UN SIMPLE ACCIDENTE. 2025, Jafar Panahi

Un simple accidente comienza con una largo plano secuencia sostenido sobre el rostro de un hombre que conduce de noche junto a su familia. Pronto sucede el hecho al que se refiere el título, el cual involucrará a otros individuos con los que el conductor tuvo que ver en el pasado, en una concatenación de situaciones cada vez más tensas. Jafar Panahi lleva a cabo un ejercicio narrativo que intercala diversos puntos de vista y cuyo armazón dramático se sujeta en las interpretaciones de los actores. Es importante recalcar esto porque todo lo demás (la puesta en escena, el montaje) está al servicio de la evolución de los personajes, ya que la película asiste a la interactuación entre ellos en diferentes escenarios.

Los temas que aborda Un simple accidente son eminentemente políticos: la escala de poder y el uso de la fuerza, la asunción de responsabilidades, la práctica de la justicia... son cuestiones que Panahi dota de dimensión humana a través de una circunstancia presente en otros films como La muerte y la doncella o Incendies: el reencuentro fortuito de una víctima con su verdugo, tiempo después de sufrir abusos y en un contexto de libertad. La diferencia principal es que el director iraní tiñe la tragedia de costumbrismo e incluso se permite introducir algunos toques de absurdo y de comedia. Una apuesta arriesgada que él resuelve con su talento habitual para reflejar la vida a pie de calle, con personajes creíbles y diálogos que suenan reales.

Esta intención de representar ideas simbólicas mediante elementos tangibles, que pueden ser reconocidos por el público, constituye el principio elemental de la fábula. Un simple accidente es una fábula polvorienta y dura, que empieza de noche y se desarrolla a lo largo del día siguiente, para terminar de nuevo en otra noche opresiva, de carácter expresionista. El director de fotografía Amin Jaferi capta el transcurso de las horas por medio de los cambios de luz, con las limitaciones técnicas que conlleva haber rodado de manera clandestina en localizaciones exteriores e interiores de Teherán, para sortear la prohibición de dirigir que pesa sobre Panahi por parte de la autoridad. El cineasta ha demostrado siempre una actitud crítica contra los estamentos de poder de su país (no contra la población), lo cual le ha convertido en una figura incómoda para el régimen, sin necesidad de ser discursivo ni panfletario. Basta con el retrato de una sociedad cuyas rutinas están constantemente auditadas y que saca adelante sus gestiones a base de mordidas.

En esta ocasión, para reducir el filtro que la ficción impone sobre el relato, Panahi recurre más que otras veces al plano largo y sin cortes. Se trata de intervenir lo menos posible en lo que pasa delante de la cámara y reforzar la sensación de verismo, además de agilizar la filmación. También hay escenas de montaje, según las exigencias narrativas de cada momento, puesto que para Panahi lo fundamental es acompañar las reacciones de los protagonistas, muy bien interpretados por un reparto que mezcla actores profesionales y amateur, todos ellos convincentes. Los conflictos que encarnan son munición contra la dictadura teocrática que rige en Irán y, por extensión, en cualquier otra región privada de derechos. Esta es la grandeza de Un simple accidente: denunciar la injusticia en voz de los silenciados, con la sencillez y la honestidad que caracteriza desde hace tres décadas el cine de Jafar Panahi.