MIMOSAS. 2016, Oliver Laxe

Segundo de los dos largometrajes que Oliver Laxe dirige en Marruecos, esta vez dentro del terreno de la ficción y bordeando el cine de género. Al menos así es como define Mimosas el propio autor, que se refiere a ella como un western metafísico. Lo cierto es que resulta difícil clasificar una película que escapa de lo convencional e indaga en la experimentación, tanto a nivel formal como narrativo, y que practica el riesgo ya desde la misma estructura. Laxe parte de una situación que ya ha dado comienzo al inicio del film y que al final no habrá terminado, es el fragmento de una aventura a través de las montañas que involucra a una expedición y un anciano que busca el lugar donde morir.

Esta peripecia ambientada en el pasado se mezcla con otros hechos del presente en los que coinciden las mismas caras y escenarios, son dos planos temporales que se cruzan en la pantalla buscando una conexión que aspira a lo trascendente. Hay una lectura religiosa que atraviesa el relato y que otorga al viaje cualidades de peregrinaje, así como el personaje del guía asume la función de ángel custodio con referencias constantes a la fe. Todo en Mimosas está teñido de espiritualidad y de misterio, hasta el punto de que no es tan importante lo que se cuenta como las impresiones que provocan las palabras y los actos de los personajes, siempre relacionados con el paisaje. Las cordilleras rocosas y los caminos polvorientos son mucho más que las localizaciones en las que sucede la acción, porque son la acción en sí.

El director articula las imágenes como cuadros en movimiento que invitan a la hipnosis. Los colores terrosos y las luces naturales que Mauro Herce emplea en la fotografía dotan al film de una atmósfera singular, que Laxe potencia mediante emplazamientos de cámara en apariencia sencillos, si bien poseen una voluntad ascética que aspira a la desnudez sin artificios. Es evidente que el director emplea en ocasiones ciertos trucos visuales y sonoros (ausencia del contraplano para provocar efectos dramáticos, algunas secuencias en silencio), pero en conjunto predomina un lenguaje cinematográfico basado en la economía de recursos y en la búsqueda de la esencia por medio de la armonía en los encuadres y de un tempo preciso, acorde con el devenir de los protagonistas.

Los actores no profesionales transmiten frescura y veracidad, lo cual otorga a Mimosas cierto aire documental en las escenas de conversaciones. Sin embargo, teniendo en cuenta todas las virtudes enumeradas, es difícil entrar en la película. Oliver Laxe y su coguionista, Santiago Fillol, toman elementos reconocibles para crear una obra críptica que se completa en la cabeza del espectador a través de sensaciones, más que pensamientos. Esto no conllevaría problemas sino fuese porque, al mismo tiempo, Mimosas se antoja como un ejercicio de fuerte carga intelectual. Para asimilar con plenitud la complejidad del film se requieren nociones de filosofía sufí y una predisposición que puede ahuyentar a una parte del público... es por eso que Mimosas nace con vocación minoritaria y el propósito de transitar por caminos que no son cómodos, aunque la belleza natural de las vistas resulta abrumadora.