Manon. 1949, Henri-Georges Clouzot

Henri-Georges Clouzot desplegó toda su destreza visual y su olfato narrativo para adaptar "Manon", la novela de Abbé Prévost que ofrecía, sobre el papel, unas posibilidades que el director francés supo trasladar a la pantalla con lucidez y virtuosismo. Clouzot demuestra ser una cineasta exuberante, sus imágenes siempre cuentan algo y lo hacen con la elocuencia de quien domina el oficio. La riqueza de la planificación en cuanto a angulaciones, tamaños y puntos de vista es potenciada por el montaje y la fotografía, sin embargo, existe un misterio intangible en el cine de Clouzot que escapa a la técnica y que tiene que ver con el sentido narrativo: el tempo de las escenas fluye sin pausa, los diálogos se suceden a la velocidad del pensamiento y aún así, hay algo bajo los elaboradísimos planos de Clouzot, algo invisible y orgánico, que llena el relato de pulsión, de desasosiego. Es una capacidad innata para el escalofrío que el autor exhibió con creces en sus dos películas posteriores, "El salario del miedo" y "Las diabólicas", y que en "Manon" alimenta una trama de contenido profundamente dramático. La historia sigue los pasos de una pareja condenada al encuentro y al desencuentro en los tiempos de la liberación francesa tras la 2ª Guerra Mundial. Un amor imposible que obtiene la redención en el tercio final de la película, de un lirismo arrebatado, en el cual Clouzot se lanza sin red hacia los abismos del riesgo. Y allí donde otros hubiesen podido estrellarse, Clouzot resulta indemne y fortalecido, porque "Manon" es, gracias también a lo acertado de su reparto, un film valiente y apasionado, bello, doloroso, y que regala un temblor de inquietud y de placer, de emoción al fin y al cabo.