KAREN. 2021, María Pérez Sanz

El universo particular y sorprendente de María Pérez Sanz se expande en Karen, su primer largometraje de ficción. Aunque se trata de una ficción relativa, ya que la directora refleja un breve periodo en la vida de Karen Blixen, los últimos días que pasó en Kenia antes de volver a Dinamarca y convertirse en escritora. Hay un poso de verdad en esta película que no busca la recreación de unos hechos sino captar la intimidad de una mujer a punto de cambiar de vida, empujada por las circunstancias.

Para ello, Pérez Sanz aplica un estilo muy marcado tanto en las imágenes como en el desarrollo dramático. Karen está filmada en 16 mm, lo cual permite que Ion De Sosa despliegue en la fotografía una paleta de colores y texturas en la que predominan los tonos pálidos y terrosos, sin demasiado contraste y con luces que provienen de fuentes naturales. Esta ausencia de artificio contrasta con el cuidado con el que están compuestos los encuadres, muchos de ellos de influencia pictórica en cuanto a frontalidad y falta de profundidad en el plano. A pesar de que la historia se ambienta en África, no abundan los paisajes. La directora rodó casi todo el metraje en su Extremadura natal, influida por las similitudes geográficas pero sin preocuparse por las diferencias entre un lugar y otro (hay un momento en el que los protagonistas contemplan una manada de toros entre las encinas). El interés de Pérez Sanz se centra en el rostro y la figura de Christina Rosenvinge, quien interpreta a Blixen, en compañía del actor Alito Rodgers dando vida al criado nativo. El reparto se completa con Isabelle Stoffel, que interviene en una única secuencia, puesto que todo en Karen adopta una forma mínima... incluso la duración, que apenas sobrepasa los sesenta minutos.

La presencia de Rosenvinge es casi constante en la pantalla. Sus gestos y palabras conducen el relato a través de pequeñas escenas contemplativas, livianas en apariencia pero que contienen reflexiones de calado espiritual. Vemos a Blixen despertando, lavándose, desayunando y otros instantes cotidianos en los que no es difícil adivinar ideas en torno al tiempo, la soledad, la búsqueda de una identidad precisa. Algo que se materializa en el desenlace del film, cuando la cámara muestra el presente de la casa recorrida por los turistas. Entonces Karen reconfigura su significado y adquiere una dimensión profunda, capaz de iluminar el misterio impreso en los fotogramas.

Hay que saludar la capacidad de experimentación de María Pérez Sanz, que no está reñida con la cercanía y la comprensión de lo que sucede. Karen se puede ver como un ejemplo de cine de autor con una fuerte voluntad de estilo, y también como una parábola sencilla sobre las cosas comunes. Es una película que aspira a lo esencial, creada con pinceladas leves a modo de un cuadro impresionista, con una estética muy sugerente y cuyos diálogos están extraídos de fragmentos literarios de Blixen. En suma, un homenaje honesto que celebra a la mujer justo antes de nacer como escritora.