Todo estaba cambiando en Estados Unidos durante los años sesenta. El desgaste de la guerra en Vietnam agrandaba la brecha generacional abierta por las circunstancias políticas, económicas y sociales, dando lugar a movimientos civiles, revoluciones culturales, luchas feministas... un terremoto que afectaba por completo al sistema, muchas veces agitado por ideales utópicos y otras veces por intereses del capital. En medio, el concepto de libertad (tan amoldable) era empleado como una herramienta más de división, ocasionando extrañas paradojas. Por ejemplo: que una banda de moteros llamada los Ángeles del Infierno simbolizara primero le rebeldía más heterodoxa y luego fuera defenestrada por abrazar actitudes violentas y revestirse de iconografía nazi. O que uno de los directores más libres del momento, Roger Corman, decidiera hacer una película sobre ellos en la que hablar, precisamente, de los cuestionamientos de la libertad mal ejercida.
Es importante tener en cuenta este contexto para entender la capacidad de transgredir y de provocar incomodidad que continúa manteniendo todavía hoy Los Ángeles del Infierno. Un film cuyo guion escribe Charles B. Griffith, colaborador habitual de Corman, y que termina arreglando su propio asistente, un primerizo Peter Bogdanovich. El texto mezcla noticias reales y leyendas urbanas con el afán de participar en el debate público acerca de una juventud decepcionada con la falta de oportunidades que ofrece el presente, y que reacciona al clima de violencia con más violencia acumulada, dando vueltas en un círculo condenado a explotar. Para ello se actualizan algunas claves del western, sustituyendo los caballos por motocicletas y otorgando el papel protagonista a la tribu de salvajes. Corman cuenta, en esencia, una historia de amistad y de lealtades abocadas al fracaso, con el peso de la jerarquía repartido en el líder de la banda (interpretado por Peter Fonda), su pareja (Nancy Sinatra), el amigo de confianza (Bruce Dern), la novia de este (Diane Ladd) y los demás miembros de Los Ángeles del Infierno. La película plantea también las desigualdades de género que relegan a la mujer a la función de animal de compañía y objeto preferente de abusos y violaciones.
Son temas duros que el director explora de manera muy dinámica, tratando de que el movimiento defina a los personajes. Corman realiza una de las películas más cuidadas de su filmografía en lo que respecta a la puesta en escena, con una cámara ágil que sigue los desplazamientos de los vehículos de modo descriptivo, y que recorre los escenarios cerrados (el bar, la iglesia) de modo narrativo y participando en las acciones. Solo cuando la situación lo requiere (la muerte de Loser en la carretera, o la marabunta del funeral), la cámara abandona su soporte y se adentra en manos del operador al epicentro de las emociones, lo que transmite gran visceralidad en las imágenes, montadas con destreza por Monte Hellman. La fotografía de Richard Moore imprime fuerza y personalidad en el conjunto, además de fijar para siempre la impronta de un tiempo apasionante, lleno de glorias y de miserias.
En suma, Los Ángeles del Infierno es uno de los mejores ejemplos del género bikexploitation desarrollado en aquella época bajo el amparo del estudio American International Pictures. Un cine que había germinado una década atrás con The Wild One y que llega hasta nuestros días con The Bikeriders, en un arco proclive a la serie B que contiene a directores de todo pelaje... ninguno tan entusiasta y convencido de lo que hacía como Roger Corman.
LEER MÁS