La matanza de Texas. "The Texas chainsaw massacre" 1974, Tobe Hooper

Ver hoy en día La matanza de Texas es una experiencia semejante a la de montar en una antigua barraca de feria: todo cruje y chirría, pero se impone el reconocimiento de una época ya pasada. Solo así se explica que una película tan defectuosa haya alcanzado la categoría de icono.
Cinco años después de debutar con un delirio hippie titulado Eggshells, el treintañero Tobe Hooper cambia el amor y la paz por la sangre y los gritos de terror en La matanza de Texas. Basta echarle un vistazo a los títulos de crédito para apreciar lo exiguo de la producción: Hooper dirige, escribe, produce, compone la música y en ocasiones lleva la cámara durante el rodaje, planteado a modo de guerrilla. Aunque el equipo es mínimo, los objetivos son claros, crear desasosiego e inaugurar el slasher, ese subgénero de asesinos en serie que dio coartada a sagas interminables como  Halloween, Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street.
Tampoco es que Hooper haya descubierto el fuego. El cine de horror tiene la capacidad de fagocitarse a gran velocidad, no en vano La matanza de Texas está a su vez influida por La noche de los muertos vivientes y La última casa a la izquierda, films cuyo argumento se supedita al impacto de las escenas escabrosas y que juega siempre con las expectativas del espectador. Hooper lleva la lección bien aprendida y consigue manejar la tensión que supone aguardar a la próxima muerte en la pantalla. Cabe preguntarse, ¿por qué el slasher ha obtenido tanta apreciación dentro del público adolescente? La respuesta es que su fórmula narrativa funciona igual que la del cine pornográfico, basada en momentos de adrenalina y secuencias de transición, donde el anhelo de fluidos corporales (sangre o semen) debe concretarse de forma explícita y por medios físicos.
Lo mejor de La matanza de Texas es que logra resultar desagradable, a pesar de que no derrocha hemoglobina ni acude a los excesos del gore. Hooper transmite una sensación insana a través de la suciedad de las imágenes y de husmear en las cloacas de la América profunda, plagada de borrachos, crédulos y maleantes. En este caso, la precariedad de la producción favorece el estilo visual y obliga al director de fotografía Daniel Pearl a tomar soluciones imaginativas. Otro aspecto destacable de la película es el sonido, con gran profusión de ruidos y efectos estremecedores. Es una lástima que todo lo demás no consiga alcanzar los niveles mínimos de calidad: el guión carece de sentido alguno, los actores exhiben sin disimulo su inexperiencia y la planificación de Hooper resulta de lo más irregular. Los frecuentes movimientos de cámara alternan la eficacia con el capricho, dejando en evidencia que se trata casi de una opera prima en la que el director está ensayando algo parecido a una puesta en escena.
En resumen, la condición de film de culto hace trascender los pequeños aciertos de La matanza de Texas y hace que sus grandes errores formen parte del paisaje. A partir de entonces, Tobe Hooper ingresaría en el olimpo del cine de terror para deleite de los aficionados que jalean sus cochambrosas contribuciones.