JANE B. POR AGNÈS V. 1988, Agnès Varda

A lo largo de 1987, Agnès Varda y Jane Birkin se embarcan en un proyecto conjunto que contiene dos películas: Jane B. por Agnès V.Kung-fu Master. Un díptico de partes distintas y a la vez complementarias, el primero es un ensayo biográfico y el segundo una ficción, si bien ambos ilustran la complicidad que se establece entre las dos artistas y emplean la cámara como un espejo en el que mirarse la una en la otra y a sí mismas, durante el momento que habitan en sus vidas. De hecho, Jane B. por Agnès V. surge de la inquietud de Birkin al cumplir cuarenta años, un periodo de incertidumbre para una mujer que ha sido referente de la modernidad, actriz, modelo, cantante... Varda la acompaña en ese tránsito y la reinventa en muchas otras mujeres, algunas con nombre propio (Juana de Arco, Calamity James, Ariadna) ya sean mayores y jóvenes, pretéritas y contemporáneas, imaginarias y reales, todas se revelan fascinantes por igual.

La película propone un juego de miradas cruzadas que invita a participar al espectador. La estructura fragmentada del guion funciona como un prisma al que se le van añadiendo caras sin una lógica narrativa concreta, más que la acumulación de palabras y de rostros representados en una misma Jane Birkin. Son escenas que mantienen un diálogo propositivo con el público y que tratan, en definitiva, sobre la identidad. En algunas de ellas se muestra el proceso de gestación de Kung-fu Master y en otras aparecen compañeros de viaje de la protagonista (Serge Gainsbourg) o actores invitados que interpretan conceptos (Laura Betti, Jean-Pierre Léaud). El resultado se aleja del biopic convencional y disfruta del ejercicio de la exploración consciente y plena, aligerando la carga intelectual con dosis de humor y cercanía.

Por todo ello, hay que celebrar Jane B. por Agnès V. como el encuentro de dos mujeres de gran personalidad que dejan en la pantalla la impronta de su carácter y su talento. Una exhibición de generosidad por parte de Jane Birkin que Agnès Varda multiplica de manera original, divertida y muy estimulante.

EL REGRESO DE LA MOSCA. "Return of the Fly" 1959, Edward Bernds

El éxito obtenido por La mosca en 1958 provocó el estreno, apenas un año después, de una continuación menos ambiciosa e imaginativa, como se demuestra ya desde el título: El regreso de la mosca. Un film de serie B distribuido por 20th Century Fox, que en la primera parte asumía también la producción ahora delegada en el estudio independiente Associated Producers, lo cual rebaja las exigencias no solo presupuestarias sino creativas. Al igual que en tantas ocasiones, se trata de repescar al público de la película precedente empleando la misma fórmula y ajustando el dinero.

Esta vez la dirección recae en Edward Bernds, artesano discreto al frente de un equipo de profesionales que trabajan sin veleidades artísticas y a servicio de obra. El guion escrito por el propio Bernds retoma la historia original transcurridos quince años donde esta terminó: el hijo del científico protagonista ha crecido y, ante el fallecimiento de la madre, por fin se siente libre para continuar las investigaciones llevadas a cabo por el padre que derivaron en su mutación en hombre-mosca y en su posterior destrucción. Como cabe esperar, el experimento vuelve salir mal y las consecuencias se repiten con la diferencia de que desaparecen los contrapesos románticos que daban profundidad a la película anterior. El regreso de la mosca prescinde de conflictos internos e incorpora elementos del noir (la trama de espionaje) expresados mediante la fotografía que, en este caso, es en blanco y negro.

Son varios los cambios y ninguno redunda en mejora. Por suerte, hay algo que permanece y es la presencia en el reparto del siempre estimulante Vincent Price. Frente a él hay un actor principal de aire atormentado, Brett Halsey, y otros nombres que dan vida a un grupo de personajes arquetípicos, entre los que figura la inevitable joven cuya función es adornar las imágenes y gritar cuando corresponde. En suma, El regreso de la mosca no aporta gran cosa a su ilustre antecesora más que un rato de entretenimiento poco exigente, varias escenas de humor involuntario... y una ración extra del señor Price, que nunca viene mal.

SIRÂT. 2025, Oliver Laxe

Seis años después de haber realizado O que arde, Oliver Laxe regresa a los escenarios magrebíes de sus primeros largometrajes en un viaje que trasciende lo territorial. En Sirât, el director continúa explorando la analogía de los elementos materiales y espirituales a través del paisaje. Una constante en su cine que aquí se trasluce desde el inicio, con la escena fragmentada del levantamiento de un muro de equipos de sonido por unos operarios en medio del panorama agreste. El montaje sugiere de inmediato el símil entre la elevación artificial y la natural de los montes de alrededor, dejando clara la motivación de Laxe: establecer la relación del ser humano con el entorno, un vínculo que se vuelve cada vez más hostil según avanza y se desdibuja el relato.

Sirât parte de una premisa muy sencilla: un padre busca a su hija desaparecida cinco años atrás por las fiestas de música electrónica (raves) que se celebran en cualquier punto de la geografía, a bordo de una furgoneta en la que viaja acompañado de su hijo menor y de una perra. El film arranca cuando recorren uno de los encuentros que se organizan al aire libre en Marruecos. Allí conocen a un pequeño grupo que pretende adentrarse en el desierto para acudir a una rave aislada de los conflictos políticos que mantienen en vilo el país, una trayectoria que comienza dentro del género de aventuras y que poco a poco deriva en una survival movie impredecible y violenta. Laxe se arriesga a defraudar todas las expectativas posibles que se anuncian al principio y conduce al público por un periplo en el que la historia se diluye hasta desaparecer, puesta la atención en la atmósfera y en el carácter visual de cada momento. A medida que evoluciona, Sirât se desprende de las exigencias de la narración y persigue una esencia cinematográfica basada en las imágenes, que se recrea en el movimiento de los vehículos y de los cuerpos en el espacio.

Laxe vuelve a contar con Santiago Fillol en la escritura del guion y con Mauro Herce en la fotografía, dos nombres que contribuyen a moldear un estilo a medio camino entre el género clásico (drama, western) y la vanguardia de un cine que aspira a la introspección. Otro autor fundamental en el resultado de la película es Kangding Ray, responsable de una música abrasiva y sugerente que impone su presencia en la primera mitad del conjunto y luego también se disuelve con el polvo del desierto. Hay un paisaje físico, un paisaje sonoro y un paisaje humano, encarnado por una troupe de actores no profesionales que provienen de la misma comunidad que representan en la pantalla. Hay algo genuino en ellos que empasta bien con la experiencia interpretativa de Sergi López, quien actúa como el padre protagonista. Un elenco depositario de emociones que van en aumento, al ritmo electrónico que marca el horizonte sin fin de Sirât.

Sobra decir que es una película incómoda que contiene una crueldad que se ceba con los personajes. Oliver Laxe no ofrece consuelo ante la tragedia y, más allá de lecturas filosóficas y de teorías que cada cual puede aplicar según su criterio, lo que subyace es un ejercicio estético arrebatado y kamikaze que tiene la rara virtud de agitar al espectador de hoy. Solo por esto merece ser tenido en cuenta.