El guion escrito por Ortega, Fabián Casas y Rodolfo Palacios, sigue los pasos de un afamado jockey en pleno descenso por una espiral de autodestrucción etílica. Hasta que en una competición decisiva sufre un grave accidente que transforma su personalidad y le impulsa a huir, perseguido por un jefe mafioso, unos secuaces violentos y una pareja embarazada. La narración está más preocupada por construir una atmósfera y por hilvanar una sucesión de extrañezas que por desarrollar una trama precisa y coherente, por eso recurre a imágenes muy elaboradas que cobran sentido en el montaje. No es casualidad que Ortega cuente en la fotografía con Timo Salminen, colaborador habitual de Kaurismaki, cuya huella se percibe en el tratamiento del color, la composición de los encuadres, la cadencia y el ritmo de El jockey.
Si el lenguaje visual es importante para reforzar la sensación de desconcierto, no lo es menos la interpretación de los actores. El dúo protagonista formado por Nahuel Pérez Biscayart y Úrsula Corberó cumple a la perfección con las exigencias de sus papeles, resolviendo las dificultades físicas que les plantean: carreras, bailes, quiebros y requiebros... todo bien aderezado con diálogos acordes al tono del film. Los demás actores se mantienen a la altura del conjunto, entre los que brillan Daniel Giménez Cacho y Mariana Di Girolamo, integrantes de una peculiar fauna que late al compás de canciones del pasado. Y es que El jockey no tiene tiempo ni lugar, aunque haya sido estrenada en 2024 en Argentina y esté coproducida por cuatro países más, posee la rara virtud de escaparse de cualquier denominación y de pertenecer al territorio cautivador y salvaje de la libertad.