AD ASTRA. 2019, James Gray

No es ningún secreto que, dentro del extenso mundo de la narración, existen géneros como el drama que cuentan con el respeto inherente por parte de los críticos, y otros géneros que deben demostrar siempre su legitimidad y capacidad de ser tomados en serio. Esto sucede con el terror y la fantasía, por ejemplo. También con la ciencia ficción, que hace tiempo desarrolló su propio mecanismo de defensa mediante la denominación de ficción científica, un subgénero que trasciende el mero entretenimiento y adquiere prestigio empleando ciertos códigos dramáticos (ritmo sosegado, introspección y sentido de la atmósfera). Buena prueba de ello son Solaris, 2.001 y Blade runner, a las que se suman las más recientes Moon, Ex machina y La llegada, por citar unos pocos títulos. A esta lista hay que añadir Ad astra, el séptimo largometraje de James Gray y su primera incursión en el género.
Una característica común de estas películas es lo cerca que se encuentran de la mitología clásica, incluso aunque sus responsables no se lo hayan propuesto. En el caso de Ad astra parece evidente la traslación a la galaxia del mito de Edipo y las incursiones en ciertas líneas del pensamiento europeo como el existencialismo de Sartre. Es probable que Gray y su co-guionista Ethan Gross no hayan tenido estas ideas en mente, en realidad no importa: Ad astra admite múltiples lecturas y apropiaciones, lo que demuestra la permeabilidad de su discurso. De hecho, el estreno de la película ha venido acompañado de un sinfín de referencias que van desde la novela de Conrad El corazón de las tinieblas hasta la canción de Bowie Space oddity, pasando por el poemario de Tracy K. Smith Vida en Marte o de algunas teorías freudianas. Hay para todos los gustos. Por eso conviene acercarse al film con la mirada limpia y sin la carga que supone la acumulación de influencias directas e indirectas, para descubrir lo que Gray propone: el doble viaje (interior y exterior) de un hombre que se busca así mismo y que lucha por no convertirse en su padre. Ambos astronautas son brillantes en su profesión y un fracaso como personas, pero solo el hijo es consciente de ello. Éste asumirá entonces la misión de enmendar los errores familiares antes de que la similitud se complete, superando etapas a lo largo del firmamento y contraviniendo las leyes que impone el sistema en forma de gran corporación aeroespacial.
Es necesario advertir que Ad astra no ha sido diseñada para contentar a los guardianes de la fidelidad científica, y que los detalles de la trama están siempre supeditados al estado mental del protagonista interpretado por Brad Pitt. La película se abre con uno de los numerosos controles psicológicos a los que se somete el personaje, en una evaluación constante que contrasta con su voz en off, más sincera y menos clínica. La evolución del cosmonauta conduce el devenir de la historia y define su comportamiento con los demás, representados por Tommy Lee Jones, Ruth Negga y Donald Sutherland, entre otros actores. Como es habitual, Pitt adapta su presencia física a las introspecciones del personaje: su manera de caminar, de mirar y de ejecutar acciones es tan locuaz como muchos diálogos, lo que denota la madurez del actor y su dominio de cuanto sucede dentro del encuadre. La abundancia de planos medios y primeros planos convoca a Pitt en buena parte del metraje, haciendo evidente por parte de Gray el interés de situar la figura humana en relación al contexto. Muchas veces, los escenarios intervienen en la psicología del protagonista, como puede verse en las escenas de la sala donde graba el mensaje para su padre, o en el dormitorio cubierto de pantallas de la colonia marciana. Por eso es tan importante el diseño artístico de Ad astra: los decorados, el vestuario y los otros elementos que intervienen en la imagen contribuyen a reforzar el espíritu frío y melancólico que atraviesa el film.
Los apartados técnicos y artísticos brillan como corresponde a una producción del calibre de Ad astra, lo que no implica que la película quede lastrada por los imperativos comerciales tan comunes al género. Al contrario: Gray cuida de que los efectos especiales queden relegados a un segundo término y se impongan la atmósfera y el relato sobre todo lo demás. Una decisión inteligente que le abala como autor y convierte el largometraje en un estimulante ejercicio para espectadores exigentes. Pero no todo es trascendencia: hay secuencias de acción convenientemente repartidas para materializar las amenazas que se ciernen sobre el protagonista y que le permiten, a su vez, combatir sus demonios internos. Son momentos que cumplen una función catártica dentro de un conjunto caracterizado por la sobriedad y el distanciamiento, dos sensaciones subrayadas por la dirección de fotografía de Hoyte van Hoytema y la música de Max Richter. Sus trabajos aportan una marcada identidad a Ad astra, película que contribuye al desarrollo de la ficción científica y que supone un paso adelante en las filmografías de Brad Pitt y James Gray. Para ser justos, los dos merecen figurar como co-creadores de este film de belleza triste y profunda.