PLAYTIME. 1967, Jacques Tati

El tema principal en la filmografía de Jacques Tati es la dificultad del individuo por mantener cierto grado de humanidad en un mundo cambiante e hipertecnológico. Un asunto que alcanza el paroxismo en Playtime, el cuarto largometraje del cineasta francés y también el más ambicioso. La producción llevó tres años en los que se construyeron gigantescos decorados que representaban salas de aeropuerto, salones de exposición, oficinas, fachadas de edificios, establecimientos de hostelería... en conjunto, una ciudad artificial bautizada como Tativille, diseñada por el director artístico Eugène Roman. Las deudas contraídas por el abultado presupuesto y la pobre recaudación en taquilla marcaron el declive en la carrera de Tati, quien abandonó el éxito comercial que le había acompañado hasta entonces y ya nunca se pudo sobreponer a las pérdidas económicas.

Viendo Playtime en el presente, es fácil adivinar las razones de este fracaso. El estilo de Tati basado en el gag visual era propio de otra época asociada a Keaton y Chaplin, con difícil encaje en una cartelera en la que triunfaban las comedias mucho más verbales de Billy Wilder o Blake Edwards. En lugar de adaptarse a los nuevos tiempos, Tati extremó todavía más su lenguaje cinematográfico hasta alcanzar una depuración casi abstracta. La película desarrolla seis secuencias independientes unas de otras, con algunos personajes en común, unidas por la crítica a la arquitectura funcional y al urbanismo que termina uniformizando las grandes urbes del planeta. Playtime luce una estética fría y rectilínea, de influencia racionalista, que minimiza el tamaño de los personajes en relación a la magnitud de los espacios mediante planos generales. La cámara yuxtapone diversas acciones en encuadres fijos de gran profundidad, compuestos con precisión para mostrar lugares que ponen en aprietos a monsieur Hulot, la célebre creación de Tati que simboliza el conflicto de la tradición frente a la modernidad y de la naturalidad en contra de la pose. 

Aunque Playtime perpetúa el espíritu de los anteriores films de Tati, no alcanza el mismo nivel de genialidad. El motivo es la falta de un guion capaz de compactar todas las ideas propuestas por el director, que son muchas y complejas, casi un ensayo fílmico en torno al modelo capitalista que anula la particularidad de cada sitio en favor de la economía de mercado, la colonización del idioma y la cultura anglosajona, la despersonalización del sistema, el influjo alienante de la publicidad y de las nuevas tecnologías... además de otras reflexiones que Tati acumula en el metraje de dos horas prolongadas en exceso. El ritmo con el que se desarrolla Playtime es impropio de la sátira (salvo en la larga escena del restaurante, antecedente inmediato de El guateque) y hay situaciones de humor que carecen de impacto o aportan poco al conjunto. Aún así, Tati logra generar una atmósfera muy peculiar, con hallazgos de gran ingenio, si bien algunos de ellos (los apartamentos transparentes y el juego de reacciones entre televisores y televidentes), pierden eficacia a causa de la reiteración, como si el director quisiera subrayar su significado. Este deseo evidente de que el espectador asimile el mensaje es el problema más grave de Playtime, puesto que en ningún momento el film ofrece dudas de sus intenciones. Sin embargo, el público de entonces le dio la espalda: era demasiado intelectual para hacer reír y demasiado ligera para ser tomada en serio.

La sensación que persiste es la de un inmenso artefacto cuyo peso le impide volar. Se echa en falta la ligereza y la falta de pretensiones característica de Jacques Tati, cineasta que consigue, no obstante, una película con una gran fuerza visual y sonora. Lástima que su enormidad termine amortiguando las virtudes de esta película descompensada, a veces lúcida y a veces monótona. Y es que Playtime funciona mejor considerando las escenas aisladas que su totalidad, ya que las singularidades creadas por Tati conforman un mundo con sus propias leyes físicas y narrativas. Es un territorio imaginario que no tiene comparación y que pervive en la memoria del espectador tiempo después de haberlo visitado.