Consiste, por lo tanto, en una trama clásica de película de infiltrados que encuentra legitimidad en las circunstancias reales en las que se inspira. Tanto los personajes como las situaciones poseen referentes verídicos, e incluso se introducen en el montaje algunos momentos de la entrevista realizada a Bill O'Neal, el soplón en quien se basa el protagonista. Sin embargo, King no aspira a dotar la película de un tono documental ni a recrear los hechos con exactitud. Más bien se trata de convertirlos en material para elaborar una ficción destinada a entretener al público con los conflictos de lealtad y traición propios del drama tradicional, aligerados con elementos de thriller y comedia. Aunque pueda parecer oportunista porque el estreno de Judas y el mesías negro coincide con el debate actual en torno a la brutalidad policial que sufre la comunidad negra en los Estados Unidos y la reivindicación de la igualdad en todos los ámbitos de la sociedad, lo cierto es que Shaka King reparte las culpas en ambos bandos del extremismo político: la militancia comunista que esgrimía sus argumentos empuñando armas y los gobernantes conservadores que hacían la guerra sucia desde las cloacas del poder. La película adopta el punto de vista de los primeros, desnivelando la identificación hacia quien ejerce la función de mesías y es capaz de conducir a su rebaño mediante arengas que solo un buen actor puede representar. Este es Daniel Kaluuya, intérprete inspirado y preciso, cuyo trabajo engrandece el conjunto. Sus compañeros de reparto consiguen estar a la altura, con especial mención para la actriz Dominique Fishback y el siempre eficaz Jesse Plemons.
Dado que una producción del calibre de Judas y el mesías negro aspira a alcanzar un público extenso, el director opta por un lenguaje visual muy dinámico que toma protagonismo en la narración, hasta el punto de que hay momentos en los que la estética se impone al relato. El guion pierde cierta contundencia en la segunda parte del film, pero el interés no decae gracias al ritmo y la planificación desarrollados por King. Hay escenas que concentran habilidosos movimientos de cámara, un montaje eficaz e ingeniosas elipsis que atrapan al espectador hasta la llegada del desenlace, acorde a los sucesos reales, menos memorables de lo esperado. Todo bien envuelto en la fotografía tenebrista de Sean Bobbitt, cuyas imágenes dan identidad al conjunto.
En definitiva, Judas y el mesías negro es la reválida que necesitaba Shaka King para ser tenido en cuenta como cineasta. Una película que mezcla la emoción con el apunte histórico (aparece Edgar Hoover, encarnado bajo capas de maquillaje por Martin Sheen) y que se sumerge en un tema pocas veces explorado en la pantalla: la breve pero intensa trayectoria de las Panteras Negras.