UNA HISTORIA INMORTAL. "Une histoire immortelle" 1968, Orson Welles

En la última etapa de su carrera, Orson Welles realiza su primera película en color por encargo de la ORTF, la televisión pública francesa. Se trata de la adaptación de un relato de Karen Blixen ambientado en el Macao portugués del siglo XIX, cuyas escenas interiores fueron recreadas en un estudio de París y las exteriores en España (Segovia, Brihuega y Chinchón.) Una historia inmortal comprime en menos de una hora muchas de las claves del director, casi como una síntesis de su cine antes de la explosión revolucionaria que supuso Fraude.
Para empezar, el propio tema del film gira en torno a las diferencias entre la realidad y la ficción, el hecho y el mito, una obsesión wellesiana que se mezcla con la reflexión del poder presente en todos sus títulos. Así, el Charles Clay protagonista se enmarca en la tradición de Charles Foster Kane, Hank Quinlan, Mr. Arkadin o cualquiera de las figuras shakesperianas que el propio Welles encarnó a lo largo de su trayectoria. Una historia inmortal recupera el personaje trágico del jerarca que parece poseerlo todo salvo la paz de espíritu, especialidad del cineasta que aquí representa con aires teatrales: el vestuario, los decorados, el maquillaje... cada aspecto de la producción remarca el artificio y la retórica tan afines a Welles. También los diálogos son pura literatura, palabras que proporcionan placer al oído si nos olvidamos del realismo y de que la película está realizada casi en los años setenta, lo cual le confiere un encanto decadente y un intencionado carácter demodé. Esta cualidad se acentúa con la incorporación en la banda sonora de algunas gymnopédies de Erik Satie, perfectas para dotar la atmósfera de la melancolía adecuada.
El lenguaje visual desarrollado por el director se mantiene a la altura de lo esperado. Hay una gran variedad de ángulos y de tamaños de plano, que se vertebran en un montaje muy dinámico con algunos ingenios estéticos (el apagado de las velas de la protagonista, las imágenes de detalle en la cama) que introducen una premonición de vanguardia. Modernidad que conjuga bien con el clasicismo de la historia, tal y como ha practicado siempre Orson Welles. El tratamiento del color que otorga Willy Kurant a la fotografía es de enorme plasticidad y refuerza el tono guiñolesco al que tiende el film.
Otro nombre destacado es el de Jeanne Moreau, fiel aliada del director con quien trabaja por tercera vez interpretando a un personaje conmovedor y lleno de aristas. Ella y Roger Coggio consiguen resolver la complejidad de sus papeles con sutileza y comedimiento, en contraste con la aparatosidad forzada de Welles. El autor cierra así el ciclo de sus adaptaciones literarias (luego vendrían más, que quedaron inconclusas) con esta película hermosa por dentro y por fuera, un caramelo amargo que llegó a estrenarse en las salas de algunos países. Una historia inmortal es un Orson Welles crepuscular y condensado, una película-esencia que suele pasar desapercibida a la hora de hacer recuento de la obra del director, pero que debe ser tenida en cuenta por sus virtudes narrativas y formales.