Orígenes. "I Origins" 2014, Mike Cahill

Tres años después de debutar con Otra tierra, el director Mike Cahill retoma la ficción científica en una película cuya ambición empieza desde el propio título. Orígenes trata, ni más ni menos, de desentrañar un posible vínculo entre la psique y el alma a través de los ojos. Dicho así puede sonar a charlatanería new age, y de hecho la película pisa en algunos momentos este resbaladizo terreno. Lo que permite que Orígenes se siga con emoción e interés son los constantes quiebros en el guión, más numerosos y menos prudentes de lo necesario. Ahí reside el encanto de este film kamikaze: en su falta de prejuicios a la hora de abordar cuestiones espinosas como la reencarnación, el concepto de espiritualidad y el eterno debate entre ciencia y religión.
Cahill azuza el imaginario no sólo desde la escritura, sino también a través de una dirección detallista e inspirada que juega con el misterio. Esta sensación se ve reforzada por el montaje del director y por la cuidada estilización de las imágenes. El trabajo de Cahill recuerda en ocasiones al de Michel Gondry o Spike Jonze, cineastas con los que comparte una mirada propia y un particular sentido de la atmósfera.
Sin embargo, la película provoca más riesgos que los que sabe asimilar. Se suceden tantos saltos mortales durante la narración del film, que Cahill se ve forzado a justificar sus ocurrencias mediante escenas demasiado funcionales que restan espontaneidad al conjunto. El armazón argumental de Orígenes se levanta como un castillo de naipes que tiembla con cada sacudida del guión, y causa algunas incoherencias como la escena en el ascensor del hotel entre el protagonista y el extraño servidor de Dios. ¿Cuál es el objetivo de este encuentro, contrastar una vez más las diferencias entre la razón y la fe? De ser así, la película recae en el mensajismo y en la insistencia del director por clarificar las brumas de un guión algo confuso y con aspiraciones trascendentales. Tal vez mayor humildad y concreción hubiesen ayudado a redondear una película que, precisamente por sus escollos, debe ser tenida en cuenta.
En suma, Orígenes resulta imaginativa y estimulante, pero no es el gran film que aspira a ser porque se empeña demasiado en serlo. Tampoco los actores Michael Pitt, Brit Marling y Astrid Bergès-Frisbey logran despegar a sus personajes del estricto perfil bajo el que han sido creados, a pesar del esfuerzo y de la voluntad que ponen en transmitir humanidad y emoción. Emoción: esa es la palabra clave. No se puede alcanzar una emoción real si los sentimientos que la empujan no son reales, y Orígenes sufre el exceso de cálculo y premeditación. Mayor frescura hubiese beneficiado a esta película de la que se debe reconocer su valentía y su capacidad para plantear preguntas complejas. Y esto ya es mucho.