Esto explica que uno de los primeros aciertos de la película resida en la elección del reparto, con Loreto Mauleón, Roger Casamajor, Enric Auquer y Ana Rujas en los papeles principales. Cuatro actores capaces de amoldar sus gestos y palabras a los requerimientos del guion, en el que Rico explora el impacto de un joven matrimonio que recibe la llegada desde el exilio del hermano del marido. Las relaciones que se establecen entre ellos y la posterior irrupción de una chica procedente de un ámbito distinto marcan las evoluciones de la historia, dividida en cuatro partes, cada una en torno al vínculo que desarrolla Ana (dueña del punto de vista, interpretada por Mauleón) con los demás. Ella es el epicentro de este relato que da voz a las mujeres que se vieron forzadas a callar durante tantos años, una reivindicación necesaria que Rico expone con gran contención. La buena letra huye del discurso y la condescendencia con los perdedores, amortiguando la carga política con la observación del comportamiento humano, siempre expectante. No se trata de emitir juicios evidentes sobre el episodio más triste de nuestro siglo XX, sino de contemplar las consecuencias que tuvo en círculos cercanos, en familias y en poblaciones donde se pasaba hambre y escaseaba el trabajo.
La concisión del texto se traslada también a las formas, mediante una planificación de hechuras clásicas que mantiene la distancia adecuada entre la cámara y el sujeto de las acciones, retratadas con sumo respeto. La mirada de Rico es a la vez atenta y sobria, sin incurrir en angulaciones o movimientos que no sumen a la narración, con interés en los detalles y, a la vez, una visión de conjunto. En la mayoría de las secuencias, el escenario de la casa transmite la sensación de encierro que vive la protagonista a través de imágenes tenuemente iluminadas y colores apagados, que cuentan con la fotografía matizada de Sara Gallego y un diseño de arte que logra construir la atmósfera que envuelve el film.
En suma, La buena letra supone un paso decisivo en el proceso de madurez de Celia Rico, directora que confirma las promesas que anticipaban sus anteriores películas y que demuestra poseer una personalidad propia, capaz de hacer suya una historia de otro tiempo y de otro autor.