Julio César. "Julius Caesar" 1953, Joseph L. Mankiewicz

Primera de las dos películas que Joseph L. Mankiewicz ambienta en la antigua Roma, con el protagonismo de una figura histórica: Julio César. En el título homónimo de 1953, el director norteamericano demuestra su querencia por la cultura europea y por los dramas de contenido literario. Y no elige a cualquier autor. Dado su empuje intelectual y su interés por los asuntos humanos, era cuestión de tiempo que los nombres de Mankiewicz y Shakespeare compartiesen títulos de crédito, y ninguna obra mejor que este Julio César de absoluta vigencia.
Producida por John Houseman con entidad y grandes medios, Julio César supone el intento de un estudio como MGM de ganar prestigio dentro de la industria de Hollywood. La fórmula parece fácil: un elenco compuesto por actores reconocidos, unos decorados suntuosos y un director con solvencia. Para el reparto se recurre a una larga serie de nombres que congrega a diferentes escuelas interpretativas, desde los siempre fiables británicos (James Mason, John Gielgud), hasta los norteamericanos con experiencia en el teatro (Louis Calhern, Edmond O´Brien) y estrellas de la pantalla como Deborah Kerr y Marlon Brando. Sobre éste último se asienta buena parte del peso dramático del film, en un momento de eclosión en su carrera.
El reto de Julio César consiste en que semejante elenco no quede reducido a una reunión de actores brillantes, como sería habitual en el cine de los años sesenta y setenta. Mankiewicz trata de dosificar el peso de los personajes y de repartir su importancia dentro de la trama, con desigual fortuna. Solo los papeles femeninos aparecen algo desdibujados en comparación al resto, convirtiendo a Julio César en un festín para los actores. El talento de éstos sumado al de Mankiewicz permite que la retórica de Shakespeare suene natural y con la garra que precisa el relato.
Los demás integrantes de los equipos técnico y artístico no se quedan atrás. La película fluye con energía y extrae auténtico cine del texto original literario, una proeza al alcance de los buenos adaptadores como Mankiewicz. El director realiza un ejercicio de concreción narrativa, transmitiendo gravedad en el drama y majestuosidad en la puesta en escena. Con una cámara ágil y un sentido poderoso de la estética, Julio César aprovecha los recursos visuales y sonoros gracias a la eficaz fotografía en blanco y negro de Joseph Ruttenbergh y a la partitura de Miklós Rózsa, todo un experto en el género.
Para la posteridad quedan los diez minutos del monólogo de Brando en las escalinatas del Senado y su efigie de estatua clásica. Pero Julio César es mucho más. Baste decir que la película hace justicia a la obra de Shakespeare y que participa de la celebración de la palabra del gran bardo. Una década después, Mankiewicz recuperará la figura de Julio César en la colosal Cleopatra. Pero esa es otra historia.
A continuación, un interesante reportaje cortesía del programa Días de Cine (RTVE) en el que se aborda el estilo y la obra del gran Joseph L. Mankiewicz. Que lo disfruten: