Trenque Lauquen comienza con dos hombres de caracteres opuestos que viajan juntos en coche siguiendo el rastro de una mujer desaparecida. Aunque no se comportan como rivales, ambos han tenido a la vez relaciones sentimentales con ella. Poco a poco, sus indagaciones se mezclan con los recuerdos y con el idilio vivido por otra mujer un siglo atrás, lo cual va conformando una estructura de mise en abyme (una secuencia de relatos similares que incorpora ciertas variaciones). Esta forma de contar los hechos establece un juego de espejos situados en el pasado y en el presente, que se interrumpe en un momento preciso para dar paso a la segunda parte del film. Porque Trenque Lauquen se divide en dos películas que se refractan e incluso se repelen debido al cambio brusco de género: de la investigación romántica de la primera parte se pasa al fantástico psicológico de la segunda, una transformación asociada a los puntos de vista. La mirada de los dos hombres es sustituida por la de la mujer, decisión que emancipa a la protagonista interpretada con destreza por Laura Paredes. También se modifican las influencias que maneja Citarell, de La aventura de Antonioni a Twin Peaks de Lynch y Perdición de Wilder, para terminar con una evocación a Sin techo ni ley de Varda. La película va perdiendo literalidad según transcurre hasta convertirse en un enigma que desemboca en la fusión de Laura con el entorno natural, el anhelo de desaparecer, de no estar más que para ella misma. Entre medias está la puerta a esa otra dimensión que representa la ciudad argentina de Trenque Lauquen, y el conocimiento de mujeres relevantes que existieron (Aleksandra Kolontái, Lady Godiva) y que son inventadas (Carmen Zuma) en un diálogo en femenino que recorre el tiempo.
La directora materializa estas ramificaciones dramáticas mediante una puesta en escena concisa, que emplea fórmulas clásicas para los momentos de conversación (con planos y contraplanos) y suaves movimientos de cámara para los planos secuencia como el que abre el film, aprovechando la profundidad de campo. Por lo general, Citarell utiliza focales largas que remarcan el aislamiento de los personajes respecto al escenario, salvo en el desenlace, cuando Laura se reconoce en el paisaje y el formato de pantalla se vuelve panorámico. Es un recurso estético y expresivo de los que no abundan en Trenque Lauquen, ya que el tono formal resulta comedido, en contraste con las corrientes turbulentas que atraviesan la ficción. Laura Citarell sabe que tiene material sensible entre manos y se cuida de darle una envoltura sobria y muy cuidada, que cuenta con la fotografía de Yarara Rodríguez por tercera vez en su filmografía. No es la única que repite con la directora. Los demás profesionales que integran el equipo demuestran la confianza y la implicación que otorgan los años de proyectos compartidos: Miguel de Zuviría y Alejo Moguillansky en el montaje, Gabriel Chwojnik en la música, Mariano Llinás en la producción o la propia Laura Paredes, que compagina las labores de guionista y actriz, bien acompañada en el reparto por Ezequiel Pierri, Rafael Spregelburd y Elisa Carricajo. Nombres que concuerdan en la hazaña de sacar adelante esta película fascinante, hermosa y compleja como es Trenque Lauquen.