KINDS OF KINDNESS. 2024, Yorgos Lanthimos

Tras el paréntesis de La favoritaPobres criaturas, el director Yorgos Lanthimos y el guionista Efthymis Filippou vuelven a colaborar retomando el tipo de películas que les permitieron viajar de su Grecia natal a los festivales internacionales: fábulas que exponen las miserias de la condición humana con personajes alienados y una buena dosis de humor negro como barrera de contención.

La diferencia principal de Kinds of kindness respecto a anteriores títulos está en la estructura. El octavo largometraje de Lanthimos adopta la forma de tríptico con historias independientes de corte existencial en las que se mezclan lo absurdo y lo cruel: un empleado que sacrifica su integridad personal por ser reconocido por su superior, un policía que desconfía de la mujer que dice ser su esposa, una integrante de una secta con problemas familiares pendientes... son episodios nihilistas habitados por una fauna al borde de la desesperación, cuyas caras se repiten en cada segmento cambiando de personajes. En el reparto se encuentran Willem Dafoe, Margaret Qualley, Mamoudou Athie, Hong Chau, un impresionante Jesse Plemons y la actriz fetiche del director, Emma Stone. Todos ellos logran resolver las dificultades de unos personajes patéticos con los que es imposible empatizar, practicando el efecto de distanciamiento brechtiano que induce al espectador la certeza de asistir a un artificio para asimilar así los símbolos que se le presentan, sin la concurrencia de las emociones o el sentimiento. Lanthimos critica de este modo el individualismo y la lógica capitalista de las sociedades modernas, desde el corazón del imperio, ya que se trata de una coproducción entre Irlanda, Reino Unido y Estados Unidos, si bien Kinds of kindness está filmada en el estado de Luisiana con actores en su mayoría norteamericanos.

El artefacto narrativo que ponen en marcha Lanthimos y Filippou se expresa también en imágenes que generan tensión, con encuadres que transmiten desequilibrio mediante la composición, saltos de eje premeditados, falta de correspondencia en el montaje entre unos planos y otros... son herramientas visuales que provocan al mismo tiempo fascinación y rechazo. Ambas sensaciones son dosificadas por el director atendiendo a las exigencias argumentales, puesto que además hay movimientos de cámara fluidos y una fuerte voluntad estética en la fotografía de Robbie Ryan, que permite digerir la ración de bilis que sirve Lanthimos con gran sofisticación. Las imágenes de Kinds of kindness son precisas y muy coloristas, seguramente para amortiguar la amargura de los tres capítulos, en realidad tres mediometrajes.

Este es el reproche que se le puede hacer a la película: la extenuación que causa el conjunto. Hay tanta desazón concentrada en sus partes y son tan prolijas, que tal vez hubiera sido más eficaz estrenarlas en formato de miniserie. Juntas una detrás de otra, corren el riesgo de que el público llegue al final saturado de excesos y con la capacidad de sorpresa mermada, lo cual es una pena. Porque Kinds of kindnes atesora virtudes literarias, interpretativas y cinematográficas que devuelven lo mejor de Yorgos Lanthimos, esta vez pasadas por el filtro de Hollywood... lo cual no le sirvió para repetir el triunfo reciente obtenido con Pobres criaturas. El éxito no suele durar mucho para los autores que se arriesgan.

REENCARNACIÓN. "Birth" 2004, Jonathan Glazer

Con el cambio de siglo, la industria del cine incorporó a una nueva generación de directores que venían de revolucionar el lenguaje del videoclip en la edad de oro de la MTV. Nombres como Michel Gondry o Spike Jonze seguían el camino que David Fincher había emprendido tiempo atrás, tratando de aportar puntos de vista más personales, dentro de la experimentación. Uno de estos autores fue el británico Jonathan Glazer,  que en su segundo largometraje ya obtiene la oportunidad de trabajar en Estados Unidos con una de las grandes estrellas del momento, Nicole Kidman, y con un guion de Jean-Claude Carrière (en colaboración con Milo Addica). Hasta cierto punto, Reencarnación sigue la estela de El sexto sentido en su naturaleza de drama sobrenatural que sucede en el ámbito familiar y que pone en contacto a vivos y muertos, con un aire apagado y tristón que marca la atmósfera del film.

La película parte de una creencia muy arraigada en ciertas religiones orientales: la posibilidad de perpetuar el espíritu de un cuerpo fallecido en otro que nace a la vida, generando un ciclo evolutivo del alma que cambia así de envoltorio sin desgastarse. Lo original de Reencarnación es que transcurre en el presente y en un Nueva York invernal, entre calles nevadas y apartamentos de lujo donde languidece Anna, la joven viuda interpretada por Kidman. Diez años después de la muerte de su marido, intenta recomponerse adquiriendo compromiso con otro hombre y es entonces cuando recibe la visita de un niño que asegura ser Sean, su difunto esposo. La incredulidad da paso a la duda y luego al convencimiento de que, efectivamente, el milagro existe, con las dificultades que conlleva la relación de una mujer adulta y una criatura con mochila que juega en los columpios.

