Roujin-Z. 1991, Hiroyuki Kitakubo

La gran repercusión que obtuvo "Akira" durante la década de los ochenta prendió la mecha de la renovación del manga y del cine anime, dando a conocer el nombre de Katsuhiro Otomo a nivel internacional. Él contribuyó a que las técnicas de animación japonesas ganasen en realismo, al tiempo que introducía la tecnología como parte fundamental de sus argumentos, siempre en ambientes distópicos de futuros abrumados por el avance de las máquinas. Nacía así el cyberpunk, término cuya influencia sigue vigente en su denuncia de la deshumanización de las sociedades modernas y en el uso de las energías agresivas con el medio ambiente. Aunque Otomo no volvió a conocer un éxito semejante al de "Akira", continuó explorando sus inquietudes en cómics y guiones como el de "Roujin-Z".
La película aborda el problema del envejecimiento de la población y de cómo una solución tecnológica puede volverse en contra de las personas. El director Kiroyuki Kitakubo rehuye el sentimentalismo y apuesta por la acción y el humor, ofreciendo un espectáculo que por pretender ser divertido, a veces cae en lo burdo. La idiosincrasia nipona vuelve a recordarnos nuestra condición de público occidental y las diferencias a la hora de entender la comedia mediante chistes rijosos y bromas infantiles. Una vez superado este escollo cultural, cabe disfrutar del entretenimiento y la emoción que desbordan "Roujin-Z".
El desarrollo de la trama se sigue con interés, y a pesar de algunas incongruencias (como el epílogo, una especie de sorpresa final bastante común en films de esta época), "Roujin-Z" depara momentos de tensión que conservan el sello de Katsuhiro Otomo. En definitiva, se trata de un ejercicio vibrante de animación en el que se conjugan con naturalidad críticas al belicismo y a los riesgos tecnoilógicos, con el entretenimiento más desenfadado. Un ejemplo perfecto de las posibilidades del anime en cuanto a promover la reflexión mediante métodos puramente visuales.