LA TRAMA FENICIA. "The Phoenician Scheme" 2025, Wes Anderson

En un panorama cultural marcado por la multiplicidad y lo efímero, el cine de Wes Anderson representa ese territorio conocido al que regresar con cierta frecuencia, una Arcadia de formas geométricas y colores pastel que ha ido adquiriendo profundidad en los últimos años. La trama fenicia proporciona el goce estético habitual del director y la misma acumulación de tramas y personajes, con dosis de existencialismo que se agravan en torno a los temas de siempre: la búsqueda de identidad, la familia, el papel del individuo dentro del colectivo, la pérdida de la inocencia... aunque a decir verdad, la paradoja es que las historias escritas por Anderson (de nuevo en colaboración con Roman Coppola) son cada vez menos importantes según se vuelven más complejas, en favor de las sensaciones que producen las imágenes y la atmósfera que envuelve la narración.

En este caso, el argumento sucede en distintos puntos de Oriente Próximo, donde el magnate interpretado por Benicio del Toro traza un ambicioso plan para poner a salvo su fortuna de los continuos sabotajes a los que le someten los servicios de inteligencia extranjeros. Dado que la muerte le sigue los pasos de cerca, decide legar su imperio a su única hija, una novicia encarnada por Mia Threapleton que está a punto de tomar los votos mientras sospecha que él fue el causante del fallecimiento de la madre. La trama fenicia transcurre a lo largo de diferentes capítulos a los que se van sumando personajes con rostros muy conocidos como Tom Hanks, Scarlett Johansson, Benedict Cumberbatch y muchos otros, entre los que destaca Michael Cera, co-protagonista del film. Una fauna acorde al espíritu cartoon que impulsa el conjunto, en el fondo y (sobre todo) en la forma.

A estas alturas, el estilo del director está tan definido que permite convivir por igual a colaboradores frecuentes y nuevos miembros de la familia Anderson. Entre los primeros figura Barney Pilling, responsable de un montaje ágil que se asienta en elipsis, y Alexandre Desplat, autor de una partitura con sonoridades más dramáticas de lo acostumbrado. Junto a ellos se incorporan otros nombres como Bruno Delbonnel, con quien Anderson ya había trabajado brevemente y que es una referencia de la fotografía cinematográfica europea. Los equipos técnicos y artísticos de La trama fenicia obran el milagro de insuflar humanidad a lo que podría ser mero artificio, no en vano la película ha sido filmada casi por completo en decorados construidos en el estudio Babelsberg de Alemania. Una vez más, Wes Anderson ejerce de moderno Méliès especializado en el trampantojo, capaz de transmitir humor y emociones desde un pasado idealizado por la literatura, las artes gráficas, el cine... referencias cultas que él fagocita en fabulosos divertimentos como La trama fenicia.

NOT A PRETTY PICTURE. 1976, Martha Coolidge

La trayectoria de Martha Coolidge comienza a principios de los años setenta con documentales marcados por un fuerte compromiso social, en los que aborda temas como el consumo de drogas, el modelo educativo o la desigualdad de género. Son pequeñas películas independientes que ella escribe, produce y dirige, hasta que en 1976 realiza su primer largometraje, en el que expone un episodio traumático de su biografía: la violación sufrida a los 16 años por un compañero de clase. Not a pretty picture es un ejercicio de exorcismo con el que Coolidge intenta cerrar heridas y es además un ensayo sobre las relaciones de poder y el abuso sexual. Tal y como se hace referencia en una de las escenas, es una "película educativa" que trata de definirse a sí misma ya desde el propio título, buscando su identidad a través de las imágenes filmadas en 16 mm, las palabras (muchas de ellas improvisadas) y las interpretaciones de un elenco joven y entregado.

El equipo de rodaje se deja contagiar por la energía de Coolidge y por su curiosidad por experimentar con los actores y con el formato, haciendo cierta aquella frase de Renoir que decía: "Toda película es un documental sobe la propia película". El resultado es una obra de creación colectiva que presenta dos caras de la misma narración, cada una con diferentes enfoques: por un lado está la recreación de los hechos antes y después del estupro, con una planificación convencional y un estilo deliberadamente impostado, y por otro lado está el análisis del comportamiento de los personajes durante la agresión, un diálogo de la directora con el reparto a modo de making of. Es una manera de enfrentar la realidad desde la ficción y desde el verismo, alternando con fluidez ambas dimensiones del relato. Así, el espectador tiene la sensación de que se construye frente a sus ojos y es invitado a debatir las situaciones que se denuncian en la pantalla, las cuales continúan sucediendo todavía hoy a pesar de los avances alcanzados.

Por eso, Not a pretty picture interpela al público del presente con fuerzas renovadas. Ojalá su discurso fuera coyuntural y hubiera sido superado... por desgracia no es así y sigue siendo igual de oportuno que entonces, ni siquiera la precariedad de la producción y el escasísimo presupuesto es capaz de aminorar la intensidad de una película que acierta a exponer lo espinoso del tema con cautela, reflexión y mucha sangre fría. Puede que el término "cine necesario" haya perdido sentido por el exceso de uso, pero si hay un film que lo merece, sin duda es este.

