Hermosa juventud. 2014, Jaime Rosales

La pantalla de cine es un espejo de la realidad, capaz de devolver el reflejo a veces fiel y a veces distorsionado de lo que tiene delante. Por eso se puede conocer un país a través de su cine, porque las películas retratan los intereses y las inquietudes de quienes las hacen. El cine español, tan maltratado por la crisis, no podía permanecer ajeno a esta circunstancia y poco a poco se van estrenando películas que relatan la magnitud del desastre: 10.000 Km, Justi&Cia, El ayer no termina nunca, Cinco metros cuadrados... El director Jaime Rosales participa en esta lista con Hermosa juventud, crónica de una generación abocada a sobrevivir en tiempos difíciles.
La primera sensación es de sorpresa: Rosales, cineasta insobornable donde los haya, abandona el estilo hermético y conceptual que ha caracterizado su obra hasta el momento para realizar su film más accesible. Este cambio en las formas no significa que Hermosa juventud haya rebajado sus exigencias respecto a anteriores películas de Rosales, sino más bien la imposición de un nuevo reto: capturar con la cámara una realidad cercana, la de los jóvenes carentes de perspectivas de futuro, sin recurrir a discursos moralistas ni a pancartas de ocasión. Al contrario, el director barcelonés mantiene la distancia y escruta a sus personajes sin emitir juicios de valor, como ha hecho siempre, pero dejando en esta ocasión mayor espacio a los sentimientos y a la cercanía con el espectador. ¿Cómo? Pues a través de recursos formales como la inclusión de aplicaciones tipo WhatsApp, de diálogos que refuerzan la acción y, sobre todo, de recrear situaciones reconocibles para una mayoría del público.
Las imágenes de Hermosa juventud podrían ilustrar las páginas de cualquier diario, y permitirán a los jóvenes crecidos bajo el estigma de la generación ni-ni sentirse aludidos por lo que sucede en la pantalla: trabajos precarios, currículums que no van a ninguna parte, leyes que no asisten, falta de recursos, emigraciones forzosas... problemas que se vuelven carne gracias a las interpretaciones de Ingrid García Jonsson y Carlos Rodríguez. Ambos actores dignifican el oficio a fuerza de escamotearlo: resulta muy difícil encontrar debajo de sus rostros algo parecido a la simulación, hasta tal punto que no se sabe si ellos trabajan para la película o la película trabaja para ellos. Rosales sabe atrapar el gesto preciso y la mirada certera para transmitir una emoción fría, sin coartadas dramáticas ni concesiones al sensacionalismo.
Apenas se perciben en Hermosa juventud rastros de autor, si acaso, la cámara inclinada durante la escena de la agresión o el simulacro de vídeo porno amateur. Excepciones dentro de un conjunto que tiene sus virtudes en el equilibrio y la moderación, señas de identidad que definen el film. ¿Significa esto que Rosales ha sido domesticado por la conciencia social? ¿Ha amortiguado los riesgos el director de Las horas del día o La soledad? Habrá quien responda que sí, en cualquier caso, es necesario reconocer el valor de un artista que ha sabido reflejar los estragos de la crisis de forma sencilla y directa, mediante un ejercicio de naturalismo que mete el dedo en la llaga de los problemas reales que afectan a la mayoría. Si esto es venderse, creo que merece la pena comprarlo.