Conviene tener en cuenta estos elementos para valorar la nueva adaptación de Dune. No porque condicionen el resultado, sino porque dan coherencia a lo que se muestra en la pantalla: un espectáculo dirigido al gran público que aporta una visión más adulta que la ofrecida en la franquicia de Star Wars, por buscar un ejemplo de temática similar (ambas sagas contienen traumas familiares heredados de padres a hijos, conflictos políticos entre civilizaciones que derivan en enfrentamientos militares, la hegemonía de un sistema imperial en contraposición a quienes representan la libertad y la justicia). Al igual que sucede en la creación de Georges Lucas, es fácil adivinar en Dune las connotaciones religiosas en general y bíblicas en particular que alimentan la trama, además de ciertos patrones de la narración antigua que tienen que ver con el advenimiento de un héroe destinado a guiar los pasos de un pueblo oprimido por fuerzas superiores. Villeneuve y el guionista Eric Roth siguen a pies juntillas las pautas de estos relatos que ensalzan los valores del honor, la responsabilidad, la fraternidad... impregnados de un tono muy oscuro que añade solemnidad al conjunto. En su intento por aproximarse a un tipo de espectador más exigente del que suele consumir estas grandes producciones, Villeneuve construye la película con gravedad y un enfriamiento premeditado de las acciones, que se demoran con un ritmo más pausado de lo común. Las pasiones laten en Dune de manera siempre contenida, sin que los personajes se dejen arrastrar por los arquetipos que representan.
El largo plantel de actores contribuye a dar credibilidad al film, con nombres que reúnen a estrellas del nuevo firmamento (Timothée Chalamet, Zendaya), intérpretes consagrados (Oscar Isaac, Josh Brolin) y figuras europeas de prestigio (Charlotte Rampling, Stellan Skarsgård, Javier Bardem). Entre todos ellos cabe destacar a Rebecca Ferguson, quien carga con el mayor peso dramático. Su rostro y el de los demás dibujan el paisaje humano de una película que da especial valor a los espacios abiertos y a la naturaleza del desierto como escenario no solo físico, también trascendental. La fotografía de Greig Fraser tiene personalidad y saca el máximo partido de los escenarios y el vestuario, elementos muy cuidados que conviven bien con los numerosos efectos especiales. Dune luce un diseño artístico que suma aciertos a las versiones anteriores y transporta al público a un mundo sugestivo y rico en ideas visuales. Lo mismo vale decir del apartado sonoro y de la música de Hans Zimmer, que mezcla con inspiración abundantes texturas y referencias, aunque en ocasiones adquiere demasiada presencia.
Habrá que ver la segunda parte de Dune para hacer una valoración completa de esta obra cinematográfica ambiciosa y exuberante, que está a punto de desfallecer en algunos momentos sepultada por la grandilocuencia, pero que la prevención y el pulso firme de Denis Villeneuve saben conducir a buen término. Puestos a señalar alguna debilidad, si acaso la misma que aqueja al cine contemporáneo predominante: la sobresaturación de planos en el montaje, que provoca un empobrecimiento del lenguaje en lugar de la riqueza que se quiere hacer ver, porque desprecia la intuición del espectador y explica más de lo necesario... así, cada plano tiene siempre su contraplano y cada acción su reacción, desatendiendo el significado que dan a la escena.
A continuación, pueden escuchar uno de los temas que integran la banda sonora compuesta por Zimmer. El autor alemán despliega su paleta de sonidos majestuosos, agravados por la intensidad emocional de las voces y la mezcla de instrumentos arcaicos y electrónicos. Que lo disfruten: