ANNETTE. 2021, Leos Carax

A pesar de que Holy Motors y Annette están separadas por casi una década, es fácil establecer una continuidad que une el final de una con el principio de otra. En ambos casos, el director Leos Carax aparece en pantalla asumiendo el papel de espectador que contempla la ficción con la extrañeza de quien está a punto de desvelar un misterio. Nada de lo que sucede antes y después encaja dentro de los márgenes convencionales ni de los cánones de un género determinado. Así, el prólogo de Annette se completa con una canción interpretada por los personajes protagonistas en compañía de Sparks, el dúo encargado de componer la banda sonora. Sin embargo, que nadie espere una película musical al uso. El sexto largometraje de Carax es una tragedia clásica narrada en clave de ópera moderna, con personajes que se expresan mediante diálogos cantados y composiciones pop que verbalizan sentimientos o puntualizan acciones. No hay danza, porque el propio movimiento de los actores y de la cámara traduce la puesta en escena en términos musicales. Y es que todos los elementos que integran Annette (el ritmo, las interpretaciones, los decorados...) introducen al espectador en un mundo irreal que estiliza el drama de una pareja marcada por la fatalidad del destino.

Como cabe esperar, Carax corre riesgos que bordean lo imprudente. Uno de los más llamativos es el carácter del protagonista encarnado por Adam Driver, tan arisco que impide cualquier posibilidad de empatía. Sin embargo, permanece casi siempre presente y esto provoca que la película mantenga una tensión incómoda, incluso en los momentos que buscan la sensibilidad. Tanto él como su amada, a quien da vida Marion Cotillard, trabajan expuestos al público: son, respectivamente, un comediante que pierde la capacidad de hacer reír y una cantante lírica en pleno éxito. En torno a ambos gravita la idea de la muerte, ya sea en los argumentos de sus espectáculos como en la manera de enfrentar las pasiones, lo cual influye en la atmósfera que Carax va preparando para la llegada del otro gran riesgo y, a la vez, sorpresa que depara Annette. El título del film se corresponde con el nombre de la hija de la pareja, quien nace sin forma humana a ojos del espectador (no así de los personajes), adoptando la apariencia de una figura articulada de madera que va creciendo como lo haría si fuese de carne y hueso. Más que una versión turbadora y sombría de Pinocho, se trata de una representación alegórica cuya intención es identificar a la pequeña con un objeto al que se le ha robado la humanidad y que es explotado por el padre, ciego de ambición ante el milagroso don para cantar que posee la niña. No será hasta la llegada del desenlace cuando ella sea interpretada por una actriz y logre emanciparse del padre, devolviéndole el odio sembrado durante tanto tiempo.

Los espectadores capaces de asimilar estos retos encontrarán allanado el camino para adentrarse en la película. Solo entonces se podrá disfrutar de las propuestas que plantea Carax a nivel narrativo y estético: la colorida fotografía de Caroline Champetier, las melodías de los hermanos Mael, las secuencias que intercalan lo onírico, lo dramático y lo cómico... son ingredientes de un auténtico festín para los degustadores de rarezas. Annette luce orgullosa su condición excepcional, aunque se acusen ciertos detalles que convierten la auto-consciencia en auto-indulgencia. En concreto, durante la conclusión del film. El personaje al que da vida Adam Driver se enfrenta en la cárcel a los conflictos que dividen el amor y el simulacro de afecto, el interés y la manipulación, la libertad y la condena... dilemas que afectan a Leos Carax como autor. Ha pasado el tiempo y el rostro de Driver se muestra demacrado, el maquillaje y la caracterización han transformado sus rasgos y ahora se parece sospechosamente al propio Carax. Las dudas se disipan cuando en la espalda de su uniforme de presidiario puede leerse LLXXX, las letras que abren y cierran el nombre del director. Semejante autoreferencia en un momento tan decisivo hace pensar que Carax se impone sobre su creación y establece analogías que distraen de la trama principal. ¿Acaso Carax trata de atribuirse el papel de víctima de un sistema que no le comprende? ¿O trata de resolver en la ficción sus asuntos personales? (la película está dedicada a su hija Nastya, que comparte plano con él al inicio). En cualquier caso, se antoja como un gesto narcisista que tal vez denota la megalomanía necesaria para sacar adelante un proyecto como Annette. Y es que películas así no se hacen todos los días, para bien y para mal. Ningún público está preparado para recibir con asiduidad este derroche de inspiración y esta exuberancia de sentimientos al compás de una música que en vez de amansar a las fieras, puede estimularlas.