SEGUNDO LÓPEZ, AVENTURERO URBANO. 1953, Ana Mariscal

Después de haber obtenido reconocimiento como actriz en la década de los cuarenta, Ana Mariscal funda la productora Bosco Films y comienza a elaborar sus propias películas, convirtiéndose en la primera mujer que dirige en España al término de la guerra civil. Su opera prima tiene además un componente muy personal porque surge de la propuesta de su marido y director de fotografía, Valentín Javier, en colaboración con Leocadio Mejías, los dos amigos y originarios de Cáceres. Se trata de llevar a la pantalla la novela Segundo López, aventurero urbano, escrita por Mejías aprovechando su capacidad de observación adquirida en el periodismo y las referencias que le proporcionan la literatura (Baroja, la novela picaresca española) y el cine (Chaplin, el neorrealismo italiano). Semejante cóctel da como resultado uno de los títulos más meritorios de los años cincuenta en nuestro país, si bien sufrió primero las arbitrariedades de la censura, el desinterés y luego el olvido generalizado.

Por eso es justo reivindicarla hoy, aparte de por sus méritos cinematográficos, porque supone un documento muy valioso del Madrid de la posguerra. Allí recala el protagonista que da nombre al film llegado desde la capital extremeña, dispuesto a dilapidar la herencia recibida tras la muerte de su madre en las distracciones que le ofrece la gran ciudad. La candidez y la actitud desprendida de Segundo López le conducirán pronto a la indigencia en compañía del Chirri, una actualización del Lazarillo de Tormes que encarna Martín Ramírez, aprendiz de mecánico que jamás se había puesto delante de una cámara. Al igual sucede con Severiano Población, maestro de obras cacereño que imprime en el personaje principal su naturalidad y frescura, en medio de un reparto de profesionales entre los que se encuentra la propia Mariscal. Hay que señalar que también Mejías aparece haciendo de sí mismo en las escenas situadas en el café, ya que su voz en off abre y cierra la narración en un ejercicio de metarrelato poco usual en aquella época.

El verismo se instala a pie de calle en múltiples escenarios naturales repartidos por Madrid: tascas, pensiones, autobuses y paisajes metropolitanos en blanco y negro donde se palpan el frío y el hambre de un tiempo miserable. Son situaciones que mezclan la crónica con el esperpento de Valle Inclán y cierta ternura que envuelve la película en un humanismo capaz de dignificar a los personajes, sin crueldad ni condescendencia. Contribuyen a ello los diálogos, cargados de credibilidad, y la puesta en imágenes que Mariscal conduce con ritmo y sentido de la atmósfera. La imperfección visual que se aprecia en escasos momentos (desenfoques, confusión en algunos planos de exterior con figurantes, montajes atropellados) es fruto de la precariedad presupuestaria y de la inexperiencia de la directora, lo cual no conlleva problemas, ya que dota al conjunto de inmediatez y realidad, dos cualidades que favorecen a la historia. Y es que Segundo López transpira una sensación de autenticidad que no se obtiene con dinero ni con grandes efectos, al contrario: hace falta entender al espectador, a los personajes y conectarlos a ambos. Ana Mariscal lo consigue, creando una de las cimas del cine español.