LA DECISIÓN DE SOPHIE. "Sophie's choice" 1982, Alan J. Pakula

Durante treinta años años de carrera, Alan J. Pakula probó suerte en diversos géneros tratando de conjugar el riesgo y la taquilla, unas veces acertando y otras no. Su apuesta era la de elegir temas comprometidos y hacerlos creíbles mediante la interpretación de los actores, una táctica que le reportó cierta notoriedad en los setenta y que trató de mantener en la década siguiente con desigual fortuna. Su estrella empezaba a declinar demasiado rápido y La decisión de Sophie revertió por poco tiempo esta tendencia que comenzaría a acentuarse en años posteriores, ya sin vuelta atrás en los noventa. Es por eso que la adaptación que hizo Pakula de la novela de William Styron supone con probabilidad su última película relevante, lo que no quiere decir que fuera una gran película.
Y es que la importancia de La decisión de Sophie proviene de la fuente literaria de partida y de que algunos de los profesionales involucrados realizan trabajos notables. Los actores están plenamente comprometidos con sus personajes, el diseño de producción se ajusta a las necesidades del relato y la fotografía de Néstor Almendros otorga entidad a las imágenes. Pero estas mismas virtudes se pueden convertir en debilidades: la dependencia del film respecto al texto original es intensa y cohíbe al director, los actores masculinos se muestran teatrales y faltos de naturalidad, y la narración divaga sobre todo en su primera parte excediendo el metraje más de lo necesario.
La película sigue los pasos de un joven aspirante a escritor que se traslada de una población del Sur de los Estados Unidos hasta el barrio de Brooklyn en Nueva York, donde conoce a una extravagante pareja formada por una refugiada polaca y un biólogo de gran temperamento. La fuerte personalidad de este último incide en la relación de los personajes durante el primer acto, una responsabilidad que recae sobre el entonces debutante actor Kevin Kline. El intérprete se entrega al papel y capitaliza el peso dramático del inicio del film, en una apuesta arriesgada por parte de Pakula, ya que resulta casi imposible empatizar con las extravagancias del personaje. Kline le provee de seducción, la misma que sienten por él sus compañeros encarnados por Peter MacNicol y Meryl Streep. Una vez que la película permite que la actriz evolucione su personaje es cuando La decisión de Sophie crece exponencialmente, y todas las debilidades e incertidumbres exhibidas hasta entonces de pronto se diluyen ante el talento arrollador de Streep. Ella se hace dueña de la película y permite que progrese, que adopte una nueva dimensión que concuerda con el cambio de época y escenario.
Todo se transforma cuando el argumento se desplaza hasta el campo de exterminio nazi de Auschwitz, lo que afecta también a la iluminación que compone Almendros y a la planificación de Pakula. La decisión de Sophie pierde su aire teatral y se vuelve más cinematográfica, gana en profundidad y revaloriza el conjunto. Este largo fragmento constituye una película en sí misma dentro de otra película, y aunque conviene no desvelar aspectos de la trama que buscan sorprender al público, es cierto que adopta un carácter mucho más sólido y concreto que el resto del film. Por lo tanto, el resultado que obtiene Pakula está marcado por el desequilibrio y por la discontinuidad de algunos momentos inspirados y de otros que caen en la banalidad. La mayoría de los primeros provienen de la prodigiosa labor de Meryl Streep, quien aporta verdadero valor a esta película que ha superado en parte el paso del tiempo, y en parte ha quedado afectada por ciertas convenciones del director.
A continuación, uno de los temas musicales que integran la banda sonora compuesta por Marvin Hamlisch. Sonidos de evocación romántica y aroma clásico que contribuyen a que La decisión de Sophie gane altura y sitúe al público en plenos años cuarenta, un periodo de infausta memoria que merece ser revisado en historias como la que relatan Alan J. Pakula y Meryl Streep. Relájense y disfruten: