La vida futura. "Things to come" 1936, William Cameron Menzies

La mayoría de las veces, adaptar una novela al cine equivale a un acto de traición. El lenguaje de ambos medios es tan diferente que es necesario sacrificar escenas, personajes y capítulos completos en el trasvase del papel a la pantalla. Por eso, lo más importante es conservar el espíritu original de la obra literaria, un reto al que se han enfrentado autores como Faulkner, Capote, Chandler, Puzo... transformando en guiones sus propios libros. Lo que no siempre garantiza un buen resultado.
El escritor H.G. Wells fue contratado por Alexander Korda para adaptar Esquema de los tiempos futuros, obra que exponía el ideario del novelista británico como defensor de la ciencia y las nuevas tecnologías. Se trataba de una epopeya ambiciosa, que capturaba el ambiente pre-bélico que recorría Europa y hacía un llamamiento a la razón frente la barbarie. Las más de 500 páginas que ocupaba el texto se vieron reducidas a un film de 117 minutos primero, y apenas 90 después, cercenando buena parte de la trama. La vida futura es, por lo tanto, un resumen atropellado del original creado por Wells que puede verse con interés, a pesar de todas sus limitaciones.
Tras la cámara se encuentra William Cameron Menzies, artesano especializado en decorados y en la dirección de arte (un oficio que prácticamente inventó), y que sitúa estas disciplinas como prioridades en el film. Con la ayuda de Vincent Korda, ambos son capaces de levantar un monumental espectáculo que concentra sus energías en la puesta en escena. Las recreaciones apocalípticas se alternan con las futuristas, el cuidado diseño de producción, el vestuario... todo juega en favor de la historia, es más: sustituye a la historia. Porque el enorme esfuerzo logístico no consigue ocultar las carencias de la narración, que son muchas y variadas.
Para empezar, La vida futura está mal contada. El relato avanza a trompicones de manera confusa, con personajes que aparecen y desaparecen arbitrariamente, sin que exista fluidez en las elipsis ni credibilidad en el conjunto. El guión resulta esquemático a fuerza de anteponer las ideas a los hechos. Y por último, la moraleja de Wells es tan evidente que cae incluso en la doctrina, por lo que la ficción termina siendo una excusa para sostener el hermoso mensaje que defiende la película.
Ni los aciertos estéticos ni los brillantes efectos especiales logran evitar el naufragio. Cameron Menzies recurre a un montaje rico en planos y en angulaciones para transmitir emoción y dinamismo, con algunos destellos de ingenio (como las escenas bélicas de transición o el inicio en el que se presenta la ciudad) que no terminan de concretarse. Son escuetas perlas dentro de un conjunto gobernado por la indefinición. Al igual que Wells, el director tampoco se muestra a la altura de lo esperado: hay demasiados saltos de eje, demasiadas imágenes sin filmar y muy poca coherencia en el relato. Una verdadera lástima, porque La vida futura contaba con todos los alicientes para haber sido una buena película. Tal vez por eso, sus creadores no repararon en que además de tener ideas ingeniosas, era preciso desarrollarlas.
A continuación, una de las escenas más llamativas del film: la construcción de una nueva civilización. Un bellísimo despliegue futurista con el acompañamiento musical de Arthur Bliss, en una auténtica sinfonía visual:

LEER MÁS

Julio César. "Julius Caesar" 1953, Joseph L. Mankiewicz

Primera de las dos películas que Joseph L. Mankiewicz ambienta en la antigua Roma, con el protagonismo de una figura histórica: Julio César. En el título homónimo de 1953, el director norteamericano demuestra su querencia por la cultura europea y por los dramas de contenido literario. Y no elige a cualquier autor. Dado su empuje intelectual y su interés por los asuntos humanos, era cuestión de tiempo que los nombres de Mankiewicz y Shakespeare compartiesen títulos de crédito, y ninguna obra mejor que este Julio César de absoluta vigencia.
Producida por John Houseman con entidad y grandes medios, Julio César supone el intento de un estudio como MGM de ganar prestigio dentro de la industria de Hollywood. La fórmula parece fácil: un elenco compuesto por actores reconocidos, unos decorados suntuosos y un director con solvencia. Para el reparto se recurre a una larga serie de nombres que congrega a diferentes escuelas interpretativas, desde los siempre fiables británicos (James Mason, John Gielgud), hasta los norteamericanos con experiencia en el teatro (Louis Calhern, Edmond O´Brien) y estrellas de la pantalla como Deborah Kerr y Marlon Brando. Sobre éste último se asienta buena parte del peso dramático del film, en un momento de eclosión en su carrera.
El reto de Julio César consiste en que semejante elenco no quede reducido a una reunión de actores brillantes, como sería habitual en el cine de los años sesenta y setenta. Mankiewicz trata de dosificar el peso de los personajes y de repartir su importancia dentro de la trama, con desigual fortuna. Solo los papeles femeninos aparecen algo desdibujados en comparación al resto, convirtiendo a Julio César en un festín para los actores. El talento de éstos sumado al de Mankiewicz permite que la retórica de Shakespeare suene natural y con la garra que precisa el relato.
Los demás integrantes de los equipos técnico y artístico no se quedan atrás. La película fluye con energía y extrae auténtico cine del texto original literario, una proeza al alcance de los buenos adaptadores como Mankiewicz. El director realiza un ejercicio de concreción narrativa, transmitiendo gravedad en el drama y majestuosidad en la puesta en escena. Con una cámara ágil y un sentido poderoso de la estética, Julio César aprovecha los recursos visuales y sonoros gracias a la eficaz fotografía en blanco y negro de Joseph Ruttenbergh y a la partitura de Miklós Rózsa, todo un experto en el género.
Para la posteridad quedan los diez minutos del monólogo de Brando en las escalinatas del Senado y su efigie de estatua clásica. Pero Julio César es mucho más. Baste decir que la película hace justicia a la obra de Shakespeare y que participa de la celebración de la palabra del gran bardo. Una década después, Mankiewicz recuperará la figura de Julio César en la colosal Cleopatra. Pero esa es otra historia.
A continuación, un interesante reportaje cortesía del programa Días de Cine (RTVE) en el que se aborda el estilo y la obra del gran Joseph L. Mankiewicz. Que lo disfruten:

LEER MÁS

El castillo de Cagliostro. "Rupan sansei: Kariosutoro no shiro" 1979, Hayao Miyazaki

En el año 1979, Hayao Miyazaki era un realizador con amplia experiencia en series televisivas de animación que afrontaba su primer largometraje para la gran pantalla. Su nombre figuraba en los créditos de algunos iconos de la época como Heidi, Marco o Ana de las tejas verdes, títulos que dieron la vuelta al mundo y que en su mayoría provenían de fuentes literarias o del manga japonés. Este era el caso de Lupin III, uno de los personajes más celebrados dentro de la trayectoria iniciática de Miyazaki, que recuperó para su debut cinematográfico.
Así pues, El castillo de Cagliostro es la película-puente que une al Miyazaki de la televisión con el del cine, y donde se encuentran puntos en común entre las dos etapas. Por un lado, el autor retoma la comedia y el sentido de la acción desbordante de la serie original y de Conan, el niño del futuro. Por otro lado, se ensayan la épica y las estructuras argumentales de futuros films como El castillo en el cielo o La princesa Mononoke. Con El castillo de Cagliostro, Miyazaki cierra una etapa y busca su propio estilo antes de la creación de Ghibli, el estudio con el que transformará el anime para siempre.
La película es un derroche de energía cinética, un espectáculo total. Hay diversión, aventura, romance, misterio... a la manera de los cuentistas clásicos, Miyazaki despliega todo su arsenal narrativo y su capacidad para la fabulación con deliciosa ligereza. Es el Miyazaki joven y desenfadado, con la misma fascinación por la cultura europea que en el resto de su obra. La gran diferencia es que al contrario de lo habitual, El castillo de Cagliostro está protagonizada por un personaje masculino (las otras excepciones son Porco Rosso y El viento se levanta). Por lo demás, la película disemina algunas claves de estilo que el espectador aficionado disfrutará reconociendo y que se desarrollarán en adelante en su filmografía: la constante de los castillos (El castillo en el cielo, El castillo ambulante), los coches a toda velocidad (Ponyo, la serie de Sherlock Holmes), o el gusto por la aeronáutica (además de las ya mencionadas, Nausicaä del Valle del Viento o Nicky, la aprendiz de bruja), entre muchas otras referencias.
Por todas estas razones, debe considerarse El castillo de Cagliostro como una película seminal, un debut que Miyazaki no pudo afrontar con la libertad que deseaba pero que anuncia el talento de un artista inmenso, un creador en potencia. Habrá quien lo despache como un film menor: se equivoca. Se trata del primer paso necesario para el largo camino que vendría después, una trayectoria plagada de joyas entre las que El castillo de Cagliostro ocupa el puesto de salida.
A continuación, el prólogo del film que toma su influencia de las películas de James Bond. Acción y humor a raudales en una escena que sirve para presentar al personaje protagonista. Que lo disfruten:

