20.000 ESPECIES DE ABEJAS. 2023, Estibaliz Urresola Solaguren

Después de una década realizando cortometrajes y documentales con un claro interés humanista, Estibaliz Urresola Solaguren aprovecha todo ese bagaje adquirido para asumir su primera obra larga, localizada en el País Vasco, su tierra natal. 20.000 especies de abejas pertenece a la categoría del drama de iniciación a la vida (lo que ahora se describe bajo el anglicismo coming-of-age) en el entorno rural, siguiendo una larga tradición dentro del cine español a la que han contribuido Erice, Trueba, Armendáriz, Cuerda o Carla Simón, entre muchos otros. Urresola incorpora a este género las confusiones de la identidad de género en la etapa infantil, una cuestión oportuna y no oportunista en el debate social del presente. Todo un reto que la directora y guionista resuelve aplicando la contención y el respeto por sus protagonistas, además del conocimiento del territorio y de su idiosincrasia.

La película está lo suficientemente pegada a la realidad como para hermanarse con el documental en algunos aspectos (la cámara en mano, la iluminación natural) y con el cine de ficción en otros (la construcción narrativa, el perfil de los personajes), en ambos casos producto de una gran elaboración. Urresola lleva a cabo un esmerado trabajo de depuración tanto en el relato como en la puesta en escena, sintetizando cada elemento hasta dejarlo en su esencia. Así, aunque la trama está poblada de circunstancias individuales y compartidas, el foco nunca se aparta del personaje principal. Esto evita que el espectador se distraiga con las ramificaciones que van creciendo a lo largo del film y, además, que participe y rellene los huecos abiertos por la elipsis y los fuera de campo, dos recursos que Urresola maneja con destreza. La directora no solo cuenta el tránsito hacia el reconocimiento de su género por parte de la niña protagonista, sino que también expone las diferencias con las que el entorno asiste a su evolución: padres, abuelas, tías, hermanos... todos ellos representan a una colectividad con virtudes y defectos identificables.

Es por ello que el plantel de la película resulta variado y ecléctico, con actores nóveles y otros experimentados en torno a la jovencísima Sofía Otero. Su mirada limpia se conjuga a la perfección con la de su madre, interpretada por Patricia López Arnaiz en uno de los papeles más exigentes de su carrera. En ambas gravitan los polos de esta película atenta a los detalles y en la que importa por igual lo que aparece en pantalla y lo que se omite, el texto y el subtexto contenido en las imágenes. Urresola emplea numerosos símbolos ya desde el mismo título, unos más evidentes que otros, hasta el punto de bordear en ocasiones el mensaje didáctico y la reflexión forzada (esto se aprecia en algunos diálogos, como las preguntas que formula la niña a sus mayores). La directora se preocupa de que sus intenciones queden claras dentro de un ambiente general de ocultación, situando a la película en un terreno intermedio que hace que el visionado sea muy estimulante y culmine en un final difícil de olvidar, cuando todas las piezas encajan.

Por estos y otros motivos, 20.000 especies de abejas se sigue con interés, casi fascinación, gracias a labor de los intérpretes y al estilo que emplea la directora para desplegar la historia, a la vez conciso y sugerente. Prueba de lo primero es la música únicamente diegética que suena en el film, y prueba de lo segundo es la fotografía apagada y norteña de Gina Ferrer, que aporta personalidad al conjunto. En suma, se trata de una de las películas más redondas y bellas del cine español reciente, la puesta de largo de Estibaliz Urresola Solaguren, cineasta a la que habrá que seguir de cerca.