EL JOCKEY. 2024, Luis Ortega

Tras el éxito obtenido con El ángel, Luis Ortega retoma las historias de personajes extremos con El jockey, una comedia de tintes surrealistas que bebe del cine de Kaurismaki, Almodóvar y Lynch, entre otras referencias. El octavo largometraje del director argentino es con probabilidad el más arriesgado y atípico de su trayectoria, lo cual tiene mérito, ya que Ortega ha buscado siempre agitar al público y escapar de los lugares comunes. En El jockey consigue también subvertir géneros y crear un mundo donde conviven lo bello y lo grotesco, lo absurdo y lo trágico, con una naturalidad imposible... porque nada de lo que sucede resulta real. Esta es la baza que juega la película, consciente de sí misma y de su propio artificio en todo momento, mediante personajes que solo responden a sus impulsos y situaciones que derivan en la sorpresa.

El guion escrito por Ortega, Fabián Casas y Rodolfo Palacios, sigue los pasos de un afamado jockey en pleno descenso por una espiral de autodestrucción etílica. Hasta que en una competición decisiva sufre un grave accidente que transforma su personalidad y le impulsa a huir, perseguido por un jefe mafioso, unos secuaces violentos y una pareja embarazada. La narración está más preocupada por construir una atmósfera y por hilvanar una sucesión de extrañezas que por desarrollar una trama precisa y coherente, por eso recurre a imágenes muy elaboradas que cobran sentido en el montaje. No es casualidad que Ortega cuente en la fotografía con Timo Salminen, colaborador habitual de Kaurismaki, cuya huella se percibe en el tratamiento del color, la composición de los encuadres, la cadencia y el ritmo de El jockey.

Si el lenguaje visual es importante para reforzar la sensación de desconcierto, no lo es menos la interpretación de los actores. El dúo protagonista formado por Nahuel Pérez Biscayart y Úrsula Corberó cumple a la perfección con las exigencias de sus papeles, resolviendo las dificultades físicas que les plantean: carreras, bailes, quiebros y requiebros... todo bien aderezado con diálogos acordes al tono del film. Los demás actores se mantienen a la altura del conjunto, entre los que brillan Daniel Giménez Cacho y Mariana Di Girolamo, integrantes de una peculiar fauna que late al compás de canciones del pasado. Y es que El jockey no tiene tiempo ni lugar, aunque haya sido estrenada en 2024 en Argentina y esté coproducida por cuatro países más, posee la rara virtud de escaparse de cualquier denominación y de pertenecer al territorio cautivador y salvaje de la libertad.

LEER MÁS

THE NOTORIOUS BETTIE PAGE. 2005, Mary Harron

Que una misma película reúna los conceptos de telefilm y biopic es suficiente para poner en alerta al espectador más precavido. Ambos términos acumulan demasiados tópicos y algunos de ellos se traslucen en The Notorious Bettie Page, tercer largometraje de Mary Harron, directora que compagina en su trayectoria el cine y la televisión.

Saltan a la vista los clichés más asentados en este tipo de producciones: simpleza argumental, diálogos funcionales, personajes esquemáticos... se trata de exponer situaciones en lugar de sugerir significados, una discordancia en la cual recae The Notorious Bettie Page con bastante ligereza. El guion, segunda colaboración de Harron con Guinevere Turner tras American Psycho, intercala el juicio que en 1955 acusaba de pornografía ciertas imágenes protagonizadas por Page con los acontecimientos principales que marcaron su vida, siguiendo una línea temporal. Cada situación es la respuesta a una situación anterior, bajo la lógica narrativa de la coherencia que aplana las arrugas de la historia y el retrato interior de los personajes. De este modo, la presunta reivindicación de Page se vuelve tan básica que refuerza el estereotipo de la mujer ingenua y hermosa, que actúa por inercia y no por convicción. La mirada de la directora resulta condescendiente y pierde fuerza sobre todo en la parte final, cuando Page opta por el camino recto y acude a la llamada de la fe.

