El guion narra el recorrido que hace Rebecca, una joven recién casada que huye de la cama de su marido rumbo a la cama de su amante, en un viaje en moto que parte de Suiza hacia el suroeste de Alemania a través de carreteras que son una alegoría de la vida. Así, la película comienza con el despertar de la protagonista que se emancipa de un hombre y termina con la muerte, causada por la dependencia a otro hombre. Una paradoja que se puede interpretar como el castigo por haber priorizado la pasión a la fidelidad conyugal, y que conduce a la pregunta: ¿Contiene La chica de la motocicleta una lección moral que disfraza su conservadurismo con las reivindicaciones de moda y con imágenes sexis? El desenlace invita a pensar que sí, aunque es igual de fácil encontrar similitudes con el mito de Ícaro, cuya ambición y curiosidad acabaron con él, cambiando las alas de cera por la Harley-Davidson. En cualquier caso, Cardiff muestra admiración y respeto por el personaje encomendado a la que entonces fuera musa del Swinging London, una Marianne Faithfull de apenas veintidós años que realiza aquí su primer papel principal.
La actriz posee recursos interpretativos limitados pero suficientes para encarnar a Rebecca, porque su identificación es total y se entrega en cuerpo y alma (sobre todo en cuerpo) imprimiendo su atractivo en cada fotograma. Además cuenta con la compañía de Alain Delon y Roger Mutton, representantes de la fauna masculina carente de virtudes que puebla el metraje... es evidente que La chica de la motocicleta posee un discurso feminista y un afán de transgresión que no se queda solo en el argumento y que afecta a la puesta en escena, con decisiones visuales sujetas a la coyuntura: hay momentos de sexo filtrados por la psicodelia, zooms y movimientos de cámara que incurren en el manierismo, montajes abruptos y ciertos subrayados simbólicos (aves que levantan el vuelo, camiones de soldados) que, vistos hoy, no han envejecido demasiado bien. Sin embargo, estas debilidades forman parte del encanto que destila el film, son imperfecciones producto de la austeridad presupuestaria y de las ganas de experimentar que sentía Jack Cardiff en uno de sus últimos títulos como director.
Sobra decir que la fotografía en color de La chica de la motocicleta es excepcional, con un tratamiento de la luz naturalista y de gran belleza, en especial en los exteriores, en contraste con la estilización de algunos escenarios de interior donde se recrean los recuerdos de la protagonista. Y es que la película mezcla secuencias temporales, fragmentos de crudeza casi documental (en el bar de carretera) con abstracciones sicalípticas (el polvo de Rebecca con su moto en plena ruta), todo condensado en noventa minutos que harán disfrutar a los devotos de lo alternativo. En suma: una obra extraña y valiente que exhibe su condición de culto en cada kilómetro que atraviesa Marianne Faithfull, convertida para siempre en icono de resistencia.