El ciudadano ilustre. 2016, Mariano Cohn y Gastón Duprat

Son muchas las películas que tratan el tema del regreso al lugar de origen de un personaje reconocido: Fresas salvajes, Volver a empezar, Cinema Paradiso, Young adult... Por eso, la novedad consiste en el punto de vista y en la habilidad de cada director para esquivar las trampas de la nostalgia y el sentimentalismo. De este reto salen muy bien parados Mariano Cohn y Gastón Duprat.
El ciudadano ilustre es una comedia cargada de bilis, ácida como pocas, pero que resulta tremendamente divertida. Narra la historia de Daniel Mantovani, flamante ganador del Premio Nobel de Literatura, que contra todo pronóstico decide aceptar la invitación del pequeño pueblo donde nació para nombrarle ciudadano ilustre. El guión muestra una serie de lugares comunes: el encuentro con la antigua novia, los viejos amigos, los escenarios de la memoria... pero vistos desde el escepticismo y la perplejidad del protagonista. Lo que da lugar a una sucesión de secuencias hilarantes y grotescas que proyectan el reflejo distorsionado de la apacible vida rural. Pero más allá del cruel retrato de costumbres, se impone la reflexión acerca del acto creativo y las inquietudes que atenazan a cualquier autor, algo que otorga profundidad al film.
La comedia se transforma en sátira y la sonrisa en mueca gracias al tono que alcanza la narración, excesivo y violento. Pero al contrario que los malos chistes, en los que siempre se adivina el final, El ciudadano ilustre depara giros de guión inesperados y riesgos que salva el portentoso trabajo de Óscar Martínez. Su encarnación del escritor es ajustada, precisa y está llena de humanidad. Logra contener la deriva guiñolesca a la que propende la película y tiende un puente con el espectador, estupefacto ante lo que sucede en la pantalla. Martínez saca el máximo partido de los diálogos, escritos con inspiración e interpretados con talento por el amplio reparto.
Ninguno de estos aciertos se ven ensombrecidos por la labor de los directores. Al contrario, Cohn y Duprat se valen de una planificación sencilla y efectiva, conscientes de que el material que tienen entre manos no se puede vulgarizar mediante complicados movimientos de cámara o angulaciones forzadas. El ciudadano ilustre exhibe una falsa simplicidad bajo la que se evidencian toneladas de ingenio. Por eso es cine inteligente y placentero, pero también de una terrible amargura. En el equilibrio de estos términos está su máxima virtud.