Alta fidelidad. "High fidelity" 2000, Stephen Frears

A lo largo de su dilatada carrera, Stephen Frears ha sabido nadar entre dos aguas bien delimitadas: por un lado, el cine desarrollado en su Inglaterra natal al que pertenecen las películas discretas y pequeñas ("Café irlandés", "La camioneta") que le han hecho grande dentro del panorama europeo. Por otro lado, las producciones de estudio ("Las amistades peligrosas", "Los timadores") que le han reportado fama y prestigio en Hollywood. Sin embargo la calidad, que no sabe de fronteras, le ha repartido desigual fortuna a ambos lados del océano, alternando las películas memorables y las olvidables.
"Alta fidelidad" es una comedia agridulce que pertenece al grupo de las películas de Frears que, en un principio, no parecen apegadas a sus intereses como cineasta, pero que su mirada atenta e inteligente ha sabido convertir en un film elevado ya a categoría de generacional y de obra de culto. Haciendo una lectura fiel e inspirada de la novela de Nick Hornby con la que comparte título, "Alta fidelidad" sabe reproducir el texto original con el sentido del humor necesario para que el espectador disfrute del espectáculo sin evitar que, en más de una ocasión, se le congele la sonrisa. El equilibrio entre lo cotidiano y el enredo funciona en la pantalla gracias a una acertada selección de actores en la que brilla con luz propia un John Cusack que hace suyo el personaje rico y complejo que le ha tocado encarnar.
El guión mantiene el ritmo durante todo el metraje, juega bien con los diferentes tempos de cada escena y está poblado de diálogos ingeniosos, que recuperan el recurso de hablarle directamente al espectador inmiscuyéndole en la trama. Este truco narrativo permite más que una cercanía, una camaradería entre el protagonista y el público, capaz de potenciar la entidad del relato y sus posibilidades cómicas. La multitud de personajes que habitan en "Alta fidelidad" le otorgan un carácter episódico a la trama que, lejos de diluirla, permite que se siga con interés y que el espectador acompañe las peripecias sentimentales del protagonista en un particular recorrido donde lo personal y lo musical se confunden. Ese es el encanto principal de una comedia romántica que puede presumir de su condición sin avergonzarse de ello, básicamente porque cuenta con una materia prima tan infalible como difícil de encontrar: la imitación de una realidad que, quien más y quien menos, puede reconocer en la pantalla entre sonrisas y oprobios.