LA NOCHE DEL COMETA. "Night of the Comet" 1984, Thom Eberhardt

Los años ochenta no se caracterizaron por la discreción ni por la sutileza. El auge que  experimentó por entonces la industria del entretenimiento impuso un rodillo cultural que aplastó las alternativas surgidas en los márgenes del mainstream, por eso no hay demasiados títulos relevantes dentro de la serie B de aquella década, mientras que sí abundan los pastiches que practican la autoironía y la reinterpretación de los modelos clásicos: Ms. 45, 70 minutos para huirRepo Man, Cherry 2000... Es un modelo de posmodernidad que, salvo excepciones (Están vivos), deja a un lado el discurso y celebra lo superficial, de acuerdo al signo de los tiempos. Buen ejemplo de ello es La noche del cometa, segundo largometraje del director y guionista Thom Eberhardt, que en su día pasó desapercibida y hoy concita el culto de los amantes de rarezas.

No es para menos. La noche del cometa es una caricatura del cine de zombis influida por el videoclip (en especial Thriller, de Michael Jackson), los videojuegos de las máquinas recreativas y las comedias de teenagers, cuya mayor virtud es la iconicidad. El público del presente aplaude la estética recargada y colorista de las imágenes por encima de cualquier otro elemento, e incluso es capaz de convertir las debilidades del film en aciertos: da igual que el guion carezca de lógica narrativa, que los personajes sean esquemáticos o que los diálogos resulten burdos sin pretenderlo... mejor así. El placer (culpable o no, allá cada uno) que proporciona la película se concentra en noventa minutos de diversión estilizada e inocua.

Eberhardt no se revela como un cineasta refinado, sino como un junta-planos que conduce al espectador por una trama imposible, que se va oscureciendo según avanza la acción y se acumulan machaconamente las canciones del momento. ¡Ningún problema! Ahí está Arthur Albert, el director de fotografía, para solventar con luces de colores y abundante humo las precariedades de la producción, generando una atmósfera que es lo más atractivo del conjunto. Eso y la pareja de actrices protagonistas, Catherine Mary Stewart y Kelli Maroney, dando vida a dos hermanas que se enfrentan al apocalipsis tras el vuelo de un astro por el cielo de Los Ángeles.

En definitiva, La noche del cometa es un delirio new wave que sigue, uno por uno, los puntos establecidos por Susan Sontag en su ensayo de 1964 Notas sobre lo camp, resumidos en: cine artificioso, estilizado y apolítico. Ideal para un rato de desconexión neuronal y disfrute sin complejos.

DANIELA FOREVER. 2024, Nacho Vigalondo

Nacho Vigalondo lleva más de dos décadas explorando los límites y las paradojas de la percepción humana en múltiples formatos: largometrajes, cortos, episodios, videoclips... sus películas proponen un viaje de ida y vuelta entre lo real y lo imaginado, el presente y la memoria, la vigilia y el sueño. Siempre dentro de los márgenes del cine de género y con una personalidad que no desaparece ante los encargos ni los grandes presupuestos. En Daniela Forever, el director afincado en Madrid vuelve a filmar en la capital con un reparto internacional encabezado por Henry Golding y Beatrice Grannò, quienes interpretan a una pareja separada por la tragedia. Para provocar el reencuentro, él decide someterse a un experimento relacionado con los sueños lúcidos y descubrir así los sinsabores de una situación al principio idílica, que se va tergiversando a fuerza de tratar de aplanar los pliegues que conllevan los vínculos afectivos.

Lo primero que llama la atención de Daniela Forever es el tratamiento visual de las dos dimensiones del relato. La parte de la vigilia adopta una estética hiperrealista que replica la calidad amateur de las videocámaras ligeras, tanto en la imagen como en el sonido. La parte de los sueños, en cambio, se representa mediante planos muy elaborados que Jon D. Domínguez fotografía con colores saturados y luces muy expresivas, marcando una diferencia evidente que se materializa también en la alternancia de tamaños en 4:3 y 16:9, y en el empleo de ópticas multifocales y anamórficas, según el momento de la historia.

El guion escrito por Vigalondo salta de espacios y de tiempos de forma abrupta, acorde a las derivas del cine posmoderno que juegan con el multiverso y la repetición de acciones alternativas (OrigenTodo a la vez en todas partes o los recientes films animados de Spider-Man), solo que aquí se hace hincapié en los sentimientos. Además, los efectos especiales cumplen una función narrativa precisa que se aleja de la pirotecnia habitual, con un sentido de la atmósfera teñido de misterio y cierta melancolía que el humor alivia de vez en cuando. De este modo, es más fácil acordarse de títulos de mayor naturaleza autoral como Ruby Sparks y, sobre todo, ¡Olvídate de mí!, referente inevitable de Daniela Forever. Sin ánimo de comparar películas (todas empequeñecen al lado de la de Gondry), lo cierto es que el reto compartido de la reiteración puede convertirse en un problema si no se maneja bien. En Daniela Forever está a punto de suceder, en especial en el tercer acto, cuando los rizos argumentales giran sobre sí mismos y las repeticiones bordean la monotonía... por fortuna, Vigalondo mantiene el pulso y logra llegar al final habiendo atado los cabos sueltos, aunque en ocasiones asoma la sensación de estar asistiendo a ocurrencias ya conocidas.

En conjunto, Daniela Forever es una anomalía dentro del cine español, si acaso equiparable a Abre los ojos de Amenábar o a Los cronocrímenes del propio Vigalondo, que se disfruta gracias a su capacidad de riesgo y al aire de extrañeza que emanan las imágenes, en parte influido por la música de Hidrogenesse. Se trata de una película divertida y emotiva a partes iguales, sin duda la más romántica de Nacho Vigalondo hasta la fecha.