matanza de Texas es una experiencia semejante a la de montar en una antigua barraca de feria: todo cruje y chirría, pero se impone el reconocimiento de una época ya pasada. Solo así se explica que una película tan defectuosa haya alcanzado la categoría de icono.
Cinco años después de debutar con un delirio hippie titulado Eggshells, el treintañero Tobe Hooper cambia el amor y la paz por la sangre y los gritos de terror en La matanza de Texas. Basta echarle un vistazo a los títulos de crédito para apreciar lo exiguo de la producción: Hooper dirige, escribe, produce, compone la música y en ocasiones lleva la cámara durante el rodaje, planteado a modo de guerrilla. Aunque el equipo es mínimo, los objetivos son claros, crear desasosiego e inaugurar el slasher, ese subgénero de asesinos en serie que dio coartada a sagas interminables como  Halloween, Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street.
Tampoco es que Hooper haya descubierto el fuego. El cine de horror tiene la capacidad de fagocitarse a gran velocidad, no en vano La matanza de Texas está a su vez influida por La noche de los muertos vivientes y La última casa a la izquierda, films cuyo argumento se supedita al impacto de las escenas escabrosas y que juega siempre con las expectativas del espectador. Hooper lleva la lección bien aprendida y consigue manejar la tensión que supone aguardar a la próxima muerte en la pantalla. Cabe preguntarse, ¿por qué el slasher ha obtenido tanta apreciación dentro del público adolescente? La respuesta es que su fórmula narrativa funciona igual que la del cine pornográfico, basada en momentos de adrenalina y secuencias de transición, donde el anhelo de fluidos corporales (sangre o semen) debe concretarse de forma explícita y por medios físicos.
Lo mejor de La matanza de Texas es que logra resultar desagradable, a pesar de que no derrocha hemoglobina ni acude a los excesos del gore. Hooper transmite una sensación insana a través de la suciedad de las imágenes y de husmear en las cloacas de la América profunda, plagada de borrachos, crédulos y maleantes. En este caso, la precariedad de la producción favorece el estilo visual y obliga al director de fotografía Daniel Pearl a tomar soluciones imaginativas. Otro aspecto destacable de la película es el sonido, con gran profusión de ruidos y efectos estremecedores. Es una lástima que todo lo demás no consiga alcanzar los niveles mínimos de calidad: el guión carece de sentido alguno, los actores exhiben sin disimulo su inexperiencia y la planificación de Hooper resulta de lo más irregular. Los frecuentes movimientos de cámara alternan la eficacia con el capricho, dejando en evidencia que se trata casi de una opera prima en la que el director está ensayando algo parecido a una puesta en escena.
En resumen, la condición de film de culto hace trascender los pequeños aciertos de La matanza de Texas y hace que sus grandes errores formen parte del paisaje. A partir de entonces, Tobe Hooper ingresaría en el olimpo del cine de terror para deleite de los aficionados que jalean sus cochambrosas contribuciones.

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Knight of cups. 2015, Terrence Malick

Hablemos de generalidades. Desde sus inicios, el cine ha estado asociado al ocio y al espectáculo, y muy raras veces a la cultura o al arte. De esta forma se explica que los espectadores que acuden a las salas de cine (una minoría frente a los que ven películas en el ámbito doméstico), mantengan un perfil tan conservador y admitan con tanta reticencia las novedades.
Hablemos de lo concreto. Knight of cups es una película cuyo reparto cuenta con varias estrellas (Christian Bale, Cate Blanchett, Natalie Portman), además de uno de los más importantes directores de fotografía (Emmanuel Lubezki) y un cineasta que llegó a contar con reconocido prestigio (Terrence Malick). Sin embargo, el recorrido internacional del film ha sido muy limitado y es probable que nunca llegue a estrenarse en España. El principal motivo y buscando una semejanza pictórica, es que se trata de una película cubista. Algo para lo que el público mayoritario no está preparado. Según el diccionario académico, se denomina cubismo al "movimiento artístico y poético que rompe con las leyes de la perspectiva clásica y se caracteriza por emplear la técnica del collage como medio de mostrar la simultaneidad de los hechos de la realidad, poniendo en el mismo plano trozos de conversaciones, de noticias, etc."
Esto es lo que plantea la séptima película de Malick, una disrupción del lenguaje cinematográfico convencional a base de sobreponer diferentes planos narrativos en los que se mezclan imágenes del pasado y del presente, voces en off, secuencias oníricas, evocaciones y paisajes. Todo a partir de un argumento que es en realidad una idea motriz: un guionista de éxito se cuestiona su existencia entre los oropeles de Hollywood, en compañía de diversas mujeres. El hilo conductor está trazado por los naipes de la baraja de tarot, cuyo caballero de copas del título hace referencia al protagonista. Malick emplea esta trama como soporte para desarrollar un discurso visual basado en el movimiento. Así, sus personajes no caminan, sino que deambulan sin un destino fijo. No miran, sino que divisan. No piensan, sino que divagan. Quien esté dispuesto a aceptar estas claves, disfrutará de la película en un estado casi hipnótico. Quien no lo haga, se desesperará como pudo hacerlo con El árbol de la vida o To the wonder.
Porque no es cine fácil. Es más, es cine difícil que exige predisposición por parte del espectador y voluntariedad para asimilar las propuestas del director. Tal vez algún día veamos películas como Knight of cups con mayor naturalidad y la experiencia del público haya madurado. Al fin y al cabo, hicieron falta cerca de 40.000 años para que las primeras pinturas rupestres evolucionaran hasta llegar a la abstracción. No será preciso esperar tanto tiempo para asimilar estos mismos términos dentro del cine, pero tampoco será inminente. A continuación, un ilustrativo reportaje sobre Terrence Malick, cortesía del canal TCM:

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El nuevo mundo. "The new world" 2005, Terence Malick

La cualidad que define a un autor es la de tener un estilo propio y reconocible. Ni siquiera es necesario que parta de una idea original, porque lo importante es que sepa apropiarse de sus fuentes de inspiración y convertirlas en algo nuevo. Eso hace Terrence Malick con el popular romance entre el capitán John Smith y la princesa india Pocahontas en El nuevo mundo.
El director se traslada por primera vez hasta el siglo XVII, en lo que supone hasta la fecha su película más costosa. Pero ni el cuidado diseño de producción ni los rigores históricos distraen a Malick de las constantes que se han mantenido a lo largo de su filmografía: un argumento de fuerte contenido literario y una estética preciosista. El nuevo mundo tiene una narración pausada (no confundir con lenta) donde cobran importancia los diálogos interiores de los personajes y la dimensión acústica que aportan los efectos de sonido y la música de James Horner. Como otras veces, Malick emplea el argumento no como un vehículo para la narración, sino como un punto de partida, una base sobre la que desarrollar sus inquietudes intelectuales y artísticas. Por eso, su cine está más cerca de lo sugerido que de lo evidente, de la sensación que de la certeza, de la poesía que de la prosa.
Este discurso no se mantiene sin un buen armazón visual. Las imágenes de El nuevo mundo conducen el relato con la fluidez propia del ensueño, en una especie de gravitación que acompaña el movimiento de los actores y sobrevuela el paisaje. Malick cuenta con su equipo habitual de montadores y con la fotografía de Emmanuel Lubezki, quien sabe aprovechar como nadie los recursos que le ofrece la naturaleza. No es solamente belleza lo que se refleja en el film, es trascendencia.
El plantel de actores está integrado por nombres conocidos como los de Colin Farrell, Christian Bale y Christopher Plummer, aunque la actriz que se encuentra más cómoda en su papel y la que aporta emoción y verismo es la debutante Q'orianka Kilcher. Su presencia llena la pantalla y transmite el ideal de inocencia que defiende la película.
Terrence Malick no se conforma con los retos fáciles. En lugar de hacer la habitual reinterpretación del mito de Romeo y Julieta, El nuevo mundo plantea el conflicto intercultural entre distintas civilizaciones, acompañado de un discurso ético en el que se cuestionan las dicotomías entre el bien y el mal, la tradición y el progreso, las responsabilidades y la libertad. Planteamientos con los que el cineasta demuestra permanecer fiel así mismo, incluso cuando aborda acontecimientos históricos y personajes reales como es el caso.

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Joven y bonita. "Jeune et jolie" 2013, François Ozon

Para hablar de Joven y bonita es necesario referirse a otras películas francesas que abordan el tema del lenocinio, como Vivir su vida o Belle de jour. Al igual que Godard y Buñuel, François Ozon se interesa por esa minoría de mujeres que deciden dedicarse a la prostitución por voluntad propia. Sí, puede que sean fantasías masculinas a partir de viejos clichés (dama de día, cortesana de noche) o cuestionables cantos a la libertad, en cualquier caso, se trata de ficciones que suscitan el debate sobre una realidad a menudo oculta.
Joven y bonita narra el transcurso de un año en la vida de Isabelle, una estudiante consciente de la atracción que ejerce sobre los hombres. Al poco de perder su virginidad, la muchacha de diecisiete años decide ofrecer sus servicios sexuales a cambio de un dinero que no necesita. El guión apunta diversas motivaciones freudianas, nihilistas o concupiscentes, sin llegar a concretar ninguna de ellas. El veredicto queda en manos del público. Por eso la dirección de Ozon resulta fría, casi aséptica, sin ánimo de emitir juicios ni de enfatizar el morbo tan afín a este tipo de relatos. La imagen que da inicio al film es un buen ejemplo: el cuerpo de la protagonista en la playa es contemplado desde la distancia a través de unos prismáticos. Aunque el personaje que la observa es su hermano pequeño (el primero de los varones que la admiran), podría ser la mirada del propio director indicando al espectador quién es su heroína y cómo va a ser retratada durante el resto del metraje.
Por supuesto, la película contiene primeros planos. Los necesarios para atrapar el gesto y la belleza hipnótica de Marine Vacth, actriz que resuelve un papel no exento de dificultades. Porque sus silencios son más elocuentes que cualquier diálogo, y porque su apatía contiene torbellinos internos. El personaje de Isabelle no está construido para deslumbrar al espectador, carece de fuegos artificiales. De eso se encarga su rotunda fotogenia. La interpretación de Vacth es naturalista, al igual que la de sus compañeros de reparto. En suma, toda la película se ve impregnada por un realismo que no tiende al documental pero sí al retrato objetivo de unos personajes y sus circunstancias.
Es por eso que el principal acierto de Joven y bonita consiste en encontrar el tono adecuado para que semejante argumento no caiga en el docudrama ni en los tics del cine d'auteur. Un reto del que François Ozon sale bien parado incluso en el desenlace, cuando irrumpe el personaje encarnado por Charlotte Rampling y la película se torna en un drama de género. La equidistancia del director provoca un final tal vez demasiado abierto, que puede defraudar las expectativas de una parte del público. No obstante, Joven y bonita depara noventa y cinco minutos de emoción contenida y de reflexión sin sermones. Toda una hazaña tratando el tema de la prostitución. Pero que nadie se equivoque: no es sexo lo que vende el film, sino el dilema de una chica que comercia con su cuerpo para saciar su mente debido a su incapacidad para experimentar sentimientos hacia los demás.
A continuación, uno de los temas pertenecientes a la banda sonora compuesta por Philippe Rombi, el colaborador habitual de Ozon. Una pieza breve en la que los instrumentos de cuerda transmiten intimidad, emoción y cierto misterio. Relájense y disfruten:

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