THE GUITAR MONGOLOID. "Gitarrmongot" 2004, Ruben Östlund

Perdón por el juego de palabras, pero el principio de The guitar mongoloid es, en sí mismo, una declaración de principios. La película comienza con las imágenes de televisión de un espectáculo que celebra la prosperidad sueca en todo su esplendor, hasta que la señal es interferida por el personaje que da nombre al film. Un muchacho que sabotea la fiesta catódica desviando las antenas en una azotea, y que bien podría representar el propósito de Ruben Östlund de desmentir el ideal que proyecta el modelo social nórdico. Ya desde su primer largometraje, el director muestra el reverso de un país moderno y civilizado, paradigma del progreso en Europa, para explicar de manera gráfica que allí también hay idiotas, igual que en todas partes. Y también personas que sufren trastornos del comportamiento, adicciones, falta de atención adecuada... Sin dramas ni regodeos, al contrario, manteniendo la distancia que proporciona el plano frío y estático, incluso añadiendo pinceladas de humor negro y cierto surrealismo. Un ejemplo de esto último es que uno de los personajes que integran el reparto coral aparece siempre con el rostro desenfocado, sin que lleguemos a conocer el motivo. ¿Acaso importa?

El tono que emplea Östlund es el del costumbrismo crítico, que retrata con asepsia los aspectos menos confortables de la realidad, para que el espectador abra los ojos y tome partido sin caer en la soflama ni en el adoctrinamiento. The guitar mongoloid adopta una actitud política alejada de todo discurso, que se asienta en la conciencia del público enfrentado a escenas en apariencia inconexas, sin otro hilo conductor que la ciudad de Gotemburgo. Puestos a buscar un argumento, se podría decir que la película cuestiona la protección de la que carecen determinados colectivos y la falta de expectativas de un sector de la población cuyo embrutecimiento se manifiesta de modo gregario, algo que el director desarrollará en su siguiente proyecto. Hay, por lo tanto, un afán de provocar por parte de Östlund que se materializa ya desde el propio título, y que encuentra eco en muchas secuencias del film. Esta provocación existe también en la forma, sin movimientos de cámara (hay un par en todo el metraje) y sin apenas montaje entre unas situaciones y otras, como una sucesión de cuadros en riguroso 4/3, cuya evolución narrativa tampoco cuenta nada. Östlund parece decir a sus espectadores: Mirad, os voy a enseñar lo que descartan los demás directores, lo que no se ve en las películas por ingrato o por inservible. Y lo voy a hacer sin adornarlo con los atributos del cine, sin entretener la mirada.

Su manera de filmar refleja la voluntad de confundir verdad y ficción, ya que entre los actores no hay ningún profesional, los escenarios son naturales y la iluminación y el sonido anteponen la inmediatez al buen acabado técnico. The guitar mongoloid es un ejercicio experimental a veces fascinante y a veces irritante que desafía a la audiencia a construir una película que no existe, o que surge mientras se ve. Östlund disemina pistas que se anuncian en la pantalla pero que no terminan de concretarse. Al igual que sucede en la vida cotidiana, hay momentos que se repiten en una rutina absurda e instantes que irrumpen una vez sin que luego sean retomados, lo cual dibuja un mosaico con pocas glorias y muchas miserias. En suma, la opera prima de Ruben Östlund evidencia el ímpetu de su cine por estimular al público dándole lo que nunca espera, aún a riesgo de hacerle sentir incómodo. Solamente al final, The guitar mongoloid se redime con una escena hipnótica y bella: un enorme globo sobrevuela la ciudad, llamando la atención de los viandantes. Algunos elucubran que puede estar fabricado con... bolsas de basura.