El equipo de rodaje se deja contagiar por la energía de Coolidge y por su curiosidad por experimentar con los actores y con el formato, haciendo cierta aquella frase de Renoir que decía: "Toda película es un documental sobe la propia película". El resultado es una obra de creación colectiva que presenta dos caras de la misma narración, cada una con diferentes enfoques: por un lado está la recreación de los hechos antes y después del estupro, con una planificación convencional y un estilo deliberadamente impostado, y por otro lado está el análisis del comportamiento de los personajes durante la agresión, un diálogo de la directora con el reparto a modo de making of. Es una manera de enfrentar la realidad desde la ficción y desde el verismo, alternando con fluidez ambas dimensiones del relato. Así, el espectador tiene la sensación de que se construye frente a sus ojos y es invitado a debatir las situaciones que se denuncian en la pantalla, las cuales continúan sucediendo todavía hoy a pesar de los avances alcanzados.
Por eso, Not a pretty picture interpela al público del presente con fuerzas renovadas. Ojalá su discurso fuera coyuntural y hubiera sido superado... por desgracia no es así y sigue siendo igual de oportuno que entonces, ni siquiera la precariedad de la producción y el escasísimo presupuesto es capaz de aminorar la intensidad de una película que acierta a exponer lo espinoso del tema con cautela, reflexión y mucha sangre fría. Puede que el término "cine necesario" haya perdido sentido por el exceso de uso, pero si hay un film que lo merece, sin duda es este.