Están vivos. "They live" 1988, John Carpenter

Durante los años 80, John Carpenter consiguió integrar su cine de serie B en los grandes estudios sin hacer concesiones ni tergiversar su estilo. Eran películas de mayor ambición y presupuesto (La cosa, Christine, Starman, Golpe en la pequeña China), que resultaron obtener grandes beneficios, lo cual le otorgó una inesperada reputación. Fue una década de gloria que finalizó con su regreso a las producciones de bajo coste y a la independencia que representa, casi mejor que ningún otro título, Están vivos.
La característica que identifica a este largometraje sobre los demás del director es su contenido social y político. Envuelta en la cobertura del género fantástico, Están vivos es en realidad una alegoría acerca de la sumisión impuesta por los medios de comunicación y los discursos del poder para mantener a raya a la población y empujarla hacia un sistema absolutista y represor. El argumento evita las sutilezas: el personaje protagonista es un obrero en paro que llega a Los Ángeles buscando ganarse la vida, una ciudad dominada por una raza alienígena oculta bajo apariencia humana. La única manera de percibir a los impostores es a través de unas gafas especiales que, de manera fortuita, caen en manos del protagonista, quien se sentirá obligado a tomar partido en favor de la supervivencia de la especie. El guión acrecienta un pequeño cuento de Ray Nelson publicado en una revista pulp de 1963, lo que da cuenta de la naturaleza del proyecto: nos encontramos ante una película plenamente consciente de su identidad marginal y contestataria que, contra todo pronóstico, se ha ido afianzando como obra de culto a la que se atribuyen cualidades proféticas. En efecto, Están vivos ha ganado vigencia con los años y su aspecto de producto barato le ha otorgado un encanto irrebatible, muy apegado a su época en el aspecto visual.
La película es un constante homenaje a sus referentes, aquellas películas que completaban las sesiones dobles de los años 50 y 60, de las cuales hereda los aciertos y también los defectos. O ambos a la vez: la concreción narrativa deriva en cierta simplicidad, la economía de medios en efectos especiales de saldo, los actores en imitadores faltos de carisma. Pero son estos supuestos fallos los que refuerzan el atractivo de Están vivos, hasta el punto de convertirse en virtudes. Carpenter desarrolla de manera muy escueta los planteamientos del guión y no se preocupa de ahondar en la psicología de los personajes ni en sus acciones, lo que provoca que la narración avance a gran velocidad y se concentre en lo esencial, a riesgo de que la credibilidad de la historia quede en entredicho. No importa: se trata de una parábola y, como tal, exige cierto acto de fe.
Tampoco los actores contribuyen a dar verosimilitud al relato. El luchador profesional Roddy Piper adolece de experiencia interpretativa en su encarnación del héroe principal, y sus compañeros Keith David y Meg Foster encuentran dificultades para transmitir las motivaciones de sus personajes sin recurrir al exceso y al defecto respectivamente. Esta circunstancia, que podría ser grave en una producción de serie A, es admitida e incluso celebrada en la serie B porque remarca su carácter cercano y amateur, la idea de que el aficionado (no el público, ya que la serie B ha sido aupada por el afán de los admiradores) pueda pensar: "Esto lo podría hacer yo". Aquí reside el éxito de un cine elaborado en condiciones precarias que Carpenter conoce bien y que explota haciendo alarde de humor e inventiva. Poco cuenta que la planificación y el montaje sean básicos y algo toscos, que la música compuesta por el propio Carpenter suene repetitiva y fuera de contexto, o que el guión deje cabos sueltos... son males menores que no empañan el conjunto.
Por estos motivos se puede considerar Están vivos como una joya en su género y un film que despierta devociones, digno de ser rescatado por nuevos espectadores que han de ver más allá del acabado técnico y artístico. John Carpenter pone así el broche de oro a su mejor etapa, demostrando una vez más que no es necesaria una gran inversión para crear una película capaz de pervivir en el recuerdo y emocionar a una legión de seguidores.