Las imágenes fotografiadas por Mott Hupfel salvan el conjunto de la banalidad, con un montaje que alterna el blanco y negro y el color en las escenas en Miami Beach donde Page se refugia de los sinsabores de Nueva York. También se emplea material de archivo que convive bien con los planos rodados en exteriores para situar el relato en una época precisa que Harron sabe recrear gracias al diseño artístico, la peluquería, el vestuario... pero si algo influye decisivamente en que la película adquiera credibilidad y cercanía es la interpretación de Gretchen Mol, actriz que se ajusta a la personalidad y apariencia de Bettie Page. Su labor no se limita a la mímesis sino que logra rellenar con expresividad las carencias del texto y contribuye a la psicología del personaje apoyada por sus compañeros de reparto, entre los que se encuentran algunas caras conocidas como Lili Taylor o David Strathairn. Mol es sin duda lo mejor de este título correcto y anodino, que se ve con despreocupación y que no termina de culminar el homenaje que merece la legendaria reina de las pin-up.

LEER MÁS

SEGUNDO LÓPEZ, AVENTURERO URBANO. 1953, Ana Mariscal

Después de haber obtenido reconocimiento como actriz en la década de los cuarenta, Ana Mariscal funda la productora Bosco Films y comienza a elaborar sus propias películas, convirtiéndose en la primera mujer que dirige en España al término de la guerra civil. Su opera prima tiene además un componente muy personal porque surge de la propuesta de su marido y director de fotografía, Valentín Javier, en colaboración con Leocadio Mejías, los dos amigos y originarios de Cáceres. Se trata de llevar a la pantalla la novela Segundo López, aventurero urbano, escrita por Mejías aprovechando su capacidad de observación adquirida en el periodismo y las referencias que le proporcionan la literatura (Baroja, la novela picaresca española) y el cine (Chaplin, el neorrealismo italiano). Semejante cóctel da como resultado uno de los títulos más meritorios de los años cincuenta en nuestro país, si bien sufrió primero las arbitrariedades de la censura, el desinterés y luego el olvido generalizado.

Por eso es justo reivindicarla hoy, aparte de por sus méritos cinematográficos, porque supone un documento muy valioso del Madrid de la posguerra. Allí recala el protagonista que da nombre al film llegado desde la capital extremeña, dispuesto a dilapidar la herencia recibida tras la muerte de su madre en las distracciones que le ofrece la gran ciudad. La candidez y la actitud desprendida de Segundo López le conducirán pronto a la indigencia en compañía del Chirri, una actualización del Lazarillo de Tormes que encarna Martín Ramírez, aprendiz de mecánico que jamás se había puesto delante de una cámara. Al igual sucede con Severiano Población, maestro de obras cacereño que imprime en el personaje principal su naturalidad y frescura, en medio de un reparto de profesionales entre los que se encuentra la propia Mariscal. Hay que señalar que también Mejías aparece haciendo de sí mismo en las escenas situadas en el café, ya que su voz en off abre y cierra la narración en un ejercicio de metarrelato poco usual en aquella época.

El verismo se instala a pie de calle en múltiples escenarios naturales repartidos por Madrid: tascas, pensiones, autobuses y paisajes metropolitanos en blanco y negro donde se palpan el frío y el hambre de un tiempo miserable. Son situaciones que mezclan la crónica con el esperpento de Valle Inclán y cierta ternura que envuelve la película en un humanismo capaz de dignificar a los personajes, sin crueldad ni condescendencia. Contribuyen a ello los diálogos, cargados de credibilidad, y la puesta en imágenes que Mariscal conduce con ritmo y sentido de la atmósfera. La imperfección visual que se aprecia en escasos momentos (desenfoques, confusión en algunos planos de exterior con figurantes, montajes atropellados) es fruto de la precariedad presupuestaria y de la inexperiencia de la directora, lo cual no conlleva problemas, ya que dota al conjunto de inmediatez y realidad, dos cualidades que favorecen a la historia. Y es que Segundo López transpira una sensación de autenticidad que no se obtiene con dinero ni con grandes efectos, al contrario: hace falta entender al espectador, a los personajes y conectarlos a ambos. Ana Mariscal lo consigue, creando una de las cimas del cine español.

LEER MÁS

EL SUEÑO DE LA SULTANA. 2023, Isabel Herguera

La directora Isabel Herguera logra culminar su amplia experiencia y los reconocimientos obtenidos en el mundo de la animación con el estreno en 2023 de El sueño de la sultana, su primer largometraje hecho a la edad en la que muchos piensan en jubilarse. No es su caso, ya que se trata de una película que rebosa inspiración y belleza, lo más parecido a una obra de arte.

