Animales nocturnos. "Nocturnal animals" 2016, Tom Ford

Una historia violenta y triste. Así define la protagonista de Animales nocturnos la novela homónima que aparece en el film, y eso es lo que se ve en la pantalla: violencia, tristeza y otras oscuridades de la condición humana. En su segundo largometraje como director, Tom Ford continúa revistiendo con su depurado estilo el vacío existencial de unos personajes que parecen tenerlo todo.
La película comienza en la galería de arte donde Susan acaba de inaugurar una exposición que cuestiona los imperativos estéticos y la cultura de la imagen (atención a la secuencia de títulos de crédito, una verdadera pieza de videoarte). Es una mujer rica y aburrida, a la manera de las heroínas de Henry James o Scott Fitzgerald. Un día recibe un paquete inesperado que contiene la novela escrita por Edward, su primer marido. Al abrirlo, Susan se hace sangre por accidente: a partir de entonces el dolor se propagará durante todas las páginas, porque el texto exorciza los fantasmas del pasado en común de la pareja. Animales nocturnos es un drama con profundidad psicológica que añade elementos de thriller y plantea cuestiones muy interesantes acerca del poder y los roles de género. Reflexiones presentes ya en la novela Tres noches, de Austin Wright, en la cual se basa el film. Ford asume la adaptación del texto en un ejercicio de meta-narración que establece, en principio, dos líneas argumentales separadas: por un lado la "ficción literaria", y por otro la "realidad" de los protagonistas, aunque muy pronto ambos relatos empezarán a cruzarse mediante flashbacks y alegorías visuales.
Que un guión de esta complejidad adquiera consistencia y no termine por dispersarse se debe, en buena medida, a la implicación de los actores. Y no cabe imaginar un casting más acertado y con más talento que el de Animales nocturnos. La pareja protagonista formada por Amy Adams y Jake Gyllenhaal dan un recital interpretativo, dotando a sus personajes de una amplitud de matices que van de la vulnerabilidad a la entereza. El actor Michael Shannon ejerce como elemento de contraste y vuelve a bordar su caracterización de hombre parco y recio del Oeste. Los tres conforman un triángulo fascinante y bien dispuesto en la pantalla, a modo de tablero de juego en el que Ford despliega su elaboradísima estrategia. Cada encuadre, cada posicionamiento de cámara responde a una puesta en escena que no tiene que ver sólo con lo formal. Gracias al trabajo fotográfico de Seamus McGarvey, la estética y el contenido están íntimamente ligados, con una paleta de colores que define el carácter de los personajes y un tratamiento de la luz que modela la atmósfera de las escenas. Para completar el conjunto, la banda sonora de Abel Korzeniowski potencia el alcance emocional de la historia y da eco a las criaturas nocturnas del título, mediante poderosos arreglos de cuerda y evocaciones de piano.
En suma, Animales nocturnos supone un despliegue de riesgo controlado, una bomba siempre a punto de estallar bajo la mirada atenta de Tom Ford. El cineasta obtiene aquí su consagración como autor capaz de interpelar de manera directa al público y de crear mundos difíciles de habitar, pero ante los que resulta imposible no sentirse atraído. Como el impulso que atrae las polillas a la luz antes de caer achicharradas.