La habilidad de Glazer consiste en esquivar las trampas de un argumento que podría caer con facilidad en el humor involuntario y en el morbo. Y lo consigue debido a la contención que aplica en el tono y a la puesta en escena, que se concentra en las reacciones de los personajes mediante la profusión de primeros planos, algunos de ellos magistrales, como el de la protagonista en la sala del concierto. Esto es posible gracias a que a un lado de la cámara hay una actriz entregada y llena de matices, que resuelve las exigencias dramáticas con extremado refinamiento, y a otro lado un director valiente que sabe establecer correspondencias entre los actores y los espacios donde suceden las acciones. La manera que tienen de interactuar define la evolución de la trama: la severidad de la madre interpretada por la veterana Lauren Bacall, la impotencia del prometido interpretado por Danny Huston, el misterio del niño reflejado en los ojos de Cameron Brigh... son actuaciones que construyen el enigma de Reencarnación y lo vuelven imprevisible, sin recurrir a trucos fáciles ni a golpes de efecto.

Al contrario, la película amortigua cualquier estridencia y adopta el carácter de un cuento oscuro, casi de gótico contemporáneo, que refuerza la música evocadora de Alexandre Desplat (en su primer proyecto norteamericano) y la fotografía de Harris Savides, de gran sutileza. Las referencias al romanticismo clásico no son solo estéticas, prueba de ello es la secuencia final en la playa, uno de esos momentos en los que Jonathan Glazer demuestra su potencial para describir en imágenes las tensiones internas que sufren los personajes. Reencarnación es la película que le confirma como un cineasta con voz propia, tras la sorpresa que supuso Sexy Beast y una década antes de convertirse en director de culto con Under the skin. Luego llegó La zona de interés, el reconocimiento internacional, los premios... pero esa es otra historia que tiene su germen en estos primeros años.

A continuación, pueden escuchar uno de los bellísimos temas que integran la banda sonora compuesta por Desplat. Relájense y disfruten:

MARCO. 2024, Aitor Arregi y Jon Garaño

En los últimos años, los cineastas Aitor Arregi y Jon Garaño han encontrado en la realidad la materia prima de sus películas. No para consignar hechos sucedidos a modo de crónica, sino para tratar algunos de los grandes temas que afectan al ser humano. En el caso de Marco, se toma como base el engaño sostenido en el tiempo por Enric Marco, quien simuló haber sufrido el drama de la deportación y la supervivencia de un campo de concentración nazi hasta que fue descubierto en 2005. Semejante mentira cobra relevancia porque Marco hizo todo lo posible por situarse en el centro de los homenajes y erigirse como referente de la lucha antifascista, en la que nunca participó. Arregi y Garaño adaptan este suceso como parábola para hablar del narcisismo de ciertos hombres grises que tratan de destacar atribuyéndose méritos falsos, así como la alteración del relato para acaparar cuotas de atención y de poder... cuestiones muy oportunas ahora que campan a sus anchas bulos, conspiraciones y noticias manipuladas.

Estas líneas narrativas obtienen traducción en imágenes gracias a los recursos narrativos y expresivos de la puesta en escena: la filmación de espejos, los desenfoques de la lente, determinados movimientos de cámara... son herramientas que definen el punto de vista y explican al personaje interpretado por Eduard Fernández. Un actor en plena madurez de su talento que, sin embargo, sigue sorprendiendo. Su trabajo de expresión corporal, de mirada y de voz alcanza niveles de virtuosismo, potenciado por la caracterización que envejece sus rasgos, tan lograda como los demás aspectos artísticos de la producción. Fernández y sus compañeros de reparto (mención especial a Nathalie Poza) dan humanidad a una película que también brilla en el apartado técnico, donde se encuentran algunos integrantes habituales de la familia Moriarti como Javier Agirre Erauso, cuya fotografía describe con precisión los estados anímicos que atraviesa el protagonista.

Al igual que sucede en los anteriores títulos de Arregi y Garaño, Marco adopta el ritmo adecuado para ir siempre un paso por delante del espectador, que asiste intrigado a las evoluciones de la trama. Es fácil dejarse envolver por la atmósfera de la película y participar en el juego metacinematográfico que proponen los directores, ya que en diferentes momentos se mezclan material de archivo y recreaciones que hacen intervenir al Marco original y al recreado por Fernández, además de alusiones directas al film en sí mismo. Después de HandiaLa trinchera infinita y la miniserie Cristóbal Balenciaga, parece como si los dos directores guipuzcoanos se fueran aproximando al presente desde el prisma de los acontecimientos históricos, tal vez para explorar el tiempo que nos ha tocado vivir o tal vez para dejar constancia de errores que no deberían repetirse. De ambas maneras, Marco resulta ejemplar.

