UNA BATALLA TRAS OTRA. "One battle after another" 2025, Paul Thomas Anderson

Paul Thomas Anderson regresa al universo literario de Thomas Pynchon, casi una década después de haber realizado Puro vicio. Esta vez con una adaptación mucho más libre de la novela Vineland, que el director traslada a la pantalla con el título Una batalla tras otra. Y lo hace en el momento adecuado, cuando el gobierno de Estados Unidos vuelve a estar en poder de Trump y sus políticas reaccionarias influyen en las instituciones del estado. Al igual que el libro, la película establece una analogía entre las revueltas del pasado y el presente, proponiendo temas que siguen vigentes como la legitimidad de defender con cualquier medio (incluso la violencia) los principios democráticos elementales, o la conciliación del compromiso personal y el ideológico.

Estas cuestiones se individualizan en los diferentes personajes que presenta el guion, dividido en dos periodos separados por quince años: el antes y el después de que el grupo revolucionario French 75 haya sido disuelto tras la delación de una de sus miembros y el hostigamiento militar. Dentro de los bandos confrontados hay un experto en explosivos, una líder revolucionaria, un coronel obsesivo, un profesor de artes marciales que refugia a migrantes... interpretados respectivamente por Leonardo DiCaprio, Teyana Taylor, Sean Penn y Benicio del Toro, entre muchos otros actores que integran el reparto. Todos ellos perfectos en su papel (cabe destacar a la debutante en el cine Chase Infiniti), dadas las dificultades que ofrece el tono de sátira política que mezcla la acción, el thriller y la comedia. Una batalla tras otra mantiene un ritmo frenético a lo largo de 160 minutos sin decaer un instante, solapando situaciones que se interrumpen unas a otras y vuelven a retomarse mediante elipsis. Este es uno de los mayores retos que plantea la narración, repleta de personajes que aportan distintas caras de un conflicto en el fondo bastante serio. Porque la mecha que prende la carga explosiva que contiene el film es la pérdida de derechos, la desigualdad, el racismo y las demás podredumbres que apuntalan el fascismo organizado.

El director no cae en panfletos y expone del mismo modo las contradicciones que atañen a sus héroes, siempre con una sonrisa y la adrenalina propia del género en el que se enmarca la historia. Para ello, pone toda su habilidad en adoptar unos códigos próximos a los del cine de entretenimiento, más que en sus anteriores películas, con la diferencia que le otorga ser un virtuoso de la imagen y el sonido. La planificación absorbente y nerviosa no da tregua al espectador, sin incurrir en la confusión habitual de las modernas escenas de acción, empleando una sintaxis engrandecida por el montaje de Andy Jurgensen y la música de Jonny Greenwood, ambos colaboradores frecuentes en la última etapa de Thomas Anderson. También lo es Michael Bauman, cuya fotografía recupera texturas e iluminaciones del cine de los setenta, si bien las semejanzas de Una batalla tras otra y el nuevo Hollywood van más allá de las formas y se alinean en la implicación y el riesgo. No abundan en la cartelera de nuestros días las muestras de militancia por parte de los grandes estudios, por eso se debe reconocer este revulsivo financiado por Warner que nace con la intención de agitar conciencias y de conectar con una sociedad insatisfecha que precisa ser activada. Paradojas de un arte que además es industria: expresar discursos a través del espectáculo y de ciertos clichés (tal vez necesarios) para aglutinar todo lo que aquí se cuenta de manera apasionada y apasionante, en una película llamada a perdurar.