Si bien el cine de Eustache posee siempre un acercamiento a la realidad y un contenido autobiográfico que oscila en cada proyecto, en el caso de Mes petites amoureuses echa la vista atrás y recurre a sus experiencias de juventud. El director mezcla en el guion sus recuerdos de muchacho provinciano y su descubrimiento de la vida en la ciudad, asociada al despertar de los sentimientos, con invenciones que pretenden reflejar el desconcierto propio de la adolescencia y las dificultades de encajar en el mundo adulto. Al igual que en tantos otros ejemplos de la cinematografía gala (Truffaut, Malle, Carné), Eustache practica el relato iniciático adoptando una estructura por episodios. Las piezas que completan el mosaico ilustran las andanzas de Daniel, interpretado por el debutante Martin Loeb, a la búsqueda de afectos que alivien la rutina impuesta por los mayores. Además de los asuntos amorosos, Eustache cuenta las jerarquías de poder que se establecen en los entornos familiares y laborales. La mirada atenta y sigilosa con la que el protagonista asiste a los hechos que le rodean es la del propio director quien, al contrario que en su anterior trabajo, en Mes petites amoureuses prefiere la acción al verbo y relega los diálogos en favor de situaciones muy visuales y del contante desplazamiento de los personajes. Predominan las escenas en las que Daniel avanza a pie o en bicicleta, o en las que observa el caminar de otras personas, preferentemente mujeres... hay auténticas filigranas, como el travelling que persigue el reflejo de la chica en las ventanas del bar. Es cine en movimiento, que sustituye las palabras por el avance físico de las figuras en el encuadre.
Otro cambio respecto a La mamá y la puta es la fotografía en color, elaborada con maestría por Néstor Almendros. Las imágenes de Mes petites amoureuses transpiran naturalismo a través de la luz y los colores, recreando una época imprecisa del pasado con ciertos elementos contemporáneos en el ambiente y la caracterización. De este modo, Eustache retrata una juventud sin nostalgias, poco idílica y que expone algunas debilidades de la condición humana (la incomunicación, la desigualdad) huyendo de lo altisonante y desde la intimidad. Este sustantivo define bien el conjunto. Todas las películas de Jean Eustache son muy personales, pero en Mes petites amoureuses realiza un ejercicio de introspección en el que la cámara y el montaje emplean un lenguaje más estilizado que en el resto de su obra y la puesta en escena se articula en torno a la mirada del protagonista. En ocasiones, el director elude el contraplano para que el punto de vista de Daniel coincida con el del espectador, creando una identificación directa en la pantalla.
El hecho de no incluir apenas música y de que las actuaciones de los actores sean tan contenidas, incide en el propósito de esquivar el artificio por parte de Eustache. Su aspiración en transmitir verdad sin ser totalmente realista, y conducir al público a reflexiones y sensaciones que nunca resultan fáciles, porque la vida tampoco lo es. Un cineasta con estas intenciones hubiera merecido mejor suerte, igual que una película como Mes petites amoureuses debe ser restablecida del olvido.