El ángel ebrio. "Yoidore tenshi" 1948, Akira Kurosawa

Durante años, Akira Kurosawa fue el puente perfecto entre el cine de oriente y occidente. Sus películas recogían la tradición de los clásicos de Hollywood, especialmente del género negro, para trasladar sus atmósferas a escenarios japoneses dotándolas de mayor realismo sin dejar de ser por ello menos simbólicas. “El ángel ebrio” pertenece a esta etapa del director, y exhibe algunas de sus virtudes: un guión poderoso, una recreación de escenarios prolija y cargada de trasfondo, unos personajes de alto contenido dramático y una puesta en escena abigarrada, llena de fuerza y con una gran capacidad de sugerencia. La novena película que dirigió y co-escribió Kurosawa tiene como eje central un concepto fuertemente arraigado en la cultura nipona, el de la moral. Por ello el personaje protagonista, el doctor Sanada, representa muchos de los intereses de Kurosawa como autor. Por un lado, Sanada es un profesional dotado de un fuerte compromiso ético que debe luchar día a día contra las adversidades de una pobre clínica situada en uno de los barrios más deprimidos de la ciudad, al borde de una inmensa ciénaga que representa mucho más que una simple cuenca de barro y aguas podridas. Por otro lado, Sanada combate contra sus demonios interiores a los que trata de ahogar en el alcohol de las noches en vela. Él es el ángel ebrio del título, al que el destino pone a prueba cuando lleva a su consulta a un joven gángster herido de bala. La relación que se establece entre ambos transita del recelo a la comprensión, y se presenta como una oportunidad de cambio para estos dos parias que aprendieron a abrirse paso en el lado difícil de la vida. La fatalidad se cebará con uno de ellos en el momento en el que los dados dejen de rodar inevitablemente sobre el tapete de juego. A través de ésta historia Kurosawa consigue no sólo captar la atención del espectador desde la primera escena, sino que le envuelve en una narrativa que oscila sabiamente entre la contemplación y la catarsis, haciendo que la historia se cree y se recree ante sus ojos. Ese es el poder de su cámara. Las interpretaciones de Toshiro Mifune y de Takashi Shimura, la música, la fotografía, el montaje y su profundo dominio del tempo, suman aciertos en esta obra que nunca debería ser tomada como pequeña en la filmografía de este gigante del séptimo arte.