Por eso es justo reivindicarla hoy, aparte de por sus méritos cinematográficos, porque supone un documento muy valioso del Madrid de la posguerra. Allí recala el protagonista que da nombre al film llegado desde la capital extremeña, dispuesto a dilapidar la herencia recibida tras la muerte de su madre en las distracciones que le ofrece la gran ciudad. La candidez y la actitud desprendida de Segundo López le conducirán pronto a la indigencia en compañía del Chirri, una actualización del Lazarillo de Tormes que encarna Martín Ramírez, aprendiz de mecánico que jamás se había puesto delante de una cámara. Al igual sucede con Severiano Población, maestro de obras cacereño que imprime en el personaje principal su naturalidad y frescura, en medio de un reparto de profesionales entre los que se encuentra la propia Mariscal. Hay que señalar que también Mejías aparece haciendo de sí mismo en las escenas situadas en el café, ya que su voz en off abre y cierra la narración en un ejercicio de metarrelato poco usual en aquella época.
El verismo se instala a pie de calle en múltiples escenarios naturales repartidos por Madrid: tascas, pensiones, autobuses y paisajes metropolitanos en blanco y negro donde se palpan el frío y el hambre de un tiempo miserable. Son situaciones que mezclan la crónica con el esperpento de Valle Inclán y cierta ternura que envuelve la película en un humanismo capaz de dignificar a los personajes, sin crueldad ni condescendencia. Contribuyen a ello los diálogos, cargados de credibilidad, y la puesta en imágenes que Mariscal conduce con ritmo y sentido de la atmósfera. La imperfección visual que se aprecia en escasos momentos (desenfoques, confusión en algunos planos de exterior con figurantes, montajes atropellados) es fruto de la precariedad presupuestaria y de la inexperiencia de la directora, lo cual no conlleva problemas, ya que dota al conjunto de inmediatez y realidad, dos cualidades que favorecen a la historia. Y es que Segundo López transpira una sensación de autenticidad que no se obtiene con dinero ni con grandes efectos, al contrario: hace falta entender al espectador, a los personajes y conectarlos a ambos. Ana Mariscal lo consigue, creando una de las cimas del cine español.