El muerto y ser feliz. 2012, Javier Rebollo

Puestos a identificar un cine de autor en España, cabe destacar el nombre de Javier Rebollo como una de las figuras más reconocidas y reconocibles. Tras haberse curtido durante años en el cortometraje y el documental, el director madrileño prosigue su andadura dentro de la ficción en la cual El muerto y ser feliz supone su tercer largometraje.
En esta ocasión, Rebollo se traslada hasta Argentina para practicar una mezcolanza de géneros que incluye el noir, la comedia absurda, el drama existencial, la road movie... todo filtrado por su particular universo de personajes derrotados que conservan la dignidad pese a las situaciones muchas veces indignas. La muerte está presente durante el transcurso de la película y, sin embargo, hay un humor constante que tal vez no consiga conectar con todo el público, pero que convierte el visionado de El muerto y ser feliz en una experiencia muy especial.
Lo primero que llama la atención es la perenne voz en off que acompaña la narración, a modo de las audiodescripciones que se hacen para los espectadores invidentes. Las palabras de la guionista Lola Mayo y del propio Rebollo van contando lo que sucede en la pantalla de manera omnisciente, con el distanciamiento que les otorga la invisibilidad, unas veces traduciendo el pensamiento de los personajes, otras veces consignando lo que ocurre o valorándolo... El paisaje sonoro de la película se completa con diálogos y músicas que buscan la expresividad tanto como las imágenes, fotografiadas con crudeza por el inevitable Santiago Racaj. Es curioso que una película tan elaborada en su concepto y tan apartada de la naturalidad luzca un aspecto visual despojado de artificios. ¿Cómo se materializa entonces este contraste? La respuesta está en el montaje, obra del también habitual Ángel Hernández Zoido, quien conjuga la elocuencia del relato con la sobriedad formal, sacando rédito de los encuadres y los movimientos de cámara planificados por el director.
Pero si hay algo por lo que El muerto y ser feliz será recordada en el futuro es por la interpretación de José Sacristán. Su presencia domina y marca el tono del film, es su razón de ser. El veterano actor da vida al muerto que anuncia el título, un asesino a sueldo afectado por una enfermedad terminal que debe cumplir una última misión. Lo predecible hubiera sido que Rebollo optase por el carácter crepuscular de la historia pero, en lugar de eso, apuesta por la lisergia de las continuas dosis de morfina que el protagonista debe inyectarse, lo que sitúa a la película a medio camino entre la realidad y el delirio, entre la lucidez y la ensoñación. Sacristán encarna con perfecta naturalidad estos estados de ánimo acompañado de la actriz uruguaya Roxana Blanco, magnífica en su comedimiento.
En suma, El muerto y ser feliz es la muestra más explícita hasta la fecha de la valentía de Javier Rebollo, un cineasta capaz de iluminar nuevos recovecos sin abandonar el espacio que ocupa dentro de la industria, que no es otro que la disidencia. No se trata de ninguna marginalidad auto-impuesta ni de esa calculada impostura que identifica a los rebeldes profesionales, sino de una personalidad genuina que queda impresa en cada fotograma del film y que regala momentos tan inspirados como el plano final que cierra la película, ese en el que la cámara avanza hasta descubrir en el interior de un Ford Falcon (al que su propietario llama Camborio) el rostro placentero de José Sacristán lamiendo un helado mientras suena la música de Nacho Vegas, tal vez el instante más preciso de felicidad antes de que la muerte acuda a cobrar su deuda.
No se pierdan el trailer de la película, con una clara influencia de Godard. Cine que se alimenta de cine y que genera cine: la dieta antropófaga de los autores voraces como Javier Rebollo.