LEER MÁS

Spotlight. 2015, Tomas McCarthy

El cineasta Tomas McCarthy se reveló en la década del dos mil como un autor a tener en cuenta dentro del panorama independiente. Los motivos fueron Vías cruzadas y The visitor, películas que mostraron su interés por los temas de calado intimista y humano. Con el cambio de decenio, McCarthy fue optando a presupuestos más altos y a la redefinición de un estilo que trajo más confusión que buenas ideas (Win win, Con la magia en los zapatos). Se trataba de encontrar un proyecto a la medida de su talento, un film de la envergadura de Spotlight.
Acompañada con la temible etiqueta de "basada en hechos reales", la película recupera la realidad y el compromiso que impregnaron el cine de los años setenta, aquellos films que tuvieron la valentía de abordar argumentos espinosos y hacerlos accesibles al gran público (Cowboy de medianocheNetwork, Taxi driver, Todos los hombres del presidente...) Sin llegar a alcanzar el mismo nivel contestatario, Spotlight tiene la virtud de afrontar el drama de los abusos a menores por parte de la iglesia sin revolcarse en el lodo de la gratuidad ni el sensacionalismo. Al contrario, McCarthy sabe ser frío cuando conviene y ardiente cuando es necesario, sin que la película pierda de vista su objetivo de denunciar entreteniendo.
Este comedimiento se traslada también al estilo visual de la película, de una pulcritud ajena a efectismos y maniobras de distracción. McCarthy sabe que lo importante de Spotlight es el relato de los hechos, y que cualquier truco formal o narrativo puede distraer al espectador de cuanto sucede en la pantalla. Por eso no hay complejos movimientos de cámara ni montajes alambicados, y los escasos momentos en los que se altera la narración lineal (como la escena del villancico del tercer acto) están plenamente justificados. Aunque los diálogos conforman la mayoría de las secuencias del film, son narrados con garra y viveza, repartiendo el peso dramático en el guión y en los actores.
El texto firmado por Josh Singer y el propio McCarthy cumple una doble finalidad: por un lado, destapar las artimañas de la iglesia para ocultar sus pecados más terrenales, y por otro, hacer un alegato del periodismo de investigación. Un oficio devaluado en los últimos tiempos que el director defiende con firmeza, no en vano los héroes de Spotlight son reporteros que anteponen la integridad laboral a su vida personal. La crítica y la alabanza están bien equilibradas en el guión sin que una se supedite a la otra, permitiendo que la trama se siga con emoción e interés.
El reparto de Spotlight está integrado por un buen número de actores entre los que se encuentran Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams y Liev Schreiber. Un plantel ecléctico con experiencia en el cine y en la televisión, que aporta credibilidad a la galería de personajes que contiene el film. El hecho de que el protagonismo está bien repartido ayuda a que público sea libre de elegir con quien identificarse, abriendo el abanico de potenciales espectadores. Este concepto de lo coral evita también los personalismos y hace que las ideas que plantea el film ganen fuerza y se conviertan en un combate de símbolos: la verdad contra la mentira, la humildad contra el poder, la razón contra la credulidad.
En definitiva, Spotlight es uno de los retratos más convincentes que se han hecho sobre el periodismo en el cine y supone un salto cualitativo en la carrera de Thomas McCarthy. Un director que se ha atrevido a levantar la alfombra del estado del bienestar para enseñar la basura que se esconde debajo, y cuya pestilencia llega también hasta nuestras narices. Ojalá cunda su ejemplo y las pantallas vuelvan a incomodarse como lo hacían cuarenta años atrás, cuando se estrenaban para el gran público películas cargadas de calidad y de veneno como Spotlight.
A continuación, una de las composiciones de Howard Shore para la banda sonora de la película. Música que transmite intimidad y dramatismo, sin cargar las tintas en ninguno de los dos aspectos y que tiene en el piano su instrumento solista. Relájense y disfruten:

LEER MÁS