LA MOSCA. "The Fly" 1958, Kurt Neumann

Kurt Neumann es un cineasta de los considerados artesanos. Es decir, aquellos que no poseen un estilo reconocible ni veleidades de autor, y que adaptan su trabajo a las necesidades de la narración cumpliendo con los calendarios de rodaje y los presupuestos asignados... en su caso, siempre modestos. Por eso no podía sospechar el éxito que iba a tener La mosca, película sin grandes pretensiones, producida y dirigida por él mismo para el estudio 20th Century Fox. Y aunque lo hubiera sospechado, tampoco lo pudo disfrutar, porque Neumann falleció en extrañas circunstancias apenas un mes después del estreno, dejando un clásico incontestable del terror que conoció dos continuaciones y el celebrado remake que David Cronemberg realizó en 1986.

Se trata, por lo tanto, de una película enmarcada en la última etapa de una trayectoria tan larga como intensa, y en el comienzo de otra: la del guionista James Clavell, que debuta adaptando un relato del especialista en literatura de ciencia ficción George Langelaan. Es relevante destacar estos nombres porque buena parte de la originalidad del film reside en la historia que se cuenta. A grandes rasgos, La mosca expone la tragedia de un científico abnegado que logra un hallazgo excepcional, y cuya ambición termina transformando su existencia en la de un monstruo. Esta premisa se encuentra también en Frankenstein y en Dr. Jekyll y Mr. Hyde, por citar solo dos ejemplos entre otros muchos títulos de horror, la diferencia es que en La mosca prima el romanticismo trágico de un matrimonio abocado al desastre. La pareja que interpretan David Hedison y Patricia Owens pone rostro al sueño americano que deviene en pesadilla, bien acompañados por los veteranos Herbert Marshall y Vincent Price. La presencia de este último es uno de los atractivos del film, pero no el único: el desarrollo en continuo avance de las situaciones, la tensión impresa en la atmósfera y en el tempo cinematográfico, la concisión de los personajes y de ciertos decorados (en especial el laboratorio)... dotan a la película de un encanto que crece con el paso del tiempo.

La mosca demuestra el talento de Neumann en dar dignidad a producciones baratas y en aprovechar al máximo los recursos técnicos a su alcance. Así, hay un empleo bastante creativo de ciertas lentes para los efectos especiales (en las escenas del teletransporte) y en la fotografía en color, obra del experimentado Karl Struss. La película posee un aspecto visual de lo más sugerente que solo se empaña al final, cuando se desvela la naturaleza de la mosca de cabeza blanca, un instante que ha envejecido mal y produce sonrojo, sin llegar a empañar la brillantez del conjunto. En definitiva: La mosca es una joya en su género y la prueba de que más allá de la emoción y el entretenimiento, el cine de terror puede alcanzar profundidad en manos de directores con espíritu independiente como Jacques Tourneur, Jack Arnold o Kurt Neumann.

THIS IS SPINAL TAP. 1984, Rob Reiner

Sin duda, los ochenta fueron la década prodigiosa de Rob Reiner. Después de unos años curtiéndose como actor, guionista y director en comedias televisivas de éxito, decide iniciarse en el cine recuperando una idea creada para la pequeña pantalla: las andanzas de un grupo de rock inventado por él mismo y por los actores que los interpretaban: Michael McKean, Christopher Guest y Harry Shearer. Juntos eran Spinal Tap, una caricatura de las bandas que habían forjado su fama y fortuna adaptándose a las sucesivas modas de cada momento y a los caprichos de la industria del espectáculo.

Reiner desarrolla esta premisa trabajando la improvisación con el elenco, sin guion ni diálogos, apenas con unas cuantas situaciones que van surgiendo sobre la marcha y que exponen los clichés en los que incurren ciertos músicos de renombre: anécdotas de ensayos y conciertos, de convivencia en la carretera y de lucha de egos. Así, la película adopta la forma de falso documental y acuña el término de mockumentary que se mantiene hasta el presente. Se trata de fingir la realidad imitando el lenguaje del reportaje audiovisual, con entrevistas y filmaciones con cámara en mano y luz natural... es una decisión arriesgada para una opera prima que Reiner resuelve con brillantez, ya que consigue dotar de frescura y dinamismo a This is Spinal Tap.

Si bien las cualidades cinematográficas que exhibe el film son modestas e incluso convencionales (puede que lo más destacable sea el montaje), lo cierto es que cumple con creces su objetivo de hacer reír. El humor tiene a veces ese toque tan popular de la época al estilo de Saturday Night Live, con gags autoconclusivos, buen ritmo y una gran variedad de escenarios. Cada elemento funciona y logra sobreponerse al caos al que todo parece abocarse, gracias a la entregada labor de los actores y a Rob Reiner, cineasta que debuta con esta película que ha concitado el culto y que inaugura una trayectoria en la que brillan títulos como Cuenta conmigo, La princesa prometida, Cuando Harry encontró a Sally o Misery. Casi nada.