El barón Munchausen. "Baron Prášil" 1961, Karel Zeman

Al igual que hiciera Méliès décadas atrás, Karel Zeman eligió el cine como herramienta para ilustrar los sueños propios y los ajenos. El director checo nutrió su imaginario con una variedad de referencias que van desde el inevitable Julio Verne hasta los grabados de Gustave Doré, pasando por los hermanos Grimm, Cyrano de Bergerac o "Las mil y una noches". La ética y la estética de Zeman estaban más cercanas al siglo XIX que al XX que le tocó vivir, lo que no impidió que desarrollase el oficio de los artesanos antiguos en plena era de la tecnología. Decorados pintados a mano, maquetas, transparencias y algunos de los trucos visuales que ya emplearon los pioneros dan forma a su trabajo. 
Una película como "El barón Munchausen" podía parecer una extravagancia demodé en los recién iniciados años sesenta, y de hecho sigue siéndolo hoy en día. Zeman no engaña a nadie: adentrarse en su obra es como hacerlo en un túnel del tiempo que más que desafiar al calendario, lo que pretende es devolver al espectador al terreno de la infancia. La aspiración de su cine es la de proporcionar una sensación parecida al ensueño.
Como todos sus films, "El barón Munchausen" es una apología del cuento rebosante de humor, un derroche de inventiva cuya carcasa visual termina imponiéndose sobre la narración. Es fácil olvidar las historias que cuenta Zeman, como imposible es no recordar sus imágenes. Este es el cine que imaginaba Platón, el juego incesante de un niño que nunca quiso crecer: