Miracle Mile comienza como una comedia romántica entre dos personajes interpretados por Anthony Edwards y Mare Winningham, quienes se conocen en el museo paleontológico de la ciudad. Un escenario no elegido por azar: ambos descubrirán esa misma noche que el fin del mundo está cerca, justo cuando han acordado su primera cita, a causa de un previsible ataque nuclear por parte de la URSS. Así, el romance da paso al thriller enérgico hasta derivar en el drama, que concluye en el mismo escenario donde comienza la película. El círculo narrativo se cierra en torno a setenta minutos que transcurren casi en tiempo real, con un ritmo frenético que acumula situaciones por las que circulan una amplia diversidad de criaturas nocturnas, al estilo de lo que había hecho Scorsese pocos años atrás en After hours. Es evidente que De Jarnatt no posee el talento ni los medios del director neoyorquino, pero en Miracle Mile sabe sacar provecho de la escasez con inventiva y argucias en la planificación relacionadas con la elipsis y el fuera de campo.
La película posee el encanto de la serie B, siguiendo la consigna de menos es más. Por ejemplo, la fotografía de Theo Van de Sande recurre a luces coloridas y directas para generar tensión, además del montaje en planos cortos de determinadas escenas espectaculares para disimular la precariedad financiera. Son viejos trucos que emplea Steve De Jarnatt para hacer ver al espectador lo que en realidad no aparece en pantalla, ayudado por un eficaz equipo técnico y unos intérpretes entregados. Y es que Miracle Mile carece de grandes pretensiones, más allá de hacer pasar un buen rato con una historia tan inconsistente como falta de prejuicios. Una pequeña sorpresa a descubrir, cuya mayor virtud es no tomarse demasiado en serio a sí misma, a pesar de la gravedad del argumento.