Herguera posee un sentido plástico cercano a la ilustración y la pintura, con capas que se superponen unas a otras mediante transparencias, trazos marcados, líneas sueltas y una paleta cromática que no es solo estética, también es política. Esto se explicita, por ejemplo, en la decisión de racializar a todos los personajes como si fueran de la India, al margen de su procedencia, al contrario de lo que ha sido habitual durante muchos años en el cine occidental. La historia que se cuenta en El sueño de la sultana transcurre en diversos países y en diferentes lenguas, y toma como base la novela homónima escrita por Begum Rokeya a principios del siglo XX. Una utopía feminista que establece los ideales de la escritora y activista bengalí, mezclados con un relato del presente que emplea la metaficción como recurso narrativo. Herguera intercala tiempos, escenarios e incluso estilos visuales para generar la sensación de estar ante un caleidoscopio en el que se refractan formas y relatos, con un concepto común: le denuncia de las desigualdades que sufren las mujeres.

Un objetivo loable que encuentra, sin embargo, su mayor problema en la exposición de los argumentos. A fuerza de enredar la trama, El sueño de la sultana cae por momentos en la confusión y obliga a Herguera a dejar claros sus postulados, hasta el punto de resultar en exceso discursiva. Así, la película exhibe un "mensaje necesario" y evidente que llega a rozar la ingenuidad, como sucede en las escenas en las que interviene la representación animada de Paul B. Preciado, con unos diálogos tan forzados que causan sonrojo... más si cabe teniendo en cuenta que van dirigidos al espectador adulto.

Salen al rescate de estas irregularidades unas imágenes admirables, con el estilo propio y reconocible de Isabel Herguera. Cineasta que con pleno merecimiento se puede considerar artista y que regala a los ojos del público un espectáculo pocas veces visto antes. Lástima que El sueño de la sultana no termine de redondearse y que se vea lastrada por un texto ambicioso, que pretende abarcar demasiadas ideas y que lo confía todo a su poderoso influjo visual.

LEER MÁS

LA BUENA LETRA. 2025, Celia Rico

Después de haber dirigido Viaje al cuarto de una madreLos pequeños amores, Celia Rico continúa adentrándose en espacios domésticos para revelar la intimidad de familias con conflictos pendientes de solucionar. La diferencia principal que presenta su tercer largometraje es que sucede en el pasado y que adapta un material ajeno, la novela La buena letra de Rafael Chirbes. El contexto de la posguerra en un pequeño pueblo de la costa valenciana agrava el tono dramático y pone a prueba las capacidades de Rico como cineasta, ya que deposita mayor peso en las miradas y en los silencios de los personajes.

Esto explica que uno de los primeros aciertos de la película resida en la elección del reparto, con Loreto Mauleón, Roger Casamajor, Enric Auquer y Ana Rujas en los papeles principales. Cuatro actores capaces de amoldar sus gestos y palabras a los requerimientos del guion, en el que Rico explora el impacto de un joven matrimonio que recibe la llegada desde el exilio del hermano del marido. Las relaciones que se establecen entre ellos y la posterior irrupción de una chica procedente de un ámbito distinto marcan las evoluciones de la historia, dividida en cuatro partes, cada una en torno al vínculo que desarrolla Ana (dueña del punto de vista, interpretada por Mauleón) con los demás. Ella es el epicentro de este relato que da voz a las mujeres que se vieron forzadas a callar durante tantos años, una reivindicación necesaria que Rico expone con gran contención. La buena letra huye del discurso y la condescendencia con los perdedores, amortiguando la carga política con la observación del comportamiento humano, siempre expectante. No se trata de emitir juicios evidentes sobre el episodio más triste de nuestro siglo XX, sino de contemplar las consecuencias que tuvo en círculos cercanos, en familias y en poblaciones donde se pasaba hambre y escaseaba el trabajo.

La concisión del texto se traslada también a las formas, mediante una planificación de hechuras clásicas que mantiene la distancia adecuada entre la cámara y el sujeto de las acciones, retratadas con sumo respeto. La mirada de Rico es a la vez atenta y sobria, sin incurrir en angulaciones o movimientos que no sumen a la narración, con interés en los detalles y, a la vez, una visión de conjunto. En la mayoría de las secuencias, el escenario de la casa transmite la sensación de encierro que vive la protagonista a través de imágenes tenuemente iluminadas y colores apagados, que cuentan con la fotografía matizada de Sara Gallego y un diseño de arte que logra construir la atmósfera que envuelve el film.

En suma, La buena letra supone un paso decisivo en el proceso de madurez de Celia Rico, directora que confirma las promesas que anticipaban sus anteriores películas y que demuestra poseer una personalidad propia, capaz de hacer suya una historia de otro tiempo y de otro autor.

LEER MÁS

LOS ÁNGELES DEL INFIERNO. "The Wild Angels" 1966, Roger Corman

Todo estaba cambiando en Estados Unidos durante los años sesenta. El desgaste de la guerra en Vietnam agrandaba la brecha generacional abierta por las circunstancias políticas, económicas y sociales, dando lugar a movimientos civiles, revoluciones culturales, luchas feministas... un terremoto que afectaba por completo al sistema, muchas veces agitado por ideales utópicos y otras veces por intereses del capital. En medio, el concepto de libertad (tan amoldable) era empleado como una herramienta más de división, ocasionando extrañas paradojas. Por ejemplo: que una banda de moteros llamada los Ángeles del Infierno simbolizara primero le rebeldía más heterodoxa y luego fuera defenestrada por abrazar actitudes violentas y revestirse de iconografía nazi. O que uno de los directores más libres del momento, Roger Corman, decidiera hacer una película sobre ellos en la que hablar, precisamente, de los cuestionamientos de la libertad mal ejercida.

Es importante tener en cuenta este contexto para entender la capacidad de transgredir y de provocar incomodidad que continúa manteniendo todavía hoy Los Ángeles del Infierno. Un film cuyo guion escribe Charles B. Griffith, colaborador habitual de Corman, y que termina arreglando su propio asistente, un primerizo Peter Bogdanovich. El texto mezcla noticias reales y leyendas urbanas con el afán de participar en el debate público acerca de una juventud decepcionada con la falta de oportunidades que ofrece el presente, y que reacciona al clima de violencia con más violencia acumulada, dando vueltas en un círculo condenado a explotar. Para ello se actualizan algunas claves del western, sustituyendo los caballos por motocicletas y otorgando el papel protagonista a la tribu de salvajes. Corman cuenta, en esencia, una historia de amistad y de lealtades abocadas al fracaso, con el peso de la jerarquía repartido en el líder de la banda (interpretado por Peter Fonda), su pareja (Nancy Sinatra), el amigo de confianza (Bruce Dern), la novia de este (Diane Ladd) y los demás miembros de Los Ángeles del Infierno. La película plantea también las desigualdades de género que relegan a la mujer a la función de animal de compañía y objeto preferente de abusos y violaciones.

Son temas duros que el director explora de manera muy dinámica, tratando de que el movimiento defina a los personajes. Corman realiza una de las películas más cuidadas de su filmografía en lo que respecta a la puesta en escena, con una cámara ágil que sigue los desplazamientos de los vehículos de modo descriptivo, y que recorre los escenarios cerrados (el bar, la iglesia) de modo narrativo y participando en las acciones. Solo cuando la situación lo requiere (la muerte de Loser en la carretera, o la marabunta del funeral), la cámara abandona su soporte y se adentra en manos del operador al epicentro de las emociones, lo que transmite gran visceralidad en las imágenes, montadas con destreza por Monte Hellman. La fotografía de Richard Moore imprime fuerza y personalidad en el conjunto, además de fijar para siempre la impronta de un tiempo apasionante, lleno de glorias y de miserias.

En suma, Los Ángeles del Infierno es uno de los mejores ejemplos del género bikexploitation desarrollado en aquella época bajo el amparo del estudio American International Pictures. Un cine que había germinado una década atrás con The Wild One y que llega hasta nuestros días con The Bikeriders, en un arco proclive a la serie B que contiene a directores de todo pelaje... ninguno tan entusiasta y convencido de lo que hacía como Roger Corman.

LEER MÁS