DUNE: PARTE DOS. 2024, Denis Villeneuve

En 2021, Denis Villeneuve afronta el reto de llevar a la pantalla Dune, la odisea de ciencia ficción escrita por Frank Herbert a mediados de la década de los sesenta. Un proyecto muy ambicioso que en el pasado estuvo a punto de arruinar las trayectorias de David Lynch y Alejandro Jodorowsky, y que Villeneuve convierte en una serie de películas cuya segunda parte se estrena tres años después de la primera, incluyendo el retraso ocasionado por la huelga de actores en Hollywood. Es el modelo de narración por entregas heredado de la literatura que comienza a practicarse ya en el cine mudo y que se prolonga hasta nuestros días en sagas como Harry Potter o El señor de los anillos. Una táctica de consumo a largo plazo que basa su continuidad en las expectativas generadas por costosas campañas de promoción y que busca fidelizar al público en la taquilla, a través de gigantescas producciones diseñadas por los estudios que dejan poco margen de maniobra a los directores contratados. Por eso hay que reconocer el carácter excepcional de este Dune, que posee todas las características de un gran artefacto procesado para la explotación masiva y que no por ello anula la personalidad creativa de Villeneuve.

Dune: parte dos retoma la historia en el mismo punto donde concluyó su antecesora. Si aquella presentaba a los personajes y exponía el planteamiento de la trama, tal y como dictan las normas clásicas de la ficción, en este segundo film se asiste al desarrollo dramático de las situaciones y a la evolución de los protagonistas, lo que equivale a decir que hay más presencia de acción. Algo que, curiosamente, ha sido celebrado como un logro y no como un progreso lógico del argumento. De cualquier modo, cuesta valorar de manera independiente ambas películas terminadas hasta la fecha como si tuviesen autonomía propia y no fueran fragmentos de un conjunto indivisible. ¿Tiene sentido juzgar Dune: parte dos al margen de su precedente y de la continuación que está por venir? La respuesta popular y la profesional coincide en comparar cada una de las partes buscando la curva ascendente o descendente dentro de una gráfica cualitativa que tendrá que completarse cuando la trilogía finalice, allá por 2026.

Dicho lo cual, Denis Villeneuve consigue acrecentar los méritos del primer Dune. La épica que ya estaba presente se multiplica hasta alcanzar niveles de epopeya religiosa, puesto que las alusiones a las diferentes creencias son constantes y se mezclan con referentes de la mitología grecolatina y del teatro de Shakespeare. Un conglomerado que dota de solemnidad a la película sin renunciar al sentido de la aventura y al drama de sentimientos, bastante comedidos, eso sí. Villeneuve no se deja arrastrar por el exceso tan común en esta clase de obras y se mantiene siempre austero en las emociones y prudente a la hora de representar las situaciones más físicas. Su puesta en escena incide en la idea de transmitir credibilidad dentro del universo fantástico imaginado por Herbert, evitando abusar de la naturaleza digital de las imágenes. Hay cierta organicidad en el tratamiento visual de los efectos especiales y en la fotografía de Greig Fraser, en perfecta conjunción con el diseño estético de los decorados, el vestuario, las caracterizaciones... en suma, de todo el fabuloso imaginario que envuelve Dune. No solo a nivel visual, también sonoro, con un trabajo matizadísimo que ni siquiera la poderosa música de Hans Zimmer es capaz de devorar.

El plantel de técnicos es el mismo que en la anterior película mientras que el de actores se va acrecentando, a medida que se incorporan nuevos personajes episódicos. A los papeles principales de Timothée Chalamet, Zendaya, Rebecca Ferguson o Javier Bardem se suman los nombres de Austin Butler, Florence Pugh, Christopher Walken o Léa Seydoux, entre otros, ya que la nómina de intérpretes es tan extensa como bien equilibrada. Ellos aportan la dosis de humanidad necesaria para que la película no termine aplastada por su propia magnitud y contenga aspectos en los que el público pueda reconocerse. Es difícil tratándose de Dune, pero Denis Villeneuve lo consigue gracias a que detrás del espectáculo hay una historia, y detrás de la historia hay coherencia interna y respeto por el espectador.

Para entender el carácter legendario que construye la atmósfera de Dune, basta escuchar alguno de los temas compuestos por Zimmer. En la partitura conviven los coros, lo sonidos tribales y los electrónicos mediante capas que se van sumando alrededor de un leitmotiv.  Aquí tienen un buen ejemplo: